C a p i t u l o 37

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—¡Erik del demonio Lodge! ¡Ven acá! —grito, persiguiendo al pequeño pelirrojo que corre semidesnudo por toda la casa

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—¡Erik del demonio Lodge! ¡Ven acá! —grito, persiguiendo al pequeño pelirrojo que corre semidesnudo por toda la casa.

Vaya, ser madre es un trabajo pesado.

Ni que lo digas, solo de verte corretear al niño las veinticuatro horas del día me canso.

—¡No! —contesta de la misma forma, alzando sus brazos, colgándose de las cortinas.

¿Y este que se cree? ¿Tarzán?

Mi respiración esta agitada, y siento como mi corazón podría explotar cualquier segundo.

Es ahora cuando me lamento haber dejado de correr cinco kilómetros a diario. ¿Por qué deje de ir al gimnasio?

Porque eres floja, demasiado floja para el bien de los demás. Además de que la única persona que accedía a acompañarte ahora esta a miles de kilómetros.

Oh, si... cuanto te extraño, Elizabeth.

Cuando ella venia, la convencía de ir al gimnasio conmigo. No se podía negar. Le dejábamos a mi hijo a los chicos. Mientras que íbamos al gimnasio, y después íbamos por una gran hamburguesa.

Pero ojo, eso ultimo no lo sabe nadie.

¡La maldita de Abby nunca nos quiso acompañar! En fin, ella se lo pierde.

¿De que hablábamos? ¿de mi rendimiento? Uno ya no es lo que éramos antes.

El tener un hijo te deteriora.

Consejo: No tener un hijo.

—¡No puedes andar así por toda la casa! —le chillo, agitando la pequeña camiseta azul al aire.

Y por supuesto, el se echa a reír, pensando que su madre está loca.

¿Y no lo estás?

No pienso contestar eso.

—¿¡Pero por que no!? —pregunta Jason, recargándose en el umbral de la puerta, viendo la escena, divertido— cada quien es libre de andar como quiera, apoyo a Erik —le choca la palma, dándole los cinco— hay que andar como queramos.

—Eso —señalo al niño, que se había detenido en el medio de todo el caos, para tomar un poco de aire— lo aprendió de ti, Jason. No puedes pasearte semidesnudo por la casa.

—¿Y desnudo si?

Claro.

—Jason, no te hagas el gracioso... —entrecierro los ojos, el los rueda.

—Ya, ya. Si pudiera pasearme desnudo en medio de la calle lo haría —suelta, sin una pizca de vergüenza— pero las señoras del asilo la libertad de dios me acosarían. Suficiente tengo contigo y la vecina.

Oh, ¡diablos! Esa chica sí que me agrada.

—¡Ella no te acosa! —suelto una carcajada— ¡Cris tiene catorce años!

UACEN | Amarte es poco [En Proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora