8. Apuesta

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—¡Perfecto! Hemos terminado por hoy, clase. — exclamó la profesora exhausta — Muchas gracias a todos por venir, nos vemos en la próxima clase.

Aquella actividad era algo que intentaba hacer cada año a principio de curso. Montaba una coreografía sencilla, que cualquier persona sin mucha experiencia pudiera seguir, y pedía a sus pequeños alumnos que invitaran a las clases a cualquier adulto con el que tuvieran confianza. Sentía que con aquello ayudaba a los niños a ganar confianza en las clases, por lo que ya llevaba bastantes años haciéndolo.

—Miriam. — habló la rubia, al ver que la gallega estaba a punto de salir con su sobrina de la mano — Ven un momento, por favor. — le pidió.

Había estado observándola durante toda la clase, quizás demasiado y muy descaradamente, y se había dado cuenta de que aquella forma de seguir sus pasos no era de ninguna principiante ni mucho menos.

—¿Pasa algo? — preguntó la gallega, confundida, sin fabes muy bien si había hecho algo mal.

—Sara, cielo, tú puedes ir a cambiarte. — habló la rubia con la pequeña, haciendo que Miriam se asustara aún más. ¿Tendría algo malo que decirle?— Cuéntame, ¿hace cuánto que bailas?

La gallega abrió mucho los ojos cuando escuchó aquella pregunta. Era imposible. Era imposible que se hubiera dado cuenta, ya que no había hecho un solo paso de baile desde que se había quedado embarazada.

—Yo... No... — tartamudeó la menor, todavía asombrada con el ojo que había tenido la bailarina para aquello — Yo no bailo. — dijo finalmente bajando la mirada a sus pies. Aquella mirada y esa sonrisita socarrona le estaban poniendo ligeramente nerviosa.

—¡Venga ya! — exclamó la rubia, que no sé creía ni una sola palabra de lo que le estaba diciendo — Llevo muchos años en esto y me he fijado en como te mueves, esos movimientos no salen solos.

—Te juro que no bailo. — repitió Miriam, mirándola y cruzándose de brazos con actitud chulesca. No pensaba decirle que el baile había sido parte de su pasado, se negaba a darle la razón.

—¿Apostamos algo? — sugirió la bailarina, que sabía que tenía todas las papeletas para ganar, pues ella nunca se equivocaba con aquello — Te marco unos pasos, si los sigues bien y consigo sacarte la verdad, te invito a desayunar. Si no, me invitas tú. — propuso alargando la mano hacia la gallega.

—Trato. — aceptó la pelirroja, que sin saber porqué tenía ganas de compartir aquél desayuno con ella y conocerla más. Quizás era esa personalidad magnética lo que le llamaba la atención.

Mimi sonrió, orgullosa de haber logrado su objetivo, y segura de que iba a ganar aquella apuesta. Aquella gallega tenía algo que le había llamado la atención desde el principio, y no quería desaprovechar una oportunidad como aquella.

Puso play a la música de nuevo y marcó unos pasos que había estado ensayando el día anterior para una nueva coreografía. Pasos que Miriam no tardó en imitar prácticamente a la perfección.

Era imposible. No podía estar moviéndose así de la nada, con aquella fluidez.

La rubia aprovechó para observarla detenidamente; subió por sus largas piernas hasta llegar a su culo. MIERDA. Miriam la acababa de pillar y estaba mirándola con sorna a través de aquél enorme espejo que ocupaba toda una pared de la sala.

«Tierra, trágame» pensó la granadina, mientras el calor comenzaba a subir por sus mejillas. ¿Miriam Doblas se estaba avergonzado? Efectivamente. Ni ella misma podía creerlo.

—Esto... — murmuró tratando de que no se notara demasiado, obteniendo como respuesta una carcajada de la gallega.

—¿Miraste bien o necesitas que lo repita? — preguntó, dándose la vuelta para quedar cara a cara.

Miedos tatuados en la piel // Miriam²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora