Capítulo 8 - ¡Chocolate!

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- ¡Chocolate! -

Eris

―¡Hera! ¡Hera, por favor, responde! ―grité buscándole el pulso al comprobar que, efectivamente, no estaba respirando.― ¡Papá! ―me giré entonces. Dos de los guardias ya se estaban acercando con una camilla plegable sacada de quién sabe dónde a paso ligero, al tiempo que mi padre se acercaba al trote.

―¿Cómo está? ―preguntó más bien por educación mientras le palpaba el cuello.― Tiene el pulso muy débil. ¡La camilla! ¡Ya! ―ordenó.

Miré a mi padre con preocupación.

―Tranquilo, hijo. Ayúdame a subirla a la camilla.

Entre los dos pudimos subirla sin mucho esfuerzo; pesaba muy poco.

La levantaron y salimos de allí casi corriendo.

No miré atrás.

Cuando las puertas del ascensor se cerraron, pulsé el botón del piso correspondiente a Urgencias repetidas veces con notable nerviosismo.

―Hey, Eris ―comenzó mi padre.― Tranquilo, se va a poner bien ―sonrió, posando su mano en mi hombro y dando un leve apretón en un gesto de apoyo.

Asentí apretando los labios.

Parecía que aquella vez el ascensor iba a cámara lenta, lo que me ponía de los nervios.

También tenía sentido, puesto que teníamos que subir once pisos.

En cuanto llegamos a nuestro destino, las puertas se abrieron con un pitido y llevamos a Hera a paso rápido a una de las habitaciones de Urgencias, ya que este ala del hospital era el que más cerca estaba.

Yo permanecí en todo momento a su lado, preguntándole a mi padre si podía ayudar en algo.

―Eris, espera afuera.

Aunque no quería, tuve que hacerle caso.

Creo que pasaron unas dos horas sin respuestas, en las que estuve mirando al vacío mientras mil pensamientos pasaban por mi cabeza.

Miré la hora en el gran reloj de la sala; eran casi las doce de la noche.

Entonces mi padre apareció por el pasillo que conectaba la sala de espera con las habitaciones.

―Hola ―dijo. Parecía cansado, lo cual era completamente normal, teniendo en cuenta que no había parado de trabajar desde las siete de la mañana. Se suponía que aquel día lo tenía libre, e íbamos a ir a comer juntos a donde fuera, a pasar el día como antes lo hacíamos, pero en el último momento tuvo que ir a trabajar por orden directa de los Sabios. Otra vez. Él era el médico más preparado de Polis.

Se sentó a mi lado dando un largo suspiro.

Le miré expectante.

―Ella está bien. Ha perdido la consciencia y ha caído al suelo hacia atrás. Al parecer ha ocurrido por estar expuesta durante un rato al terror, seguramente a causa de la proyección de uno de sus mayores miedos que hizo la sala por haber entrado sin autorización. ―Se pasó la mano por la cara, cerrando los ojos un momento y suspirando otra vez.― Se ha dado un golpe fuerte en la cabeza al caer al suelo, pero por suerte no es nada grave. ¿Te haces una idea de lo que podía haber ocurrido?

Me miró un poco decepcionado, y lo único que pude hacer fue agachar la cabeza.

Me encontraba sentado en una de aquellas incómodas sillas, con la espalda encorvada, los codos apoyados en las rodillas y las manos entrelazadas en la nuca.

OCULTOS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora