3. Embarazada

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Después de tanto sufrimiento, había conseguido dormir aquella noche del tirón, cosa que agradeció y le hizo sentirse renovada a la mañana siguiente.

Pero todavía había algo que rondaba su mente desde hacía algunas semanas; sus padres. Llevaba años sin verlos, y aquello escocía, era como un estaca clavada en el pecho constantemente.

Desde bien pequeña había tenido una relación muy estrecha con sus padres y su hermano; eran su todo. Podía confiar en ellos para cualquier cosa que necesitase, de hecho así había sido, pero con el paso del tiempo y las circunstancias, el único que se había quedado a su lado era Efrén.

Quedarse embarazada con diecinueve años y la carrera recién empezada era algo de lo que no se sentía especialmente orgullosa, pero tampoco se arrepentía, pues estaba dispuesta a amar a ese niño con todo su corazón. Realmente pensó que sus padres la apoyarían en aquello, pero la verdad es que no fue del todo fácil convencerles de que aquello era una buena idea.

-Miriam, en algún momento tendrás que hablar con papá y mamá. - insistió su hermano, de nuevo.

Él había sido el primero en saberlo, ni siquiera su novio, Pablo, estaba al tanto de la situación todavía. Y es que en cuanto vio las dos rayitas en aquél test de embarazo lo único que pudo hacer fue buscar ayuda en Efrén, era mucho más su hermano para ella y él sabría bien qué hacer.

-No es fácil, Efrén. - dijo frotando sus manos, nerviosa - Es que... Joder - suspiró rompiendo a llorar.

Había perdido la cuenta de cuántas noches había pasado entre lágrimas aquella última semana, debatiéndose entre hablar con sus padres, con su novio o tomar una decisión primero.

-Ey, ey. - llamó su atención el gallego. La empujó con cuidado, para sentarla en la cama y se colocó a su lado, abrazándola por los hombros y dejando que llorara todo lo necesario. Cuando estuvo más calmada, acarició su espalda con cariño de arriba a abajo, pero sin separarse de ella - Estoy contigo, pase lo que pase con papá y mamá yo voy a estar ahí. Siempre. ¿Me oyes? - preguntó, haciendo que la rubia asientiera sobre su cuello.

-Perdón. - susurró, terminando de secar los restos de lágrimas que quedaban en sus mejillas. El chico negó. No tenía que pedir perdón, y mucho menos por romperse en esos momentos.

-Tómate tu tiempo para relajarte, y cuando estés bajamos a hablar con ellos. Te juro que no me separo de ti, peque.

Estuvieron unos minutos en silencio, mientras la gallega se aferraba con fuerza a su hermano, sabiendo que el momento estaba a punto de llegar. Tampoco podía alargarlo más, pues comenzaría a ser demasiado evidente, además de que tenía que tomar una decisión.

Aunque realmente, y en el fondo, sabía que esa decisión estaba tomada.

Cuando se sintió preparada para dar aquél paso, bajó las escaleras junto a su hermano, encontrándose a sus padres sentados en el sofá. Su madre se dedicaba a leer un libro, mientras que su padre trasteaba con su teléfono, probablemente escuchando música.

La rubia tomó asiento justo enfrente, en un sillón individual, y su hermano se sentó en el reposabrazos de este, poniendo la mano sobre su hombro para que viera que estaba con ella.

-Mamá. - llamó el chico, al ver que ninguno de los dos se había percatado demasiado de su aparición. Señaló a su padre con la cabeza, y después a Miriam, dándole a entender que querían hablar. La menor ni siquiera podía levantar la vista de sus piernas - Miri... - susurró, dando unos golpecitos en su espalda cuando sus padres ya les estaban prestando atención.

Miedos tatuados en la piel // Miriam²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora