5. Primer día

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—¿Es una sorpresa súper guay? — preguntó la niña, mientras daba vueltas a la comida de su plato.

—Sí. — asintió Miriam. Estaba igual de emocionada que ella, o incluso más, porque la rubia sí sabía de qué se trataba el plan de aquella tarde — Pero termina de comer, por favor. — no solía tener quejas de su sobrina, para ella era una niña fantástica, pero de vez en cuando se le dificultaba aquello de darle de comer.

—Jo, es que no me gusta, tita. — se quejó, pues para nada se esperaba que la comida que le iba a poner su tía sobre el plato era pescado y verduras. Puso su mejor cara de pena, haciendo un puchero y poniéndole ojitos.

—No te voy a poner otra cosa. Tú verás, pero si no te comes todo no habrá sorpresa. — no le gustaba amenazarla ni ser la mala, pero alguna que otra vez tenía que tirar de esa Miriam más seria para que la pequeña entrara en razón.

—Mmm... — murmuró Sara pensativa  — Vale. — accedió — Pero me dejas elegir el postre, porfa. — pidió, y la gallega tampoco pudo negarse a aquello.

—¿Qué vas a querer, entonces? — preguntó, aún sabiendo la respuesta de antemano.

—¡Helado!

—Está bien. — aceptó la mayor — Pero uno pequeñito, que nos conocemos.

Estaba muy feliz desde que se había levantado. Había conseguido descansar otra noche más, cosa que no solía pasar tan a menudo, había sido un día bastante bueno en el colegio y además se moría por ver la carita de ilusión de su sobrina aquella tarde.

Sabía muy bien lo que era tener esa ilusión por hacer algo que te gusta o te llama cuando eres pequeña, pues ella lo había vivido en sus propias carnes.

Desde bien pequeñita le había llamado la atención la música y todo lo que tenía que ver con ella; las guitarras, los micrófonos... En cierta parte había crecido rodeada de aquello, su padre siempre había sido un apasionado de la música, con su guitarra colgada, sus karaokes, incluso había tenido un grupo cuando era joven.

Así que prácticamente desde recién cumplidos los cuatro años empezó a insistir a sus padres con apuntarse a clases de guitarra. No fue hasta dos años después, cuando su padre le regaló su primera guitarra, que los gallegos accedieron a apuntarla a aquellas clases. Desde entonces no se había separado prácticamente de su guitarra, y cuando fue algo más mayor, comenzó a acompañar aquellos acordes con su voz.

Solía ser su vía de escape, hasta que se distanció de sus padres, entoces dejó poco a poco que hacer de aquello, hasta dejar su guitarra guardada en el fondo de su armario. Le encantaba rasgar las cuerdas de su guitarra, sí, pero le recordaba demasiado a su padre y a aquellas tardes de domingo en el sofá mientras él le enseñaba melodías nuevas y de vez en cuando ella le dejaba leer la libreta en la que escribía de vez en cuando, cuando la inspiración iba a visitarla a su habitación de madrugada.

Pero todo eso se había acabado hacía muchos años, y dolía como una bala en el pecho, porque en gran parte era su culpa. Fue ella la que se distanció después de todo lo que pasó, la que se alejó de allí sin importarle nada ni nadie, cuando la realidad era que sus padres no le habían cerrado las puertas de aquella casa.

❤️❤️❤️

—Mimi, ¿Te acuerdas de lo que te comenté ayer? — preguntó Marta, cuando vio a la granadina salir de una de las salas, la cual había estado preparando para la siguiente clase.

—Sí, supongo que llegarán pronto. — dijo echando un vistazo a su reloj. El día anterior no estaba en sus mejores condiciones, pero se acordaba perfectamente de que Marta le había avisado de que tendría que entrevistarse con aquella niña.

Miedos tatuados en la piel // Miriam²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora