· E x t r a 1 ·

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Este capítulo sucede entre el 32 y 33.


Todavía no tengo escritos los demás extras. Irán viniendo en cuanto tenga tiempo de ponerme con ellos.

 Irán viniendo en cuanto tenga tiempo de ponerme con ellos

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No podía creer lo que estaban viendo mis ojos.

Mierda, es que tenía que ser una broma.

Una maldita y horrible broma. Y todo había comenzado con el estúpido de Jason apareciendo en el trabajo y diciendo:

—Ponme un cubo de alitas, y una ración de perdón, por favor.

A mi lado Jax se tensó, y tuve que hacerle un gesto para que no interviniera. No era una de esas personas que perdían el control, pero tampoco me arriesgaría a que si un día tenía que suceder, fuese en nuestro puesto de trabajo.

—Ahora te pongo las alitas —respondí tajante a Jason.

Por la mañana Ezra también había hecho su aparición. Me había pedido perdón, pero yo no lo acepté. Todavía estaba enfadada porque iniciase aquel rumor, y dudaba que algún día pudiese olvidarlo.

Y ahora esto...

—¿Entonces no hay ración de perdón? —Insistió Jason.

—No, no la hay —repliqué, y me di la vuelta para comenzar a hacer su pedido.

Cuando regresé, sin embargo, él seguía allí. Una parte de mí tenía la esperanza de que, después de mi negativa, simplemente se fuese con la cabeza gacha como había hecho su amigo... Se ve que éste es más intenso.

—Serán quince dólares —dije mientras ponía el cubo frente a él y extendía la mano.

Las cejas de Jason se juntaron con confusión y comenzó a sacar la cartera.

—¿Quince? La última costaba diez.

—Es que a los idiotas le cobramos un plus.

Apretó los labios, pero deslizó el dinero que le había pedido hacia mí. Dejé el extra en el tarro de propinas y guardé en la caja el resto.

Pero Jason seguía allí, sin alejarse, provocando que los clientes que había tras él se quejaran. Sin embargo, los ignoró completamente. Maldición...

—Nunca debí mandar las fotos, comenzar el rumor ni apoyarlo —comenzó a decir en cuánto mis ojos volvieron a él—. Ezra también lo piensa, y de verdad que lo sentimos mucho.

Crucé los brazos sobre el pecho y alcé las cejas. ¿Cómo tenía el descaro de venir a molestarme con eso a mi puesto de trabajo?

Jax, que acababa de terminar de atender a un cliente, se movió a mi lado.

—Tío, estás haciendo cola —manifestó tajante—. Lárgate.

Él siempre tan amable, pero tenía razón.

Jason negó con la cabeza.

—No hasta que Olivia me perdone.

Genial.

—Entonces tendré que llamar a seguridad —le amenacé—. Y probablemente no te dejen volver a venir aquí a comer alitas en mucho tiempo.

Ahora que lo pensaba, llamar a seguridad no era tan mala idea.

Pensé que mi amenaza, para nada vana, disuadiría a Jason. Sin embargo, solamente consiguió empeorarlo todo. Tan idiota como era, agarró una de las alitas del cubo, la sujetó entre sus manos y, ante mi expresión de horror y la de sorpresa de Jax, se puso de rodillas, sosteniendo la alita como si se tratase de Simba del Rey León.

Y entonces gritó:

—¡Lo siento, Olivia James, por ser un completo idiota!

Oh, dios mío.

La gente en la fila dejó de quejarse y comenzó a murmurar y reírse, mirando el espectáculo con curiosidad.

Jason acabaría por meternos en un buen lío.

—Lárgate de una vez —exclamé, esta vez perdiendo la paciencia e inclinándome sobre la barra con el dedo índice señalándole—. O llamaré de verdad a seguridad.

—¡Olivia, lo siento tanto! —Volvió a repetir.

Por suerte o por desgracia, no hizo falta llamar a seguridad, porque casualmente pasaban por allí, patrullando que todo fuese bien, y al ver el revuelo uno de los dos hombres se estaba comenzando a acercar a nosotros.

—Mira —comenté, observando por encima del hombro de Jason—. Parece que me han escuchado.

Dudando, Jason se volvió.

Rápidamente se puso de pies, agarró el bote con las alitas y sacudió la cabeza hacia mí de nuevo.

—En serio que lo siento, Olivia —repitió.

Y luego se fue corriendo, dejándome con una fila enorme de clientes y personal de seguridad al que explicarle lo ocurrido.

Esperaba que, con el tiempo, pudiese encontrar graciosa aquella situación. ¿Quién sabe? La vida da muchas vueltas...

Y no me imaginaba cuántas estaba por dar en aquel momento.

Y no me imaginaba cuántas estaba por dar en aquel momento

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Una Perfecta Equivocación © YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora