1. 22 de septiembre

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No había dormido nada, sus ojeras lo delataban, por eso había pasado largos minutos frente al espejo intentando ocultarlas.

Sonrió a su reflejo, mejor dicho; lo intentó. Sus lágrimas amenazaron con salir, pero, sin saber cómo, pudo contenerlas.

Hacía seis años de aquél día y año tras año lo había sufrido igual. Jamás iba a poder olvidar aquella fecha, por encima de todo quedaría grabada en su mente.

Tuvo que tomarse unas cuantas pastillas antes de salir de casa, le dolía demasiado la cabeza y, entre otras cosas, sentía que la ansiedad iba a atacarle en cualquier momento.

Al llegar al trabajo intentó cruzarse con el mínimo de gente posible, para después entrar en su clase. Tomó asiento en su escritorio y sacó su agenda para ver que tenía previsto para aquél día.

Al ver la fecha suspiró, tragó saliva fuertemente y cerró los ojos. Fue interrumpida por el sonido del timbre y algunos de sus alumnos entrando en el aula.

Ni siquiera le hizo falta fingir una sonrisa, sus niños hacían que la pusiera automáticamente. Aunque, en cierta parte, estar con niños era lo que le dolía aquellos días.

Aquél era el segundo curso que estaba en el colegio, además de las prácticas que había hecho anteriormente, por lo que su complicidad con sus pequeños alumnos era bastante.

❤️❤️❤️

Pese a que estaban prácticamente al inicio del curso, había sido un día duro y lo único que quería era llegar a casa, darse un baño y encerrarse en su habitación a llorar.

Y fue justo lo que hizo.

En cuanto abrió la puerta, su gata fue a saludarla. Llevaba con ella desde un par de meses después de aquél incidente, si es que podía llamarlo así, y le había sido de mucha ayuda.

Se paró a acariciarla y seguidamente se encerró en el baño, sin ni siquiera comer. Se desnudó lentamente sin mirarse al espejo, no podía verse desnuda, no desde aquél día. No podía ver la marca que le recordaba que todo había salido mal, le era imposible. Había trabajado aquél miedo con la psicóloga, pero se negaba a pasarlo mal.

En cuanto uno de sus pies entró en contacto con el agua caliente soltó un suspiro, sabía que le esperaba la peor parte. Ahogarse en sus lágrimas, perderse en sus pensamientos, era duro y, aunque recordaba aquello todos los días, cada 22 de septiembre se hundía un poco más.

Una vez dentro del agua, instintivamente, sus manos se posaron sobre su vientre. Recorrió aquella cicatriz que tanto le hacía sufrir y lloró, lloró como nunca. O como siempre, realmente.

Casi podía sentir como lo arrancaban de sus entrañas, como aquél quirófano quedó en silencio, mientras una pequeña esperanza de escuchar su llanto seguía dentro de ella. Pero no, jamás escuchó aquello.

Solo de pensar que podía tenerlo con ella, que cabía una posibilidad de poder pegarlo contra su pecho, besarlo, abrazarlo; se hundía.

Cuándo el agua empezó enfriarse y sus ojos dejaron de derramar lágrimas, salió de aquella bañera. Se vistió y se acurrucó en el sofá con Lola, su única compañera de vida.

El sonido del timbre interrumpió sus pensamientos. No esperaba a nadie, es más, no tenía ganas de ver a nadie.

A regañadientes, se levantó y abrió la puerta, encontrándose con su hermano y su sobrina al otro lado de ésta.

Miedos tatuados en la piel // Miriam²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora