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Liam

—Está vivito y coleando, señores —dijo Alex cuando volví al taller con una pizza un rato después. La dejé en la sala de descanso y volví a salir a la vez que le dirigía una mirada inquisitiva.

—¿Qué narices haces? —le pregunté al verlo con la cabeza metida en el capó de aquella horrible chatarra azul.

—¿A ti que te parece? Trabajo en el coche de Zayn.

—Te dije que lo llevases al desguace, no aquí.

—¿No me digas? Te entendería mal —mintió. Alex oía perfectamente y nunca se le escapaba ni una palabra de lo que se le decía—. Bueno, ya que está aquí… —Me sonrió y puse los ojos en blanco, lo que lo hizo reír—. Anda, venga, será nuestro nuevo proyecto. Hace tiempo que buscamos algo con lo que divertirnos, algo apasionante.

Rodeé el coche y le di una patada a una de las ruedas.

—Esa cosa no tiene nada de apasionante. Es un gran montón de mierda. Si fuera la mierda de un animal, sería de mono. Si fuera de una persona, sería la tuya. Es la peor mierda que ha existido nunca.

—Guau —silbó Alex—. Me alegra que te esfuerces por controlar los tacos. Por cierto, ¿de verdad crees que la mierda de mono es peor que la de hipopótamo?

—Supongo que depende del tamaño del mono.

—No, que va. —Negó con la cabeza.

—Déjate de tonterías. Saca esta chatarra del taller.

—Escucha, chaval. Sabes que te quiero como si fueras mi hijo, pero que rechaces una fantástica oportunidad de aprendizaje con esta preciosidad azul porque odias a la familia a quien pertenece, es infantil.

—Esa familia está podrida —ladré—. Tú también deberías odiarlos.

—No te lo niego, pero este bebé no tiene la culpa. —Se abrazó al coche—. No ha elegido la familia que le ha tocado. No tiene voz ni voto en quién es su dueño. Solo está aquí, en nuestro taller, en busca de un poco de amor. ¿Por qué no se lo damos, Li-Li?

Me miró con ojos de cordero degollado, consciente de cuánto odiaba que lo hiciera.

Alex era mi tío, el hermano mayor de mi madre, y se había mudado de vuelta a Chester cuando mi padre ya no fue capaz de encargarse del taller ni de mí. Era prácticamente la única persona del pueblo que me importaba.

Teníamos una relación cercana, al menos tanto como me permitía acercarme, lo cual no era mucho.

Tenía el cuerpo lleno de tatuajes y, si encontraba algún rincón vacío, lo solucionaba rápidamente. En su tiempo libre trabajaba en un estudio de tatuajes a las afueras. Tenía el pelo negro y gris, siempre lo llevaba peinado hacia atrás, y llevaba varios piercings. Si pasabas por su lado en la calle, es posible que te diera miedo, al menos hasta que empezara a hablar de la nueva mascarilla de aguacate que acababa de probar.

Era una de las personas más positivas del planeta, todo lo contrario a mí. Sin embargo, al mismo tiempo, nuestro vínculo tenía sentido; nos complementábamos.

—A mi padre le dará algo si se entera que tenemos el coche de un Malik en el taller —advertí. Si alguien odiaba la iglesia más que yo, ese era mi padre.

—No se enterará. Será nuestro pequeño secreto.

—Tu secreto. No voy a tocar ese coche, no quiero tener nada que ver con esa familia. —La única razón por la que había aceptado que el coche se quedase es porque sabía que no iba a parar hasta salirse con la suya—. Pero que quede claro, no me gusta.

Notas (ZIAM)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora