Capítulo 14 - La única constante

18 6 0
                                    

- La única constante -

Hera

Me había vuelto a pasar.

Mi inconsciente había vuelto a jugarme una mala pasada, como cuando quedé con Dash.

Sophie me contó que me había quedado paralizada, que no había pestañeado una sola vez y que los ojos se me habían puesto llorosos. Al menos no se había derramado ninguna lágrima.

Uf.

Cuando volví a mí me dirigí directamente a la salida, de pronto ahogada por las miradas de aquellas pocas personas. Papá me siguió inmediatamente, con mamá y Sophie detrás.

―Eh, eh, cariño. ¿Estás bien? ―inquirió él acercándose.

―No sé, papá, no entiendo nada. ―Se me quebró la voz al hablar. Abracé a mi padre en busca de consuelo, abrazo al que se unieron las dos mujeres segundos después.

Tenía ganas de llorar, pero no me lo permití. Ese día iba a ser uno feliz, en familia, conociendo Polis. No iba a deprimirme en ese momento, gracias.

―Vamos al mirador ―solté, separándome de ellos.

―¿Segura? ¿Quieres que nos vayamos? ―preguntó mi madre.

―No, de verdad. Quiero que, al menos por hoy, estemos bien. Y deseo que veáis tú y Soph la maravilla que hay ahí arriba. Vais a flipar ―terminé con una sonrisa.

―Está bien, pero tú y yo tenemos que hablar ―declaró mi padre, señalándome con un dedo.

―Sí, tenemos que hablar ―coincidí yo, con los ojos bien abiertos, lanzándole una mirada acusadora.

Mamá y Sophie nos observaban como si de un partido de tenis se tratara. Mi padre se llevó una mano al pecho, indignado, para luego entrecerrar los ojos en mi dirección.

―Vale ―sentenció.

―Vale ―le copié, sonriente y victoriosa.

Esa vez todos subimos por las escaleras, ya que tan solo nos quedaba un piso entre la biblioteca y nuestro destino. Al llegar al pasillo con forma de L, mamá y Sophie se dirigieron a las primeras puertas.

―Esas no son ―dijo mi padre de pronto―. Esas puertas dan a la sala de reuniones de los Sabios y siempre se encuentran cerradas.

―Donde tenemos que ir está a la derecha siguiendo el pasillo, al final ―solté antes de darme cuenta de lo que había dicho. Se suponía que yo no había estado allí.

―¿Y tú cómo sabes eso? ―inquirió entonces papá, dándose cuenta del significado de mis palabras.

Ups.

Sonreí inocentemente.

―La noche que pasamos aquí. Después de que llegaras a la habitación era incapaz de volver a dormirme, así que, después de intentarlo un rato, me levanté y me fui a investigar. Estuve en el mirador hasta que me entró sueño y volví a la cama ―confesé. O medio mentí. Ya se lo contaría todo en otro momento.

Mentirosa.

Cállate.

―Ajá ―asintió con desconfianza.

Anyways, vamos al mirador ―cambié rápidamente de tema.

Continuamos por el pasillo y, cuando llegamos a las grandes puertas, advertí a mi madre y a mi hermana sobre la maravilla que iban a ver a continuación. Me adelanté, agarrando un pomo con cada mano, y abrí las puertas con un gesto teatral, tratando de crear una especie de atmósfera intrigante. En cuanto las puertas se abrieron completamente, dejé paso a mis familiares, tras lo que mi madre y Sophie quedaron boquiabiertas.

OCULTOS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora