2 : Consejos de Madre

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Capítulo 2: Consejos de Madre

Cuando se levantó fácilmente pudo pensar que un camión le había pasado por encima.

Giró la cabeza hasta su mesa de noche y tomó su celular, encendiendo la pantalla. Entrecerró los ojos por la luz para poder enfocar sus ojos en el luminoso 4:00 P.M que se mostraba en la parte superior.

Dejó escapar un suspiro. Vaya que si estaba cansada.

Hizo un acopio de fuerzas para levantarse, y, luego de un par de estiramientos, se dirigió a la ducha canturreando por lo bajo. Veinte minutos después salió de la misma, un poco más animada y sobre todo más despierta. Aunque secretamente hubiese preferido quedarse un par de horas más en la cama.

Salió de su habitación y se dirigió hasta el sofá, dispuesta a ver algo de televisión basura por lo que restaba del día, pero un gruñido proveniente de su estómago le recordó que tenía otras prioridades.

Una de las cosas buenas del trabajo de Sana es que el mismo le proporcionaba una libertad económica increíble. Tanta, que después de un par de años de ahorro, había podido comprarse un penthouse en una de las zonas más tranquilas de la ciudad, con tres habitaciones (de las cuales solo usaba una) y un balcón con una espectacular vista hacia las montañas, en el que se sentaba a desayunar los domingos, disfrutando de la paz de las alturas y la fresca brisa de la madrugada.

Definitivamente ese balcón era una de las principales razones por las que, entre tantas opciones, había escogido ese sitio para vivir.

Intentó dejar de divagar y concentrarse en prepararse algo de comer. Una rápida revisión del refrigerador le confirmó que, a menos de que su estómago quisiera un trozo de pizza de tres días o un bowl de cereal su mejor opción era ponerse a cocinar, así que saco un poco de carne del freezer, y tomo algunos vegetales.

El vivir sola ya le había hecho tomar cierta rapidez en cocinar porciones para una persona, así que, unos minutos después, ya estaba removiendo alegremente la carne ya condimentada y picada en pequeños trozos, con movimientos dignos de una chef.

Si, sobre todo eso.

El sonido del timbre la hizo salir de sus ensoñaciones. Bajó la llama de la cocina y se dispuso a abrir la puerta de entrada, solo para que un par de ojos aguamarinas la saludaran.

No tuvo tiempo de reaccionar. No había podido siquiera protegerse con los brazos cuando una de sus madres la tenía aprisionada en una llave mortal que solo ella llamaba abrazo, que duró lo suficiente para que sus pulmones liberaran todo el aire que habían podido contener. Había escapado por los pelos.

- - ¿Cómo está mi rubia favorita? – le preguntó la mujer, mientras entraba al departamento, cerrando la puerta tras de si.

- - Estaba haciendo algo de comida – murmuró Sana, sabiendo que se merecía un regaño por eso - ¿Quieres que te cocine un poco?

- - Minatozaki Sana – comenzó a decir la mujer, mirándola acusadoramente - ¿Apenas te acabas de levantar?

- - Algo así.

- - Vamos, siéntate en la mesa. Terminaré de cocinar por ti. Yuri se enojará mucho conmigo si sabe que te estoy dejando saltarte las comidas.

Sana sonrió por lo bajo mientras se sentaba en la mesa, mirando como una de sus madres veía reprobatoriamente el intento de comida decente que había intentado preparar hace veinte minutos.

Im Yoon Ah o simplemente Yoona como le gustaba que la llamasen, había conocido a su madre, Yuri Minatozaki, en el instituto. Pasaron varios años sin verse hasta que, por casualidades del destino, habían vuelto a encontrarse en un festival de la ciudad. Para ese entonces Sana apenas tenía nueve años, pero, a pesar de su corta edad, pudo distinguir claramente como Yoona ese día cuidaba de su madre como si fuese una delicada muñeca de porcelana. Pasaron un par de semanas hasta que Yoona fue a cenar a casa de Yuri, junto a su hijo Kai, con el que se llevó bien casi de manera instantánea.

Años después de eso su madre le confesó que ella y Yoona habían sido novias en el instituto, pero por presiones de su abuelo, al enterarse de su relación, había tenido que irse a estudiar al extranjero, logrando regresar a su antiguo hogar solo después de la muerte del patriarca Minatozaki.

Y por supuesto, nunca había podido olvidar a Yoona.

Afortunadamente, Yoona tampoco había podido enterrar en el pasado a Yuri, por eso, apenas un año después del reencuentro, Sana se encontró vestida de blanco llevando, junto a Kai, los anillos de compromiso de sus madres al altar.

- - ¿Has hablado con Yuri? – preguntó Yoona, mientras buscaba uno plato en los estantes.

- - Hace un par de días – contestó Sana, ansiosa por la comida – Debería llamarla hoy ¿Cierto?

- - Eso es correcto – afirmó Yoona mientras ponía el plato frente a Sana – Todos los días me pregunta por ti. Su intuición de madre fue quién supo que estabas saltándote comidas.

- - No me estoy saltando comidaaaaas – refutó Sana haciendo un ligero puchero – He tenido una jornada ruda en el hospital, eso es todo.

- - No te excedas – la reprimió Yoona, con una sonrisa – Sé que el trabajo puede absorberte un poco. A mí me pasa más de lo que crees hija, pero aun así tienes que sacar algo de tiempo para ti. Tu cuerpo te lo agradecerá.

- - Vamos mamá. Estoy bien. Ya estoy lista para ir a trabajar mañana, en serio – dijo Sana, sonriendo.

- - ¿Y las novias? – preguntó Yoona, aguantando la risa.

Sana casi se atraganta con esa pregunta, tanto que tuvo que tomar un poco de agua para que la comida terminara de llegar a su sitio.

- - Todo va bien – fingió Sana

- - ¿A quién crees que engañas, mini Minatozaki? – inquirió Yoona riéndose – Te haría bien salir un poco.

Ese era uno de sus defectos. Era una profesional exitosa, con el penthouse de sus sueños y el auto de sus sueños... Solo le faltaba la esposa de sus sueños.

Sí, porque le gustaban las chicas.

Y porque tenía un grave problema para concretar sus relaciones.

No es que no tuviera pretendientes. Realmente, en sus tiempos de universidad, ella y Momo eran unas completas casanovas. Pero, a pesar de que si quería una chica solamente tenía que guiñarle un ojo, aún no había aparecido en su vida esa mujer que detuviera el tiempo cada vez que sus ojos se encontraran con los suyos.

Lo había intentado, realmente lo había hecho. Una vez incluso intentó vivir con una chica a la cual quería lo suficiente como para querer estar cerca de ella, pero eso no era suficiente. Había terminado fatal.

Era una romántica empedernida. Para que todo funcionara necesitaba esa chispa que todas habían ignorado olímpicamente. Lo había intentado tanto que ya se había dado por vencida. Quizás esa chica por la que esperaba no hubiese nacido en esa época.

Al menos le alegraba que Momo y Mina, sus dos mejores amigas, si hubiesen encontrado al amor de sus vidas.

- - No te preocupes Sana – dijo Yoona, mientras le sonreía afectuosamente – Estoy segura de que alguien por allí espera por ti.

- - He pensado en comprarme un par de gatos – comentó Sana, suspirando - ¿Crees que me vendrían bien?

- - Hahahaha – rió Yoona, animada - Esa idea es demasiado solterona, incluso para ti.

- - ¡No te rias mamá! – refunfuñó Sana, intentando sonar seria – Es en serio.

- - Sana, aún eres joven cariño. Mira, hubo un momento de mi vida en el que me sentía así, igual que tú. La única diferencia es que yo, aparte de mi trabajo, para ese tiempo también tenía a Kai. Yo también había perdido las esperanzas y me había avocado de una manera absurda al trabajo, pero, cuando menos lo pensé, Yuri apareció nuevamente. Y te lo juro, si volviera a nacer y tuviera que esperar nuevamente todos esos años para encontrará a Yuri, los esperaría gustosa. No quiero que te desesperes ¿Vale?

- - Vale – afirmó Sana, finjiendo una sonrisa.

Quizás Yoona tuviese toda la razón, pero, aun así, aunque Yoona hubiese tenido que esperar todo ese tiempo, al menos ella ya había conocido antes a Yuri.

Al menos para ese tiempo, Yoona ya sabía a quién tenía que esperar... Pero ella no.

You are my sickness - SahyoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora