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El castillo estaba tranquilo esa noche. El silencio se pegaba a las paredes como un canto de mal presagio. Muna caminó por el pasillo lentamente, su corazón acelerándose a cada paso. Sabía exactamente lo que le esperaba detrás de la puerta final de ese pasaje, sabía todo el terror que esa habitación podía esconder, había estado ahí antes. Pero esa vez no iba a escapar, era en vano, tratar de esquivar el destino era exactamente lo mismo que escupir hacia arriba. A pesar de todo eso, en cuanto llegó a la puerta y colocó la mano sobre el picaporte se detuvo, en la duda, en el miedo creciente que no podía dominar.

Sin embargo, antes de que pudiera pensar, la puerta se abrió en un movimiento brusco y la sonrisa de Waro, esa que siempre hacía que se estremeciera de terror y expectación, le dio la bienvenida. Sin decir nada, la tomó de la mano y con suavidad la hizo ingresar en la habitación.

Muna sabía que esa suavidad, la caricia que subía por su brazo, hacía espirales en su hombro y luego presionaba juguetonamente su cuello era una trampa. Y la trampa se hizo presente en cuanto la mano que acariciaba el cuello de pronto se volvió tan dura como hierro mientras presionaba su tráquea, manteniéndola quieta. Waro pasó su lengua por el costado de su cara. Muna se mantuvo estática, rígida como otra de esas paredes frías, tratando de controlar la bilis que subía por su garganta. No tenía forma de saber que el disgusto que Waro le estaba generando no era otra cosa que una distracción. El brillo del cuchillo fue toda la advertencia que tuvo antes de que se clavara en su hombro y bajara veinte centímetros por su brazo.

Muna reprimió el grito, pero no pudo evitar la lágrima que le bajaba por la mejilla. Ni el sollozo que brotó cuando Waro pasó la lengua por la herida, succionando la sangre.

–Tu sangre es mía, siempre fue mía, siempre será mía –susurró Waro en su oído.

Muna se despertó completamente agitada, con el sudor corriéndole por el rostro y el miedo clavándosele en la columna vertebral. Se llevó las manos al rostro y se dio cuenta de que había estado llorando. Dos brazos vinieron a sostenerla y la llevaron hacia un pecho duro. Pietro besó su cabeza y comenzó a acariciarle la espalda lentamente.

–Fue sólo un sueño –le susurró

Muna sintió que podía respirar de nuevo y se repitió aquellas palabras como un mantra hasta que el llanto se secó y las sacudidas de su cuerpo se detuvieron. Se sentó, ahora compuesta, ahora con los ojos determinados y miró a su alrededor. Estaban en medio del bosque en una parte tan densa que era imposible ver las estrellas. Todo seguía igual, el viento apenas movía las hojas y Antari roncaba enrollada en sí misma.

–Soñaste con él –dijo Pietro, claramente no era una pregunta. Muna asintió­–. Te está cazando.

–¡Oh! ¿De verdad? No lo había notado –La muchacha no pudo evitar el sarcasmo.

–Me refiero a que te está cazando en sueños.

–¿De verdad? –volvió a preguntar Muna, pero esta vez completamente horrorizada.

Sintió que su energía disminuía aún más, como si ests dependiera de su ánimo... ánimo que ya estaba bastante magullado. Sabía que si en ese momento ya se sentía completamente agotada, no iba a soportar todo aquello si además no era capaz de dormir.

–En cuanto encontremos a Isla, ella va a bloquearlo.

–¿Quién es Isla? ¿Qué es Isla? –preguntó Muna.

–No puedo decírtelo.

–¿No puedes o no quieres?

–No puedo, aunque quisiera, es imposible para mí contarte sobre tu origen –contestó Pietro y Muna pudo notar su frustración.

En el fuego, la sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora