· V e i n t i d ó s ·

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—Si me das permiso, puedo romperle la nariz en cuanto lo vea

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—Si me das permiso, puedo romperle la nariz en cuanto lo vea.

Roí un poco de la zanahoria untada en hummus que Isabella me había cedido de su almuerzo, aunque en realidad no tenía hambre. Ni siquiera la pizza con extra de queso que Jax tenía en su bandeja se me hacía apetecible.

Tener a Jax sentado con nosotras durante el almuerzo era toda una novedad y había provocado múltiples cotilleos. Pero Isabella y él se llevaban bastante bien. Ella fue quien le había invitado a sentarse con nosotras. Y él había accedido.

—Es todo un detalle, Heeijin, pero no hace falta —le aseguré, dejando finalmente la zanahoria en el plástico gastado—. Hablaré con él.

Mi amiga hizo un gesto amargo con la boca y murmuró:

—No creo que se pueda hablar con alguien de su especie.

Por encima de la mesa la mano de Isabella se topó con la mía, y yo traté de sonreírla... solo que no llegó a mis ojos.

Después de la fiesta del sábado, todo fue a peor.

Los mensajes de nuestros compañeros, junto con la foto de Ezra sin camiseta metiéndome dentro de una habitación, terminaron en el rumor de nosotros dos teniendo sexo.

Y todo hubiese quedado en eso, un rumor, si Ezra no se hubiese relamido en la horrible mentira de que aquello era cierto. Había ido proclamando por todo el instituto que él y yo nos habíamos acostado aquella noche, en la habitación de Lydia.

Y todo el mundo le había creído.

Todos, menos Isabella, Carla, Heeijin... y Jax.

Solamente Isabella vino conmigo a clase de química, por suerte. Y cuando encontramos a Ezra riéndose junto a su inseparable amigo Jason, le lancé una mirada para que tomara nuestros sitios y yo pudiera hablar con él.

Isa me defendería a sol y sombra, pero entendía que primero necesitaba tratar de resolver los problemas por mi cuenta.

Por eso mismo tomé aire y me dirigí hacia la zona donde Ezra estaba.

Las risas y voces se apagaron en cuanto llegué. No solo del pequeño grupo en el que él estaba, sino de toda la clase. Todos los ojos y oídos, de pronto, estaban puestos en mí.

Especialmente los de Ezra, que me miraba como diciendo "¿qué quieres, preciosa?".

Asco.

Asco x2.

—Tengo que hablar contigo —avisé.

Cuadró los hombros, como empezaba a apreciar que era un gesto muy común en él. El popular Ezra, que en realidad se preocupaba demasiado por su nivel de fama.

—Por supuesto, nena.

De alguna forma, me esperaba esa respuesta...

Tomé aire profundamente y añadí:

Una Perfecta Equivocación © YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora