Capítulo 20 - No me digáis que habéis hecho un trío y no me habéis invitado

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-No me digáis que habéis hecho un trío y no me habéis invitado-

Eris

Ella también había bebido.

¡Ella también había bebido!

Honestamente, el impulso de levantarme y celebrarlo era muy fuerte, pero no lo hice.

Ella entreabrió sus labios, y se me fue la mirada allí. Desde el primer día que la vi supe que iba a volverme loco. Me atraía ya desde que la vi con aquel camisón en el ala hospitalaria de aislamiento de la Ciudadela, cuando me fijé al andar tras ella en la forma en que la tela se adhería a su estrecha cintura, a sus caderas, a su…

Entonces Hera rompió el contacto visual, llevándose ambas manos a la cabeza y cerrando con fuerza los ojos, mientras su bonito rostro se contraía en una expresión de dolor.

Mis alarmas se activaron en el acto.

―Eh, eh, Hera ―Me acerqué a ella y le sujeté los hombros, incitándola a mirarme―. Abre los ojos, por favor.

Trató de hacerme caso. En cuando los abrió por unos segundos confirmé mis sospechas: estos cambiaban de color cual intermitente de coche.

―Ven conmigo ―le agarré del brazo y, con sumo cuidado, la ayudé a levantarse―. ¿Dónde hay un baño?

Sus amigas nos miraban con una sonrisa de oreja a oreja. Supuse que pensaron que queríamos intimidad o algo parecido.

Ojalá.

La única que pareció darse cuenta de que algo iba mal fue su mejor amiga, esto… ¿Irene? ¿Irune? ¿Yrina? Sí, eso. Frunció el ceño, pero se distrajo cuando su novio le dijo algo que no oí.

La anfitriona me indicó dónde encontraría el cuarto de baño, así que ayudé a Hera a ir para allá.

Una vez allí, cerré la puerta con pestillo y me giré hacia ella, que se encontraba con las manos apoyadas en el lavabo y la cabeza gacha.

―Mierda. Hera, ¿te duele mucho la cabeza?

―Yo… ¡Joder! ¡Sí! ¡Cómo duele! ―chilló, llevándose de nuevo ambas manos a la cabeza y girándose para apoyar la espalda en la pared.

No podía explicarlo, pero el verla así me producía un gran malestar que, si os soy sincero, me fastidiaba bastante.

―Ven aquí.

Primero la envolví en mis brazos durante un rato (cosa que solía hacer mi padre conmigo y que en ocasiones funcionaba), pero al ver que no se relajaba volví a mirar sus ojos.

Estaba seguro de que ya había completado el cambio. Iba a ser como yo. Ya no iba a volver a tener los ojos del mismo color. ¿Pero qué era aquello que nos unía? ¿Qué era aquella extraña conexión que los Sabios se negaban a explicar?

Entonces la cosa empezó a descontrolarse.

―¡Duele!

Apretaba los dientes con tanta fuerza que temía que acabaran rompiéndose. Se apretaba las sienes con esa misma fuerza, con la esperanza de que el dolor cesara. Pasé por algo parecido yo también, con esos dolores infernales de cabeza. Pero me imaginaba que su caso sería peor, pues su cuerpecito tenía que albergar una gran cantidad de poder. Tenía que hacerse espacio. Y a veces necesitaba salir.

Por eso entrenamos. El poder necesita salir de vez en cuando. Como si fuéramos ollas a presión. Necesitamos dejar salir poco a poco esa presión, porque si no lo hacemos… Llega un día en el que acabamos explotando. Y, dependiendo de la persona y de lo poderosa que sea esta, la explosión puede ser como un petardo o… Como una bomba atómica.

OCULTOS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora