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Esa noche llegué temprano al bar. Estaba casi vacío, y solamente un barman estaba limpiando copas, John. No tenía más de 20 años, era bastante enérgico y con una memoria envidiable, pero le iba realmente mal con sus parejas y terminaba tirado en la calle con una botella en la mano más seguido de lo que parecía. Llenó una copa con vodka antes de que me sentara, dejándola sobre la barra y siguiendo su trabajo.

-¿Cómo andas, Gabe? ¿Mucho cansancio? –me dejé caer en la butaca, dándole un largo sorbo a la copa.

-Ya ni beber me obsequia sueño. –Admití recargándome sobre la barra-. ¿Y tú? Hace varios días no te apareces por la pensión.

-Oh, sí, bueno. Estoy quedando con una chica, Franchesca. Es de intercambio desde Irlanda y la ayudo a adaptarse.

-No sabía que era más fácil adaptarse en la cama. –era divertido verlo enrojecer hasta las orejas, más porque en lugar de negarlo u ofenderse, empezaba a irse por las ramas.

-En realidad no... ni siquiera a eso se acostumbra. Verás... es demasiado delgada y, bueno. Siento que voy a quebrarle los huesos. Termino dejando que ella haga todo pero es tan inexperta que me quedo dormido. –reí a carcajadas, logrando que él también riera.

-Hombre, siempre te buscas tipas más flacas que un palo y después no las tocas. No te entiendo.

-Tampoco yo, Gabe... tampoco yo.


Entre risas y carcajadas por sus anécdotas pasaron las horas. Cerca de las once me fui para la pequeña cocina del bar y de ahí pasé a los vestidores. No había separación entre hombres y mujeres, sobre todo porque el dueño del bar no quería problemas de parejas y solamente contrataba viejas gordas y malhumoradas para la cocina.

Me cambié mi remera por la camiseta blanca, más bien amarillenta, del bar, con una chaqueta de cuero negra encima para no morir de frío. Me volví hacia la barra, ocupando el lugar de John mientras él se alegraba por poder irse.

Agradecía que siempre el turno anterior al mío limpiara todas las copas, pues no era precisamente bueno a la hora de dejar las cosas lavadas. Sí tenía la manía de ordenar las botellas para que todas las etiquetas apuntaran al público, y de espaldas a la barra maldije al escuchar esa voz.

-¿Podría ser un shot de tequila? –noté su sorpresa cuando me giré-. No sabía que...

-Todos tienen una vida, ¿no? –tomé un vaso de shot y lo puse en frente suyo, buscando la botella de tequila-. ¿Siquiera sabes tomarlo, chico? –aunque amagó a quejarse, se rindió ante mi mirada y negó suavemente. Le serví el vaso, busqué la sal y un limón. Corté el limón por la mitad y se lo dejé junto al vaso-. Lámete a mano para que se pegue la sal, ahí al lado del pulgar. –le señalé, y aunque me miró con una desconfianza inmensurable, me hizo caso. Le eché sal en la zona y después le alcancé el limón a esa mano-. Va, lames la sal, tomas el shot de un solo trago y te echas limón en la boca antes de morir. –no supo si reír o negarse, pero para mi sorpresa dudó poco. Entrecerró los ojos, se mentalizó y luego de un segundo hizo caso exacto a mis instrucciones. Aun así su cara de rechazo a lo agrio fue perfecta-. Venga, que no es tan fuerte.

-Joder... sí es. –gruñó con su voz rasposa, acariciándose el cuello. Sus ojos azules estaban algo lagrimosos.

-¿Para qué te torturas? A kilómetros se te ve que no naciste para beber. –a pesar de que estaba manteniendo una especie de conversación, me tomé el tiempo a todo momento de atender los pedidos de las demás personas sin demora alguna. Lo último que me faltaba era tener problemas con mi jefe por ricitos de oro.

-No me torturo... Pero me hace bien perder la cabeza un tiempo. –jugó ligeramente con el vaso de shot entre sus manos. No lo podía refutar, después de todo era el motivo por el cual la enorme mayoría de personas bebía, incluido yo-. Tú también bebes, ¿no?

-Mis raíces me ayudan, chico. Con ese shot en un rato ya ni sabrás tu nombre. –murmuró algo que me costó escuchar, pero como tuve que atender a alguien tampoco tuve tiempo de preguntar de nuevo.


Luego de un buen rato donde no siguió ninguna conversación, yo me distraje hablando con otras personas. El otro barman que compartía la mitad del turno conmigo llegó para la hora de mi descanso, quince minutos que tenía para ir al baño y fumar un poco. Cuando volví de salida del baño lo vi a Jack apoyado en una de las columnas del bar, discutiendo con la chica rubia del departamento.

No tenía nada que ver conmigo, así que no me metí siquiera a escuchar y seguí mi camino afuera a fumar. La nieve de la noche anterior se había ido por completo y ni siquiera caía lluvia. Por ser un viernes por la noche, la entrada y salida de las personas era mucho más constante, y el bullicio me terminaba dando mal humor. Quería pedir cambiar de días, ir entre semana y tener menos...

-Espera... por favor. Ven. –ricitos de oro salió detrás de la chica rubia, quien lo ignoraba por completo y seguía su camino. Él a duras penas daba tres pasos sin tambalearse, y ella no lo esperó ni un segundo. A mitad de cuadra él tropezó y cayó al suelo mientras ella seguía su camino sin mirar atrás.

-Arriba, niño. –le levanté de un tirón por el brazo, dejándolo apoyado contra la pared. Amagó a dar un paso, pero ni siquiera estaba seguro de hacia dónde ir-. ¿Por qué no vuelves adentro? No creo que ella te quiera escuchar así.

-Pero... tengo que...

-Puede esperar a mañana. –le sujeté por el costado y subió su brazo por encima de mis hombros casi sin dudarlo-. Si Ana o Wilhelm se enteran que te dejé ebrio y suelto me harán la vida imposible. Anda.

Lo dejé sentado en la butaca del costado, en la que yo siempre me quedaba para que nadie pudiera pasarme a llevar. Regresé a la barra y seguí con mi trabajo. Mi compañero le sirvió otro shot de tequila, y pude ver de reojo que titubeó un poco cuando lo tuvo en sus manos. Miró la sal y el limón que tenía en frente, y como un niño que sigue instrucciones repitió los pasos tal cual le había enseñado.

RDonde viven las historias. Descúbrelo ahora