CAPÍTULO III

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Era lunes, Harry usualmente se levantaba con el despertador marcando las seis en punto de la mañana. Automáticamente suena una de las canciones de su Playlist (It's Not Enough de Starship) que se escuchaba en toda la estancia de su vasta habitación, y no es que este viejo para escucharla, era que le gustaba ese remoto género de música.

Lo ponía de muy buen humor.

Se estiró para desentumecer sus músculos antes de bostezar y oír la puerta ser tocada con brevedad, y posterior ser abierta con un sonido sordo. Su mayordomo Adam apareció sigiloso y fue directo para poder apagar el despertador, después a abrir las cortinas de terciopelo y seda para que ilumine el ambiente.

El oji verde bostezó y se sentó en la cama viendo cada movimiento de su mayordomo.

-Buenos días, señor. - Saludó cordialmente, dándole una sonrisa cálida, la cual le correspondió con el mismo gesto.

Harry lo consideraba parte de su pequeña familia. Desde que tiene uso de razón solo recuerda a una figura paterna, y ese es Adam.

-Buenos días a ti también, Adam. Llevo...- Rascó su barbilla para pensar - Toda una vida diciéndote que me llames solo "Harry", no recuerdo que lo hayas hecho ni una sola vez en todo este tiempo que nos conocemos, y eso es desde siempre. O de pequeño me decías: "niño" o "señorito" o " joven", y ahora "señor". Todos me hacen sentir viejo, Adam, ¿por qué tú también lo haces?

-Iría contra mis principios. Usted será siempre mi amo y señor. Lo será hasta que dé mi último aliento de vida y posiblemente hasta que mi espíritu salga de mi cuerpo y no desee irse de esta casa.- profirió calmado.

Él hablaba de una manera diplomática, mesurada, reflexiva y algo siniestra. Así era Adam.

-Así que señor, ya no intente hacerme cambiar de parecer porque entre usted y yo, el más terco soy yo. - dijo por último, mientras abría las ventanas, por las que entraba el aire gélido del clima mañanero de Londres.

Con eso había zanjado el tema, terminando de hacer lo que hacía y se acercó al más joven. Harry por su parte, se paró perezoso y caminó quedamente hasta situarse frente a él, lo tomó por los hombros y miró fijamente sus ojos grisáceos.

-¿Qué pasa, mi señor?- preguntó Adam sin saber porqué su amo lo miraba de esa manera tan inmutable. Apreció esos ojos adormilados y glaucos que solo los percibía en Harry y Edward.

Sus dos hermosos niños.

-¿Sabías que tus palabras y pensamientos son muy fatídicos?, solo demuestran lo longevo y extenuado que estás. Creo... Mejor dicho, estoy seguro de que necesitas unas vacaciones con inmediata urgencia.- Sonrió ladeando su cabeza - Solo un tiempo para relajarte y conocer a una hermosa mujer o tal vez un hermoso hombre, quién sabe, y así dejes de ser tan amargado. Estás aun a tiempo, los cincuenta son los nuevos veinte. ¿Esa frase no la escuchaste por ahí? -Soltó una risita con todo y hoyuelos. Dejó los hombros de Adam que se encontraba algo desconcertado por lo que acababa de escuchar y se fue hasta su cuarto de baño.- ¡Sólo es una sugerencia! ¡Decide a dónde quieres ir! ¡Todo correrá por mi cuenta!- Fue lo último que gritó antes de cerrar la puerta.

Adam solo pudo rodar los ojos ante la alusión de su amo, y meditó que él ya no estaba en edad para irse de viaje, ni mucho menos conocer a alguna dama. Él ya había tenido una mujer que fue y seguiría siendo la dueña de su casi marchito corazón; y aunque su amor terminó de una forma fatídica, lo seguiría atesorando hasta el final de sus días.

Por lo mismo, es que entiende tan bien a su niño, lo triste que debió ser abandonado por alguien que amaste, creyendo que su amor sería eterno.

Pero qué frágiles son algunos amores y qué desatinos de la vida que nos pone en una cruel encrucijada. Se dijo mentalmente mientras miraba fijamente a la puerta por donde entró Harry. Adam aún no dejaba de concebir como sería su vida si hubiera ido tras Emma. No, eso sería haber abandonado también a su niño y él más que nunca lo necesitaba.

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