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Muna despertó sobresaltada, todavía estaba oscuro afuera y el resto de sus compañeros dormían. Podía sentir el mismo agotamiento que ella tenía arrastrándose a ellos. Trató de cerrar los ojos, pero el rostro de su abuela volvió a atormentarla y supo que no podría volver a dormir.

Se levantó lentamente, tratando de hacer el menor ruido posible. Salió al frío de la noche, a respirar bajo las estrellas que brillaban para ella. Sin embargo, su soledad no duró mucho, cuando se dio vuelta para observar de quién eran los pasos que hacían eco en la mina en desuso, se encontró con los ojos de Reo. Otra vez sintió cómo pasaba la mirada por toda su extensión, varias veces como tratando de encontrar algo que parecía escapársele una y otra vez.

–¿Por qué te quiere? ¿Para qué?

–No lo sé –admitió Muna.

–No encuentro nada especial en ti –dijo mientras daba un paso más hacia ella.

Muna no se inmutó, no trató de moverse, con el tiempo había aprendido que huir, que mostrar miedo sólo empeoraba las cosas. Dejó que se acercara y la tomara de la barbilla. Se concentró en respirar lentamente y mantener el cuerpo relajado, esperando al momento indicado.

–Y quiero saber qué es lo que no estoy viendo –tomó un mechón de pelo entre sus dedos–. Belleza seguro no es –se acercó hasta su cuello y presionó su nariz contra la piel de la muchacha–. No percibo tampoco poder... pero quizás...

Muna supo que era el momento cuando sintió la lengua de Reo sobre su cuello. En un movimiento fluido, se deslizó hacia un costado y acompañó con las manos la cabeza de Reo, empujándolo para que se estrellara contra el poste de madera en el que ella había estado apoyada.

–No hay nada especial en mí –contestó Muna mirando al muchacho que estaba en el suelo sujetándose la cabeza y tratando de controlar el dolor del corte que le había hecho–. Y no tengo nada especial que quiera o pueda darte.

Con eso empezó a caminar de vuelta hacia la cueva, pero inmediatamente fue tirada hacia atrás con fuerza. Reo la sujetaba del brazo, presionando de modo que Muna sabía que tendría aquél espacio marcado en un par de días.

–¿Qué crees que haces? –le preguntó Reo con veneno.

Muna se preguntó como el resto de las mujeres de su edad se podían sentir tan atraídas hacia él. El rostro bonito era apenas una máscara de lo horrendo que era por dentro, y ella no podía sentir más que disgusto por él ¿Acaso el resto de las muchachas eran ciegas? ¿No podían ver el veneno repugnante que corría por sus venas?

Quizás no, quizás eso era justamente lo que la hacía especial, podía ver exactamente lo que se escondía detrás de una cara bonita. Ella siempre había podido mirar más allá.

–¿Piensas que puedes estar sobre mí? ¿Atacarme? –volvió a preguntar Reo ante su silencio.

Pero antes de que pudiera responderle, Pietro arrancó a Reo de su agarre, y le dio un puñetazo en la cara que volvió a arrojarlo al piso.

–Yo estoy sobre ti –le dijo Pietro y a Muna le sorprendió escuchar veneno en su voz, esa voz que nunca parecía perturbarse por nada–. Y si vuelves a tocarla, te costará algo más que mi puño sobre tu cara.

Reo se levantó lentamente y volvió a entrar a la mina, sin dejar de lanzarles, todo el tiempo, miradas llenas de su propia ponzoña.

Pietro la revisó y se detuvo en su brazo, pasó la mano lentamente por la piel roja. Muna lo miró como si estuviera analizándolo por primera vez en su vida. El muchacho que siempre había visto como su hermano era ya un hombre. Nunca había pensado en él como alguien atractivo, siempre lo había visto como su propia sangre, como una extensión de su carne. Y todavía seguía viéndolo de la misma forma, un par de palabras no podían borrar eso. Él seguiría siendo su hermano, no importaba si fuera sangre o no. Recorrió sus facciones, lentamente, por primera vez notó que había algo llamativo en él, algo cautivador. Pietro no tenía la belleza hegemónica que presentaba Reo sino que había algo tosco, portaba algo salvaje en él que lo hacía fascinante. Por primera vez se dio cuenta que no se parecían en nada, ella era demasiado pequeña frente a la figura enorme, de oso, que portaba Pietro. Siempre había pensado que esas diferencias se debían a que tenían distintos padres, pero ambos estaban hechos por matrices completamente diferentes, y sólo en ese momento era capaz de verlo. Pietro levantó la cabeza y la miró a los ojos, con la misma mirada profunda y desarmadora. Se sintió incómoda e inclinó la cabeza para evitar el escrutinio.

En el fuego, la sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora