Capítulo 3 - El anillo, el símbolo y la caja

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- El anillo, el símbolo y la caja -

Hera

Sábado, diez y media de la mañana.

Nueve horas para descubrir una de las verdades.

No tenía resaca, tampoco bebí mucho. Nunca he tenido resaca, ahora que lo pienso. Os podéis hacer una idea aproximada de lo mucho que "salgo de fiesta", je.

Estábamos desayunando los cuatro en la cocina, en un ambiente cálido y con olor a deliciosa repostería.

―Hoy no tengo deberes, los hice ayer antes de quedar con las chicas ―solté de repente―. ¿Puedo ir a visitar a la abuela? Para hacerle compañía.

Mis padres tenían que ir a hacer unos recados y seguramente estarían en ello toda la mañana, hasta la hora de la comida. Además, mi hermana no había tenido oportunidad de hacer sus deberes ya que quedó más pronto con sus amigas el día anterior.

Así que tenía vía libre para buscar cualquier cosa en casa de la abuela que pudiera darme cualquier pista de lo que pasaba.

―Sí, claro, está bien. Pero ya sabes, vuelve antes de la hora de la comida, que tenemos que ayudar todos un poco― respondió mi madre.

Me encontraba frente al portal de mi abuela, un bloque de pisos del centro de la ciudad, de la parte sur. Eran las once y media, así que tenía aproximadamente tres horas para buscar cualquier cosa. Llamé al número correspondiente y, tras subir por las escaleras al cuarto piso, mi abuela me abrió la puerta con una sonrisa triste.

―Hola, cariño ―dijo después de dejarme pasar.

―Hola, abuela Edurne ―contesté tras dar un paso adelante y envolverla en mis brazos. Era pequeñita ―algo raro en comparación con mi metro sesenta y cinco―, de manera que al abrazarnos su cabeza quedaba en mi pecho, y me encantaba aquello.

Sentí que en aquel abrazo nos dijimos todo lo que nos queríamos.

Al despegarnos observé su rostro, del cual yo había heredado la palidez, y vi que tenía ojeras muy marcadas y los ojos ligeramente rojos.

Ninguna quería hablar del tema, pero tampoco nos gustaba hacer como si no hubiera pasado nada, así que simplemente nos hicimos compañía mutuamente durante algo más de una hora, en la que charlamos sobre todo y nada al mismo tiempo.

―Abuela, ¿puedo subir al camarote a buscar una cosa que me regaló la bisa? ―le pregunté con la intención de subir sola.

―¿Y qué es lo que quieres buscar? Si no te importa me quedaré aquí, tengo que preparar la comida ―respondió.

―¿Recuerdas cuando Sophie y yo éramos pequeñas, cuando la bisabuela aún estaba bien? En aquellos tiempos ella siempre llevaba sus anillos puestos, y siempre decía que nos los regalaría cuando fuéramos más mayores. Pues recuerdo que cuando enfermó los subisteis arriba, y me gustaría tenerlos... Para conservar algo de ella. Ya sabes ―le sonreí.

―Claro que sí, cariño. Te espero aquí ―finalizó con amabilidad.

El camarote de mi abuela se hallaba en el noveno piso; es decir, en el último. Subí por las escaleras, llaves en mano, con el eco de mis pisadas acompañándome. No me gustaba aquel lugar; era oscuro y frío, y de pequeña me daba miedo subir allí.

Parecía como si algún monstruo fuera a salir de allí para asustarme.

Cuando estaba en frente de la puerta con el número correspondiente a la vivienda de mi abuela, metí y giré la llave; una... dos... tres vueltas a la misma hasta que la puerta se abrió y tuve aquella pequeña habitación de nuevo delante de mí.

OCULTOS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora