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Waro tenía trece años cuando se dio cuenta que no era como los demás y no por cuenta propia. La noción vino de la mano de una bruja de su edad, años más, años menos, quien lo acusó de ser malvado... o perverso, no recuerda bien qué palabra utilizó. En cambio, sí recuerda la cara de asco y pavor de la niña, mientras él le mostraba mejores formas de divertirse con un gato, esto era: abriéndolo e investigándolo de adentro hacia afuera.

Sin embargo, él nunca se sintió malvado, ni perverso, por extraño que fuera. Para él siempre la vida fue simple, siempre se trató de buscar aquellas cosas que le causaban placer, aquellas cosas que llamaban a su ilimitada curiosidad. Por ejemplo, desde chico le gustó saber cuál eran los límites del dolor. En primer lugar, empezó a experimentar con animales, luego con otros niños. De adolescente le interesó saber cuáles eran los límites del placer, y ensayó en su cuerpo y en los cuerpos de otros, con amantes de ambos sexos, y varias veces con más de uno al mismo tiempo. Más tarde aprendió que cuando el placer y dolor se unían, se podían crear cosas maravillosas, se podía cambiar completamente a una persona, someterla hasta lo impensable.

Con el tiempo entendió que el placer y el dolor no eran extremos de un mismo cordel, sino la marca de infinito, que permite que la noción de uno lleve a la comprensión del otro, y la conjunción de ambos al entendimiento de la vida misma.

Pero desde los trece años empezó a ser consciente de cómo la gente lo miraba, cómo otros brujos y brujas huían de él como si tuviera la peste. Primero pensó que se debía a la deformación en su rostro, y por años se encomendó a arreglarlo. Después de muchos viajes, búsquedas y experimentos fallidos que no hicieron más que agravar el aspecto de su rostro, hasta el punto de dejarlo irreconocible, finalmente se dio por vencido.

Fue entonces cuando descubrió que estaba maldito, que había nacido maldito, y que las marcas en su piel eran sólo uno de los síntomas. Tenía veintidós años humanos cuando se enteró de su maldición. En un arranque de ira incendió su casa, y provocó la muerte de su madre.

Supo entonces que realmente él era una peste personificada, con demasiado poder, que caminaba contaminando todo lo que tocaba. Su naturaleza oscura era demasiada, incluso para una comunidad de brujos que crecían debajo del ala de la oscuridad. Él estaba incompleto, y sabía que con esa falta terrible, no podía hacer otra cosa que cultivar una eterna soledad.

Al principio, en un estado de negación, se dijo a sí mismo que su maldición era en realidad algo bueno, y que lo llamaban así porque tenían miedo de su poder, de lo indestructible que podía llegar a ser.

En ese mismo estado de negación, pasó diez años abrazando su maldición, dejando que su poder creciera y rompiera a todo aquél que se interpusiera en su camino. Habría seguido igual, si no hubiera sido por aquél brujo que desafió todo lo que sabía de la magia. Los recuerdos de aquella noche todavía lo persiguen como una bestia que no duerme.

Había viajado a una iniciación. Era la primera vez que lo hacía, y en primera instancia había sido por pura diversión. Hasta ese momento participar en esa clase de eventos no le parecía importante, era satisfactorio en el simple hecho de hacer gemir por primera vez a una bruja frente a toda su comunidad. Participando en las iniciaciones, Waro había descubierto que le daba placer mirar, pero más placer le causaba ser el centro de atención en un acto puramente dominante y sexual.

Ese día se presentó sin anunciarse, sin pedir permiso, simplemente como una muestra de poder, quizás porque estaba aburrido, y cuando estaba aburrido no había nada mejor que follar y matar. Una iniciación forzada no era más que la oportunidad perfecta para ambas cosas.

Tal como esperaba, los magos se levantaron y protestaron, todos ellos hambrientos de poder y nuevos cuerpos. Lo que Waro no sabía, era que aquella comunidad era distinta a las otras, los brujos reclamaban a las brujas de por vida, era lo más cercano que existía en una comunidad mágica a la vida que llevaban los humanos. La batalla fue brutal, pero los fue desarmando uno a uno hasta que se enfrentó al brujo que era la cabeza de la comunidad. Jamás Waro había perdido contra alguien, jamás le habían dado una paliza, hasta ese día.

En el fuego, la sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora