Capítulo 4:

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Capítulo 4: "Ese amo, soñador"

—¿Te lavaste los dientes?

—Sí.

Sebastian llegaba siempre a la misma hora para decirle que se fuera a dormir. Ciel, sorprendentemente, hacía caso; pues sabía que a quien se autoproclamaba su mayordomo le gustaba tener todo organizado. En el mes que pasó con él, Ciel se dio cuenta de que tenía una vida muy desorganizada al no tener ciertos límites. Por ejemplo, la comida y sus horarios. No sabía cómo estaba sano siquiera. Cuando conoció el método propuesto por el mayor, supo que servía de mucho tener un itinerario. Sebastian siempre le repetía sus deberes para el día siguiente en la noche, al igual que en la mañana.

—Mañana te llevaré a la escuela. Luego, si quieres, me puedes acompañar a hacer una cosa en la iglesia. Tus padres dieron permiso — dijo. Se quedaba parado al lado de la mesa de luz, donde descansaba la lámpara que iluminaba las páginas de su libro. Ciel no lograba acostumbrarlo a que se sentara a la altura de sus pies en la cama, por lo que palmeaba el lugar en donde podía colocarse para que cumpliera la orden muda.

—¿Cómo que me llevas tú? — jamás permitirían a Ciel subir en la motocicleta. Desobedecer era su secreto. Cuando debía asistir de forma presencial, Sebastian acompañaba a Ciel a la escuela caminando. Por esa razón debían despertarse temprano.

—El señor Phantomhive se irá con antelación a la empresa para organizar todo antes de salir para el aeropuerto — dijo — y su madre tiene que asistir a una junta a las siete.

—Eso significa que puedo levantarme más tarde, ¿No? — El azabache suspiró con una mueca de gracia.

—Sí, pero no hace mucha diferencia media hora más — Ciel cerró su libro colocando su dedo como separador.

—Eso es porque tú no duermes — dijo. Sebastian palideció.

—¿Cómo? — vaciló. Ciel rio, confundido con su reacción.

—Siempre que me levanto por agua a la mañana sigues despierto — dijo —. No me engañas.

—Ah — expresó alivio —. Tengo problemas para dormir, pero no me canso.

—Sí, lo noto — sostuvo. Suavizó las facciones —. ¿Estás bien?

—¿Lo dices porque armé un escándalo frente a tu familia? — sonó apenado — Lamento haber hecho una escena.

—No te disculpes más. No te queda — riñó —. No generaste ningún escándalo. Lo que pasó fue... ¿Eran parientes suyos?

—Algo así — se hundió de hombros, mirando la portada del libro que el menor leía antes de su llegada —. Eran sus empleados. El jardinero, el cocinero, el lacayo y la mucama.

—Cuando hablas de ese chico es como si te situaras cien años en la antigüedad — manifestó el niño, a lo que Sebastian le sonrió al apreciar lo que soltaba inocentemente.

—Sí, ¿verdad? — alcanzó a decir — Y ellos lo querían mucho.

—Me di cuenta. La persona que llamó se notaba dolida por la noticia — apartó la mirada con lástima.

—Sí... Es Finnian. No conozco a alguien que lo haya amado e idolatrado tanto — pensó en voz alta. Ciel indagó.

—¿Se enfadó porque no les dijiste personalmente? — el mayor afirmó — Comprendo... Ese hombre que lo mató... ¿Es alguien poderoso?

—Así es. Hizo tantas cosas malas como beneficiosas para los que lo encerraron — dijo con una bronca perceptible —. Tal vez no deba llevarte mañana... ¿Qué dices si te dejo hecha la merienda y-...?

𝕷𝖆 𝕿𝖗𝖎𝖘𝖙𝖊𝖟𝖆 𝖉𝖊𝖑 𝕯𝖎𝖆𝖇𝖑𝖔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora