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Desperté cuando el sol se iba a dormir. Tenía un ligero dolor de cabeza por dormir tantas horas, y mis ojos se sentían arenosos. Me lavé la cara vagamente, y cuando fui a buscar algo para tomar encontré un pequeño papel blanco con algo escrito. Quizás era de alguno de los chicos, por lo que quise ignorarlo. Pero mientras preparaba mi café de reojo leí un "Gracias, Gabriel".

Salí del departamento cerca de las diez de la noche. El cielo nublado confundía a la vista y parecía ser más temprano de lo que era. No había muchas personas en mi camino al bar, pero como buen sábado por la noche, el bar estaba repleto. Saludé vagamente a varias personas al pasar, esos típicos conocidos cuyo nombre no sabes ni te interesa saber, pero que de tanto has visto ya sabes quienes son.

Abriéndome paso entre la gente llegué hasta la barra, donde Bob estaba atendiendo. Se tomó un segundo entre la gente que atendía para dejarme un vaso de vodka a mano. Tomé el vaso y me quedé de pie cerca de una de las columnas. Todas las mesas y butacas estaban ocupadas, e incluso era un tumulto de gente el local.

Me pregunté en qué momento el trabajar en un bar me había parecido una buena idea. La gente iba y venía sin cuidado alguno. Muchos ya se balanceaban siendo tan temprano, mientras otros competían por resistir más. El último en poder ponerse de pie iba a pagar las cuentas, y si no podía se iba a tener que quedar a lavar. A esas horas había otros dos chicos que se encargaban de entrar y salir de la cocina con porciones grasosas y poco cocidas de carne, hamburguesas mal armadas y papas casi quemadas. Pero entre tanto alcohol, seguramente era la mejor comida que tuvieron en su vida.


Cuando mi turno comenzó el bar estaba un poco más calmo. Los que ya habían cenado antes de beber se limitaban a pedir rondas de cerveza, y los que no, estaban sentados en un rincón jugando a las cartas, si es que les daba la cabeza para saber lo que hacían. En la barra se pedían tragos rápidos y constantes, hasta que llegó Wilhelm.

-¡Gabe! –alzó su enorme mano para darla a chocar con la mía, dejándose caer en una butaca vacía. Me pregunté cómo soportaba su peso-. ¿Qué tal la noche? ¿Atareada?

-Un poco. ¿Lo de siempre? –tomé uno de los vasos más grandes y le serví Eierlikör mientras sujetaba el vaso.

-Ana me contó que cuidaste de Jack. –alzó la copa a modo de saludo antes de darle un largo trago.

-Algo así. Vino a desmayarse en tequila y no podía volver a su departamento, así que lo llevé al mío antes de dejarlo tirado afuera. –me encogí de hombros y le resté importancia, atendiendo a otras personas.

-Sabía que podíamos confiar en ti, Gabe. Ana exagera un poco las cosas, ya sabes. Eres algo... raro. Ya sabes, vanguardista y oscuro a la hora de relacionarte con el mundo. Pero eres un buen tipo, Gabe. –Wilhelm estaba completamente convencido de que era lo correcto y que estaba bien eso que decía, pero preferí no darle importancia. Además, no era que me molestara ser el oscuro y malhumorado del "grupo"-. ¡Ah! Hablando de roma. –alcé la vista cuando Wilhelm se hizo a un lado. Ricitos de oro estaba abriéndose paso entre las personas, con su peor cara de cansancio-. Justo hablábamos de ti, Jack.

-Buenas noches. –apenas murmuró, casi costaba escucharlo entre tanta gente haciendo ruido.

-¿Quieres tomar algo? Yo invito. –Jack se sentó junto a Wilhelm, pero negó con la cabeza.

-Gracias, pero solamente quisiera una cerveza o algo parecido. –aunque sus ojos azules se fijaron en los míos, fue un instante antes de que volviera a sacarme la mirada. Tomé un porrón para cerveza y le serví de la que Wilhelm se tomó la amabilidad de señalar mientras mantenían una vaga conversación sobre exámenes y proyectos del "grupo".

Preferí perderme de la conversación y seguir atendiendo a otras personas. Acabé conversando con uno de mis compañeros de piso que, después de dos tequilas, quería llorar como un bebé por una chica que lo había dejado por otro tipo. Aun así pasé toda la noche sintiéndome observado.


Wilhelm se llevó a Jack en algún momento de la noche, y para cuando cerramos el bar no quedaba nadie. El sol apenas empezaba a asomar y las calles estaban brillantes por el hielo. El cielo se había despejado durante la madrugada y el aliento se condensaba fácilmente. Sentí un gusto amargo al recordar que ya era domingo, y que a partir de esa noche comenzaría la monotonía de la semana. No tenía sueño tampoco.

RDonde viven las historias. Descúbrelo ahora