6. Vuelve

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Sorprendentemente, la semana había pasado rápido para la gallega, y el viernes había llegado casi sin darse cuenta. Normalmente terminaba agotada, tanto física como emocionalmente, a causa del trabajo y la manera en que maquinaba su cabeza cada día. Pero aquella semana estaba muy feliz, había hecho cosas que le llenaban aquél vacío en el pecho, con el que sentía que llevaba cargando demasiados años.

Por fin, después de tanto pensarlo, se había pasado por la peluquería para hacerse aquél cambio. Había optado por retocar el corte, al que añadió un flequillo, y teñirse el pelo de aquél color melocotón que le llamaba tanto la atención y que su peluquero, Jesús, le había recomendado hacía ya algunos meses. Quizás por eso se sentía distinta, como una Miriam nueva que había salido de su zona de confort, pero más ella que nunca. Sentía que le daba un toque más juvenil, más propio de la Miriam que había sido seis años atrás.

La realidad era que sentía que estaba entrando en una rutina que no era para nada buena. Un círculo vicioso infinito. Sentía que tenía que comenzar a rehacer de nuevo su vida y aquello empezaba por su aspecto físico, dando un toque más juvenil a su estilo. Como le había recomendado la psicóloga: dar pasos pequeñitos, pero seguir avanzando.

También se había encargado de llevar y recoger a su sobrina en su segundo día de baile, y solo con ver su carita de felicidad, una sonrisa se instalaba en su cara casi inconscientemente.

Por otra parte, y sin saber muy bien como, se había atrevido a mandar un mensaje a sus padres. Se tomó su tiempo y escribió con las manos temblorosas todo aquello que quería -y que por fin estaba dispuesta-  contarles. Llevaban años sin hablar, su único nexo de unión era Efrén, y aquello era muy complicado para ambas partes.

Los gallegos no esperaban que su hija tuviera que crecer y tener aquél tipo de responsabilidades, así de repente y sin haber cumplido siquiera los diecinueve años. Y tampoco para que aquello se desplomara cuando todos se habían hecho a la idea, sin saber lo que aquello conllevaría.

—Miriam, abre por favor. — insistió su madre, llamando de nuevo a la puerta de su habitación. Estaba abierta, pero la mujer no quería invadir su espacio.

Llevaba encerrada desde que habían llegado del hospital aquella mañana, y eran ya pasadas las cuatro de la tarde. No había salido ni siquiera para comer, lo cual preocupaba bastante a los allí presentes, y por eso habían intentado varias veces que saliera de allí. Pero si siquiera Efrén lo había conseguido.

—Pasa... — susurró en un hilo de voz, que ni siquiera supo cómo había logrado salir de su boca.

Marité abrió la puerta con despacio y con cuidado, por si la rubia terminaba arrepintiéndose. Se la encontró sobre la cama, hecha un ovillo, y convulsionando a causa del llanto, abrazada a un osito de peluche que ella misma había comprado hacía un par de meses para el que iba a ser su hijo.

Miña nena... — susurró, acercándose a ella y tomando asiento a su lado, pero Miriam le dio rápidamente la espalda. La mujer puso una mano sobre su hombro, acariciándolo con cariño. Pero con lo que no contaba era con que su hija se apartara ante aquél gesto — Miriam, cariño. — murmuró, tratando de que la otra calmara su llanto.

—No me toques. — dijo Miriam, con la voz ronca a causa de las horas que llevaba llorando — No me lo merezco. Lo que me merezco es quedarme sola.

—No digas eso. — a Marité le enfadaba mucho escuchar aquello salir de la boca de la rubia, pero aún así mantuvo su tono calmado, pues no quería tener un efecto negativo sobre su hija — Nos tienes aquí. A todos. — recalcó. Tanto ella como su marido, Efrén e Inés estaban allí para ella. Y por supuesto, Pablo — No tienes porque pasar por esto sola.

Miedos tatuados en la piel // Miriam²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora