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El viernes por la mañana casi no había dormido más que media hora, no tenía demasiado dolor de cabeza por suerte, así que luego de una ducha rápida y un café aguoso ya estaba fuera de esa pocilga que era mi departamento. Lo compartía con algunos compañeros de trabajo y universidad, y lo único que era dentro de todo mío era el armario con mi ropa. Ni siquiera las camas tenían dueño, pues cada quien dormía donde llegaba.

Pasé a un negocio de pasada a comprar un paquete de cigarros, encendiendo uno ni bien salí. El frío del comienzo del invierno era agradable, la mejor época para que mi típica ropa negra no fuera un horno.


La universidad era considerablemente enorme. Ni siquiera después de tres años en ella podía decir que la conocía por completo, sobretodo porque me mantenía en los mismos cursos al quedarme estancado en segundo año. Cuando estaba subiendo las escaleras, alguien chocó conmigo y escuché un montón de libros caer al suelo.

-Lo siento, lo siento. No estaba mirando. –esa voz.

-¿Ni siquiera a ésta hora dejas de ser tan torpe? –reí viendo cómo recogía rápidamente sus libros. Alzó la mirada con cierto nerviosismo, y pude ver que además de ojeras, tenía los ojos rojizos.

-Gabriel... lo siento. –se apresuró a tomar sus libros y ponerse rápidamente de pie, pasando por mi lado y yendo directamente al interior del edificio.

Me quedé degustando su forma de pronunciar mi nombre, pero lo borré de mi mente. Tiré el cigarro al suelo, lo pisé y seguí con mi camino natural.


Dormité la mayoría de las clases, y el único momento donde estuve despierto y atento fue durante el almuerzo. Ana y Wilhelm me hicieron compañía, conversando sobre lo emocionante que iba a ser su excursión o algo parecido. No era el mayor de mis placeres compartir mi mesa con nadie, pero ese dúo nunca me había disgustado realmente. Tampoco esperaban respuestas de mi parte así que era una tregua tácita.

Al menos lo era, hasta que invitaron al niñato de ojos azules a sentarse con nosotros. Apenas mascullé una interrogación, pero mi voz fue tapada por el ruido de la cafetería.

-Anda, Jack, no seas tímido. –Wilhelm le dio un suave empujón que casi lo hace caer, pero se sentó con cierto cuidado cerca del rubio mayor.

-¿Cómo te sienta el colegio, Jack? –Ana amablemente le sonreía, pero el chico parecía ser menos carismático fuera del bar.

-Un poco mejor, me gustan las clases y eso. –le devolvió la sonrisa algo forzada, pero traté de ignorar todo el tema y seguir comiendo en paz.

-Compartes algunas clases con Gabe, ¿no? –casi me atoré ante la pregunta de Ana, pero el rubio parecía no tener idea de qué estaba hablando-. Con Gabriel, Jack, está en segundo como tú.

-Oh... él. Sí, algunas. –la noche anterior no le había costado listar las clases claramente.

-¿Y cómo es que se conocen? –pregunté quizás sonando demasiado brusco a juzgar por la mala cara que puso Ana.

-¿En qué planeta vives, Gabe?

-Lo asignaron a nuestro grupo desde los directivos, parece ser que era todo un genio en la secundaria y no quieren que lo pierda. –Wilhelm parecía orgulloso al respecto, e incluso le revolvió el cabello.

-Solamente estoy a prueba. –acotó humildemente, acomodando un poco su cabello con una risa nerviosa.

-Es suficiente para tenerte en cuenta, Jack. No dudes en pedirnos ayuda siempre que la necesites, los tres estamos dispuestos a ayudar. ¿No es cierto, chicos?

-¡Claro que sí! –Wilhelm le rodeó con el brazo, y parecía que era capaz de aplastarlo.

-Habla por ti, Amari. –me puse de pie dejando mi bandeja vacía sobre la mesa y me dispuse a salir del comedor. Lo último que escuché fue un "no le hagas caso, es un amargado". No me devolví porque no tenía energías para discutir.

RDonde viven las historias. Descúbrelo ahora