Capítulo 16:

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Capítulo 16: "Ese amo, juzgado"

—Alice, cariño, ¿Dónde has ido?

Si eso era un canto, no había armonía en su voz. Lo recibió con esa molesta melodía en medio de un dolor de cabeza insoportable. Estaba mareado, pero no por eso no podía recordar lo que había pasado. La memoria le volvió de golpe, haciéndolo tambalearse cuando quiso apoyarse en su brazo. Estaba en un lugar completamente gris. Al buscar alrededor, encontró en cada punta de la habitación a sus parientes, ya despiertos y confundidos. Sus padres, al notar que estaba consciente ahora, se le avalanzaron para corroborar si estaba bien. Ciel intentó tranquilizarlos, pero lo aturdían con su preocupación.

—¡¿Qué fue lo que pasó?!

—¡Solo hubo luz y unos sujetos y...!

—¡Ciel! ¡Este hombre dice que nos conoce! Por lo que hablaban en casa, también lo haces, ¿No es así? ¡Explícanos por favor!

Alejado de ellos, Undertaker sonreía y canturreaba. Sus pies y cuello estaban encadenados a la pared y traía un saco de fuerza. Grell, Othello y Ronald estaban junto a él. La pelirroja retaba al rubio, a lo que Othello intentaba apaciguar el ambiente.

Angelina abrazaba a Elizabeth, quien sobaba el vientre de su tía con miedo a que algo le sucediera. Frances y Alexis se mantenían cerca de ellas junto a su hijo. Por primera vez no emitían palabra. Vincent hizo que Ciel volviera a verlos a ellos con una sacudida de hombros.

—¡Ciel! ¡Habla! — exclamó, desesperado. Ciel no pudo obedecerlo — ¿Dónde estamos? ¡¿Por qué esa gente habla de nosotros?! ¡Todos estos fenómenos te llaman Conde!

—Vincent, por favor, basta — le pidió Rachel a punto de llorar. El hombre volvió en sí al oír los sollozos. Ciel no sabía por donde empezar. No estaba seguro de si explicarles la verdad o seguir mintiendo. Nada de eso los calmaría.

La carcajada de Undertaker provocó en Grell la ira suficiente como para patear su cabeza. El anciano siguió riendo como un loco, atemorizando más a la gente en la celda. Ciel notó entonces que sí se podía catalogar así, pues había una pared transparente que mostraba otra recámara vacía igual frente a la suya, y así formaban pasillos de lo mismo.

—Pero la culpa más grande la tiene este viejo decrépito — gruñó Grell llena de furia —. ¡Si no hubiera interferido en el plan original del niño, todo estarían perfectamente! ¡Mira lo que has hecho! — tiró de las raíces de su cabello para que mirara a los humanos ahí. Éstos, perturbados, retrocedieron más — Una mujer embarazada está aquí, estúpido de mierda...

—Hace un rato que me estoy conteniendo de decirle lo cambiado que está, mayordomo rojo — barbulleó Undertaker, inmutado —. Más allá del físico, es gracioso verlo preocupado por la mujer que mató.

—¡Te voy a sacar las canas! — Othello se puso en medio para que Grell se calmara. El eco de los gritos y los llantos sonaba en la cabeza de Ciel como si estuviera dentro de un campanal. Undertaker era el protagonista de su atontamiento.

—Conde, ya les expliqué, pero nadie me cree — actuando inocencia, dijo él. Una vez más, el apodo los confundía.

—¿Qué les dijiste? — murmuró, pero fue entendido.

—Que todos ustedes fueron reencarnados — mostró su blanca sonrisa —. Como un cuento. Los padres de usted murieron en un incendio hace cientos de años. Hizo un contrato con un demonio, el cual resultó ser el tal Sebastian. Yo, que soy su abuelo, quise interferir y por accidente lo maté. No pienso decir que ese diablo lo revivió con el poder del amor, porque no tengo ni idea de porqué hizo lo que hizo. Como sea, han tenido una hora para procesarlo. ¿Ahora entiendes por qué lo llamamos Conde, Vincent?

𝕷𝖆 𝕿𝖗𝖎𝖘𝖙𝖊𝖟𝖆 𝖉𝖊𝖑 𝕯𝖎𝖆𝖇𝖑𝖔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora