Prólogo.

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Prólogo.

La muerte no era en lo que pensaba a menudo, y si lo hiciera, créeme que no me importaba demasiado, jamás me pregunté cómo sería el día en el que al fin me fuera de la tierra llena de sarcasmo y malas pasadas, no voy a mentir, claramente me imaginaba a mi alma vieja en un hospital con quizás mis nietos a un costado de la cama con miradas de cachorro, preguntándose si al siguiente día su abuelo seguiría allí, tal vez mi madre siempre tuvo la razón y los cigarrillos iban a terminar envenenándome a tal punto que mi pulmón se convertiría en un doloroso cáncer que me llevaría hasta la luz.

Pero la cosa era que yo solo tenía diecisiete años, todavía estaba quejándome por levantarme cada mañana para ir al colegio, me iba a fiestas y despertaba con resaca al siguiente día, odiaba a mis profesores aun cuando ellos (tal vez) querían lo mejor para mi futuro, estaba empezando a probar y el cigarrillo era una de esas cosas que no podía evitar, mi madre seguía diciéndome que debía cambiar y yo seguía elevando el volumen de la música para no tener que escucharla.

 Así que, podrás imaginar que lo menos que podría pasar por mi cabeza era la muerte, aunque me enfrentaba a ella cada día.

Entonces, fue una de esas cosas que te llegan de golpe, porque, si somos sinceros, la vida te golpea constantemente, y no estás listo para recibir los golpes hasta que llegan, y de alguna forma debes mantener un puño apretado y contener la respiración.

Como dije, las cosas te llegan de golpe y quizás yo estaba tan distraído que no lo vi llegar, en mi cabeza solo había frustración en ese momento, mis manos estaban ardiendo y mi corazón latía a un ritmo exagerado. Quizás había sido un presentimiento ¿Sabes? Quizás Dios me había dado esta señal, como diciendo: bastardo, es tu fin. Pero si lo había dado, yo no lo había sentido, ya sabes, como cuando te despiertas por las mañanas con esa sensación de que algo malo acaba de ocurrir, ese cosquilleo en tu piel y el zumbido en tus oídos.

Lo único que pude sentir fue el golpe del auto, un sordo dolor que te paraliza el cuerpo. Y mientras el mundo a mi alrededor se detenía, y mientras estaba llegando el desastre, no pensé en mi vida, no pensé en mis amigos; no pensé en Zayn abriendo la puerta de mi habitación y gritándome porque estábamos llegando tarde al colegio, no pensé en Liam mordiendo la punta del lápiz y borrando una y otra vez el borrador de su ensayo de Ciencias, tampoco pensé en mi familia, en mi madre haciendo la cena o el aroma de manzana que siempre tenía cuando la abrazaba de pequeño, no pensé en mi hermana, Lottie, pintándose las uñas de color negro y rodando los ojos a cualquier cosa que la gente dijera, tampoco pensé en Jackson, el chico que me beso por primera vez cuando tenía catorce años, y digo esto porque jure que recordaría sus ojos incluso cuando el diablo me estuviera arrastrando en el infierno, y definitivamente no pensé en mis profesores hablándome sobre mi lamentable futuro.

Pensaras que soy algo egoísta, pero solo quiero decir que si creías que al morir todo lo que viviste iba a llegar a ti como una película de treinta segundos, quizá te han mentido, porque lo único que recordé fue la vez que empujé a Niall Horan de la banca del receso cuando teníamos ocho años.

Recordé su grito ahogado, recordé como caía al césped, su sándwich destrozado y sus ojos con una furia casi irreal, sus mejillas sonrojadas y la forma en la que se había levantado sin decir ninguna palabra.

De todas las cosas que había vivido en diecisiete años, los lugares en donde había estado, la gente que había visto, la música que había escuchado, los amigos con los que había disfrutado. Nada de eso. Solo Niall Horan y su cara sonrojada con furia.

Y es gracioso como solo un momento yo había estado caminando por la calle, pensando en tantas cosas, pensando en Nick y su estúpida propuesta y la última nota que había recibido en mi casillero, estaba tan enojado con todos, y entonces crucé la calle, y un segundo más tarde, la bocina fue desgarrando mis oídos, y el recuerdo de los ojos de Niall Horan chispeando de ira.

Hubo más, por supuesto, como el último momento, cuando estás agonizando, las maldiciones y los gritos, el sonido de las ruedas quemando contra el pavimento y el color carmesí esparcido por el suelo. Luego solo quedo un silencio vacio y brillante. Una cosa que no podrías explicar, algo que va más allá de todo lo que tu capacidad mental puede soportar, y no es como si te quedaras flotando en el espacio, es más rápido que eso, va más rápido que cualquier otra cosa.

Nunca me pregunté sobre la vida después de la muerte, también, porque se supone que cuando mueres lo haces y vas a donde sea que debes ir, a tu paraíso o a tu infierno, o a tu vacío, (al menos, eso es lo que me han enseñado), así que, yo no podía estar preparado para lo que sea que siguiera luego del que se supone es el final, no creo que nadie lo esté, realmente.

Down to the sea bed. / larry stylinson.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora