Capítulo 4 - La amenaza

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- La amenaza -

Hera

¡Corre! ¡Más rápido!

¡Corre, maldita sea!

Mis pies chocan una y otra vez contra el frío suelo; está lleno de agujas de pino, piedras y demás, y todo ello se me clava en las plantas de los pies a cada zancada que doy. Duele, pero lo ignoro.

Tengo que huir y ya está.

Llevo puesto un camisón blanco de tirantes, que me llega hasta por debajo de las rodillas y está manchado de barro hasta los muslos. Llueve muchísimo; pero es una tormenta y el ambiente es húmedo, con olor a pino, tierra mojada y ozono.

La adrenalina que corre por mis venas me hace posible la huida. Estoy agotada; llevo corriendo una eternidad.

Al principio, personas con batas blancas corrían detrás de mí; muchas personas con batas blancas. Me gritaban, pero con voces que transmitían tranquilidad; decían que no me harían daño, que cuidarían de mí, que no dejarían que nada malo me pasara. Sin embargo, en cuanto advirtieron mi desobediencia a sus palabras vacías e inciertas, sus gritos se transformaron en unos mucho más agresivos. "¡Ni se te ocurra escapar; las consecuencias serán graves!" o "¡Detenganla como sea, pero la quiero viva!"

Ahora hay menos de ellos y más personas con uniformes oscuros; creo que es personal de seguridad.

¿Por qué me persiguen? ¿Qué se supone que he hecho? ¿Por qué llevo este camisón de hospital?

A pesar de que me es imposible hallar la respuesta a cualquiera de las anteriores preguntas, tengo completamente claro que no puedo parar de correr. Lo único que sé es que si ellos logran atraparme, lo que haya causado que quisiera huir de su lado será un paraíso en comparación con lo que me harán después.

Entonces, mis piernas comienzan a agotarse sobremanera. Mala señal, muy mala señal. Llevo esprintando más que nunca en mi vida y no estaba preparada para esto; nunca había corrido tanto tiempo seguido al máximo de mis capacidades. Como no consiga perderlos de vista en unos pocos minutos, la que estará perdida seré yo.

¡Madre mía!

Mi adrenalina vuelve a subir cuando a lo lejos veo una carretera lo suficientemente grande como para que alguien me vea y me ayude. De repente, un vehículo entra en mi campo de visión y, sin dudarlo ni un instante, grito con todas mis fuerzas en busca de auxilio.

Entonces la puerta trasera de la furgoneta se abre en un momento y al menos una decena de guardas salen en tropel de la misma, gritándome quién sabe qué con la intención de detenerme.

Sin pensármelo dos veces, doy un giro de noventa grados hacia mi izquierda y continúo corriendo.

Hasta que escucho el disparo que me hace caer de bruces al suelo con un dolor terrible en el gemelo derecho.

Me desperté empapada en sudor, temblorosa y completamente aterrorizada. El dolor en la pierna seguía latente, pero cuando miré no había nada. Estaba en mi cama, en mi habitación, en mi casa.

¿Había sido un sueño? ¿Cómo puede ser un sueño tan real?

***

Aita, ¿qué es esto? ―pregunté tras salir de mi ensimismamiento.

―Últimamente has notado sensaciones muy fuertes, ¿verdad? ―respondió. Aquella pregunta fue más bien una afirmación. ¿Cómo...?

―Eh... sí, es todo muy raro. ¿Cómo lo sabes? ¿Qué me está pasando?

OCULTOS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora