Capítulo 10. Psiquiátrico

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Me quedé con Damián. Fui a casa esa noche y llevé a la de Damián la comida que yo estaba preparando, junto con la de él, hicimos un pequeño banquete navideño. Comimos, reímos, pasé la mejor noche de fin de año. Con ese joven que me producía tanta vida. Con ese hermoso muchacho. Ni con Luciana había tenido algo tan bonito, tan especial, tan real. A media noche, salimos al patio trasero para disfrutar de los fuegos artificiales que iluminaban la copas de los árboles, y convertían ese pequeño bosque, de tenebroso, en mágico. Nos besamos bajo aquel panorama fantástico.

Las semanas siguieron pasando. Días en donde me uní más Damián. Creo que estaba llegando el momento para hacer pública nuestra relación, pero aún necesitaba divorciarme de Luciana.
Le conté a Jaime, y a Octavio, sobre Damián y el amor que sentía por él, pero me pareció muy raro que ninguno de ellos se emocionara tanto, de hecho, Jaime no estaba tan contento con mi decisión.
En varias ocasiones planeamos la presentación formal con Damián, pero siempre se le presentaba algún inconveniente que impedía ese momento importante.

Entonces, un día del 4 de febrero, después de desayunar en casa de Damián, me fui a mi casa. En la sala esperaba Octavio, Jaime y Gael, y unos doctores. Con razón frente a la casa, estaba estacionada una ambulancia.

—¿Qué pasa aquí?

Octavio, se levantó de donde estaba sentado, se acercó a mí, y dijo con una sonrisa fijada:

—¿Cómo dormiste anoche?

—Bien. ¿Por qué lo preguntas?

—Es hora de que aceptes que tienes una enfermedad y debes tratarte.

—¿Qué te pasa? ¿De qué hablas?

Veía a Jaime, llorando, siendo consolado por Gael.

—Debes ser internado en un psiquiátrico mientras te curas.

—Estás bromeando conmigo, todos están bromeando conmigo. ¿Quiénes son estos tipos?

—Papá, has empeorado. Tenía la esperanza de que te recuperarás pero no es así.

Los doctores se me acercaron tomándome a la fuerza.

—¡Suéltenme! ¡Octavio, amigo! ¿De qué va todo esto? ¡Suéltenme!

Me sacaron afuera directo a la ambulancia. Me encontraba confundido, era como si chocara con mi mente todo lo que sucedía en ese momento. Veía como los vecinos comenzaban a salir curiosos. Trataba de soltarme de aquellos hombres usando toda mi fuerza. Entonces, sentí un pinchazo en mi brazo, era una anestesia. El alboroto era tanto que todos los que transitaban esa mañana la calle, se detenían a ver.
Ví que Damián, salió hasta su jardín solo viendo.

—¡Ayúdame Damián! ¡Ayúdame!

Todos voltearon a ver con quién hablaba, como si fuera un extraño, sí, es cierto que no lo conocían en persona pero, yo les he hablado de él todo este tiempo, Jaime lloró más. Octavio, dijo:

—Debes entenderlo… Por él es que éstas así…

—¿De qué hablas? ¡Damián, ven por favor! ¡No permitas que esto suceda!

Estaba perdiendo el conocimiento, la anestesia hacia efecto, me subieron en la ambulancia. Damián se encontraba vestido de deporte, a través de la ventana de la ambulancia lo ví colocarse el gorro de su suéter y salió trotando, justo ahí me dormí. ¿Por qué no hizo nada? ¿Por qué Octavio dijo que él era el causante de mi desgracia?
… … … …

Sentí que caía en un oscuro abismo sin fondo. Luego desperté en la cama de un hospital, me tenían amarrado a ellas con correas de cuero. Comencé a moverme con fuerza, quería soltarme como fuera. La puerta de aquella oscura habitación se abrió, entraron un doctor y un enfermero.
La luz es encendida, quemaba mis ojos aquella luz extremadamente blanca.

—¿Cómo estás, Alexander?

—Necesito que me suelte, mi hijo debe estar asustado como lo estoy yo.

—Debes dejar que te explique lo que pasa, ya han pasado dos días y te hemos tenido solo con anestesia debido a tu agresividad. Debes comer, debes darte un baño, tu hijo está afuera, quiere verte, hablar contigo, pero sino te calmas me veré obligado a anestesiarte de nuevo, y eso no es bueno para nadie.

Deduje que en las veces anteriores despertaba con alguna crisis, algo que no recuerdo, de hecho, pensaba que solo habían pasado horas, pero me entero que han pasado dos días, dos días que no recuerdo nada.

—Me calmaré. Quiero ver a mi hijo.

—Perfecto, para eso debes dejar que el enfermero tomé unas muestras de sangre. Debes bañarte después, el enfermero te ayudará.

—Que lo haga pronto.

El hombre se acercó, tomó la muestra de sangre, la guardó en unos tubos. Entonces, con ayuda del doctor, me levantaron de la cama y me pusieron en una silla de ruedas, el doctor me observaba detenidamente, tal vez, esperando algún ataque de rabia. ¿De verdad me despertaba con tanta furia que hasta ellos tenían miedo? Me llevaron a otras habitaciones un poco solitarias donde estaban las duchas, ahí me dieron un baño, el agua estaba tibia y me cayó muy bien. Al rato me llevaron de nuevo a la habitación, me pusieron un bóxer y una bata blanca. El enfermero salió por la habitación, y al rato llegaron dos hombres también de blanco, pero más fornidos, me sentaron en la silla de ruedas.

—Prométeme que te concentrarás solo en tu hijo.

—Claro, eso haré.

Me llevaron por pasillos blancos, se cruzaron varias personas con problemas mentales bien marcados. El doctor iba a mi lado tomando notas de mis acciones, de mis expresiones, así que le pregunté:

—¿Cuándo me dirá por qué estoy aquí?

—Pronto, Alexander. Imagina que no estoy aquí. Necesito ver qué tanto te has recuperado estos días con el tratamiento que te hemos dado.

—Esto es raro sabe, siento como una tormenta en mi cabeza. Es como si estuviera en una especie de experimento científico o en un programa de bromas.

Desde ese momento el doctor solo se quedó observándome, y anotando. Soy bueno en esto de ignorar.

Me llevaron al patio, al parecer donde los locos recibían visitas ya que se veían familiares, locos, y doctores. En el centro ví a mi hijo, se veía deprimido, divisé a Luciana, estaba más bonita, se había cortado el cabello.

—¡Papá!— Salió a abrazarme.

—Mi bebé, te he extrañado.

—Dos días sin ti es demasiado, papá.

—Hoy fue que me enteré que llevo dos días en este lugar.

—¿Cómo está, doctor?— Saludó Luciana al doctor en vez de a mí.

—Ignóralo, me dijo que hiciera como si no estuviera presente… ¿Tú cómo estás, Luciana?

—La pregunta es, ¿Cómo estás tú?

—Yo, perfecto, en realidad sigo sin entender por qué estoy aquí, pero bueno, cumplamos los caprichos de Octavio, que estoy seguro que él es el culpable de todo este rollo.

—El médico te lo explicará todo a su debido tiempo. Quería agradecerte por cuidar a Jaime…

—Pues no debes agradecer nada, es mi hijo, lo hice con mucho gusto.

—Me lo voy a llevar a, Ámsterdam.

—¿Qué?

—Allá me va bien, tengo un buen empleo, una casa, y en tu situación no estás para cuidar de Jaime.

—Que no estoy loco, puedo cuidar de mi hijo. No puedes quitarme ese derecho.

—Ya está decidido, Alexander. Él y yo estaremos bien.

—Me la pasé muy bien con papá, mientras tú no estabas.

Entonces, lo ví. Venía entrando, mi vecino, traía un racimo de flores y una sonrisa fresca, se acercó y dijo:

—Lamento haberte dejado aquel día, es solo que como todos, me sentía confundido.

—Tan confundido que ni siquiera te acercaste a mí para darme un aliento de vida. Y llegas con flores como si eso fuera suficiente.

—No otra vez, papá —Dijo Jaime, y se bajó a mí nivel, y prosiguió— Si lo sigues viendo, te dejarán más tiempo en este lugar.

—¿A quién? Veo a todos los que están aquí.

—¿Damián, está aquí?— Preguntó el doctor.

—¿Vuelven a bromear conmigo? Claro que está, acaba de llegar, se encuentra parado justo aquí.

—¿Por qué más nadie te puede ver, Damián?— Preguntó el doctor, pregunta que me pareció algo fuera de órbita.

—Se lo presento. Damián, es mi amigo, estamos saliendo juntos, nos queremos y me siento feliz con él.

—Hola a todos— Dijo Damián.

Luciana me dijo:

—Estás mal. Cuando salgas de aquí voy a querer el divorcio— Hizo para irse, pero le dije:

—Yo también lo quiero, Luciana, las fotos que Damián me hizo llegar de ti, saliendo de un bar con tu jefe, es suficiente para divorciarnos. Y me duele que Jaime se entere de esta manera.

—¿Cómo supiste que fui yo?—Preguntó Damián. No le respondí porque Luciana habló.

—¿Qué fotos?

—¿De qué hablas, papá?

—Demuéstrale que yo no soy el loco, háblales de tu amante, con el que te besabas en esas fotos. Esta relación estaba podrida mucho antes de que conociera a Damián.

—¿Él te las hizo llegar, Alexander?

—Si, doctor. Damián quería que viera que Luciana no solo estaba trabajando, sobre todo mientras yo moría por ella, así que la siguió y le tomó esas fotos.

—¿Dónde están esas fotos? —Preguntó el doctor.

—En mi cuarto, debajo del colchón, no quería que Jaime las encontrara.

—¿Tiene un amante?— Le preguntó el doctor a ella. Luciana solo dio media vuelta y se fue.

—Ella pensaba que no caería.

—Gracias, Damián.

—Si las fotos existen, descartaré la esquizofrenia.

—¿Cuál sería el diagnóstico?

—No sé, Alexander, debes ser realista en todo esto y debes entenderme, Damián es un personaje creado por tu imaginación— Tomó asiento— Algo, algún episodio de tu vida lo creo a él, justo ahora dices que está aquí, pero nadie más lo ve, solo tú. Lo que me lleva a deducir la esquizoides.

—¿De verdad no lo ven?

—Para nosotros no existe. Hay que investigar un poco, si se descubre que el tal Damián a hecho cosas como llevarte las fotos…

—Habla y lo creo loco a usted.

—¿Papá, de verdad lo ves?

—Claro hijo, como verlos a ustedes. ¿Qué opinas de todo esto, Damián?

—Que al igual que tú me siento incómodo e ignorado, y es algo raro que hablen de mi en tercera persona.

—Digo lo mismo.

—Creo que las visitas por hoy son suficientes. Debes descansar y tomar tu medicamento— Habló el doctor.
Jaime me abrazó y me dijo al oído para que más nadie escuchara. El doctor se había alejado un poco.

—Escúchame, por favor papá, no  me quiero ir con mi mamá, eso significaría que me alejaré de Gael y, eso me dolería mucho, trata de por favor no hablar más del tal Damián, mientras hables de él y con él, los doctores te creerán loco, porque a nuestra vista él no existe, pero a la vista tuya sí, eso es bueno y bonito para ti, pero no para los demás. Ignóralo por un tiempo y verás como sales de aquí.

—Pero él es real.

—No lo es papá, para ti sí es real, pero no para nosotros, has lo que te pido por favor. Después que salgas de aquí puedes hacer lo que quieras, pero sino haces lo que te he dicho te quedarás aquí, y yo me iré con mamá y me separaré de Gael para siempre.

—Debes hacerle caso— Dijo Damián.

—No puedo ignorarte todo este tiempo, Damián.

—Hazlo, por tu hijo y por su novio, y hazlo por ti, no quiero causarte problemas.

—Está bien. Esto es ridículo, pero si es la solución, lo haré.

—Es lo mejor, papá.

—Pero eso sí, cuida a mi hijo mientras yo esté aquí adentro.

—Tranquilo.

—Váyanse pues. Los amo a los dos— Les dije y los vi marcharse.

De verdad todo ese episodio fue súper raro. Yo no estoy loco, Damián es real, lo he besado, lo he sentido, me ha tocado, su piel viva, caliente, he hablado con él, he hecho el amor con él. A menos que sea un fantasma que se enamoró de mí y quiere decirme algo.

Qué cosas tan raras, si no estoy loco me volverán loco con tantas sesiones de terapias y tantos medicamentos que recibí en los siguientes días. Las fotos eran reales, estaban en mi colchón. Era Luciana con su amante, fotos que me hizo llegar Damián. ¿Acaso alguien irreal puede salir a tomar fotografías y dejarlas por doquier? El médico estaba totalmente sorprendido por aquello. Pero seguía diciendo que tenía esquizofrenia, por eso recibí tantas terapias..

—Tranquilo, estos medicamentos borraran de tú me memoria a Damián, y entonces, verás la realidad.

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Esquizofrénico.(Completa. Gay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora