Era extraño que me lograse sentir a gusto en algún lugar. La facultad no era uno de ellos, y aquel techo que podía llamar mi "casa" tampoco. Quizás el único lugar que sentía como mío, era el bar de la esquina. Trabajaba en él los fines de semana, y los días de semana me gastaba el sueldo en tragos hasta quedarme dormido en la barra.
Era más o menos una de esas noches. Afuera había empezado a nevar un rato después de que yo entrase al bar. Un jueves por la tarde, un día aburrido y tranquilo en la universidad de ciencias a la que asistía. Si bien siempre me dio el cerebro, seguía retrasándome por ausencias y por no poner voluntad, simplemente. Iba a la universidad como si con ello me dijera a mí mismo que algún día dejaría de trabajar para beber.
Estaba por terminar mi tercer trago de vodka puro cuando alguien ocupó la butaca a mi lado. Había que admitir que las noches lluviosas el bar se llenaba, pero no era de mi agrado compartir mi aire podrido con otro ser vivo.
-¿Podría ser un trago de Beefeater con limón? –era rubio, exageradamente limpio para haber entrado a un bar durante la noche. Tenía el cabello mojado y las mejillas y la nariz enrojecidas. Un instante después me enteré que sus ojos eran azules y retiré rápidamente mi mirada-. Me llamo Jack. –un poco girado hacia mi posición, extendió una mano mientras hablaba lo suficientemente fuerte como para que yo lo escuchara. Observé su mano de reojo y le di un sorbo al final de mi bebida.
-Gabriel. –no tenía intención de estrechar su mano, y le vi hacer una mueca extraña al tiempo que yo dejaba mi vaso vacío. La mesera llenó mi vaso un segundo después de dejar el trago del chico rubio frente a él. Si planeaba salir caminando después de beber eso, yo quería verlo.
-Vas a la universidad de ciencias, ¿no? –parecía no querer rendirse, y me pregunté en qué momento había aceptado conversar.
-¿Por qué lo preguntas?
-Creí haberte visto algunas veces, en química y matemáticas. –para haber dicho "creí", lo tenía bastante claro. Alcé una ceja, mirando nuevamente en su dirección. Sus labios eran rozados y sus dientes exageradamente blancos. Su cara de niño mimado me sonaba de alguna parte, pero también podía simplemente estar confundido con un dibujo animado.
-Supongo, no miro a nadie en clase. –admití encogiéndome de hombros y dándole un calmo sorbo a mi trago. Ya ni siquiera sentía ardor en la garganta. Amagó a decir algo, pero se concentró en su bebida. Le dio un sorbo demasiado brusco y se atoró un poco. Se enrojeció más de lo que estaba cuando reí-. Los niños no deberían tomar alcohol, chico.
-No soy un niño. –masculló con la voz rasposa, carraspeando un poco hasta que se le pasó.
-Pero sí un novato. –alcé un poco mi copa en su dirección, divirtiéndome como pocas veces por los gestos de mal humor ajeno. Mantuvo su mirada en su vaso hasta que se animó a darle otro sorbo, un poco más lento. Hacía las mismas muecas que un crío cuando muerde un limón-. ¿Seguro vas a tomarte eso?
-¿Por qué no lo haría? –Debía confesar que para ser un niñato tenía cierto carácter-. Es solo que estoy un poco enfermo.
-Es una buena excusa. –acepté en un tono fingidamente serio.
-Deja de burlarte.
-¿Para qué te metes a hablar con extraños, niñato? –dejé en la barra mi vaso vacío y me puse de pie antes de tener que soportar otra palabra más.
Salí afuera a tomar un poco de aire y fumar un cigarro, de pie contra una pared del bar. El aire frío me iba a ayudar a que el alcohol me pegara de una buena vez y me llegara el sueño. La calle estaba prácticamente vacía, a excepción de algún que otro loco como yo que quería pasar frío. Un grupo de chicas entró al bar riéndose, haciendo realmente un alboroto, y me alegré de haber salido.
Estaba encendiendo mi segundo cigarro cuando vi al niño de cabellos de oro salir del bar. Se tabaleaba un poco, pero tenía una mirada de determinación intachable. Reí un poco al notar el dolor en su rostro cuando le pegó el frío en la cara, pero me gané su atención.
-¿No te habías... ido? –su voz se notaba pastosa, y se apoyó en la pared a mi lado para dejar de tambalearse.
-¿Qué te importa qué haga con mi vida, cabro? –gruñí un poco ante mis constantes intentos fallidos de prender fuego con mi encendedor.
-Yo... es. –se detuvo cuando no pudo hablar y rebuscó en su pantalón. Le saqué el encendedor cuando lo mostró e intentó prenderlo. Lo último que me faltaba era que se prendiera fuego en frente mío. Se lo devolví después de encender mi cigarro-. Se dice... gracias. –parecía estar realmente ofendido al respecto, lo que me hizo reír-. ¡Oye! En serio.
-Baja la voz, ebrio. –reí soplándole el humo en la cara, haciéndole toser. Se refregó la cara como si eso le ayudara, pero para cuando dejó de hacerlo se veía más mareado. Me distraje un momento viendo pasar a un auto un poco lento, y para cuando me volví, estaba sentado en el suelo, mojado y balbuceando-. Joder, crío. Al menos mantente de pie. –bien podía dejarlo ahí, los chicos del bar le tirarían una manta en la madrugada.
Realmente no era mi responsabilidad ni nada por el estilo, ni me interesaba que pasara frío o enfermara. Tampoco era como que iba a tomarme el trabajo de ayudarlo a ponerse de pie o... bueno. Todo eso lo pensé mientras le hacía pasar un brazo por encima de mis hombros, sujetando yo su torso con un brazo. Él seguía hablando de bueyes perdidos, de un examen próximo y de su madre, sola y triste.
Revisé su chaqueta a pesar de sus quejas infantiles, hasta encontrar una credencial a su nombre. Jack Morrison, estudiante de segundo año de la Universidad Nacional de Ciencias. Tenía su grupo sanguíneo y la dirección de su casa. Por suerte quedaba cerca. Volví a guardar la tarjeta y le di un tirón para que dejase de querer jugar con la poca nieve del suelo y empezase a caminar. No era tampoco una novedad ayudar a un ebrio de la universidad a llegar a su casa después de todo, solía hacerlo con Wilhelm cuando se pasaba de copas. Tenía que admitir que Jack era más fácil de cargar.
Gracias a mis botas militares ninguno cayó al suelo por culpa de la nieve y el hielo que se formaba, pero estuvimos cerca varias veces. Jack había dejado de hablar, y se limitaba a intentar ayudarme a que llevarle fuera más leve gracias al simple hecho de dejar de querer hacer estupideces con la nieve.
Si bien quedaba cerca, cruzar la avenida de la ciudad era pasar de la miseria pura a la más estúpida y ridícula clase. Los edificios eran mucho más luminosos y ningún foco estaba apagado. También era absurdamente más caro hasta el más sencillo trozo de pan. Pero de ese lado quedaba su departamento y no tuve más remedio que esperar la luz verde y cruzar.
Era un edificio dorado, con un portero abajo y un millón de botones. No había nadie en la recepción y la puerta estaba cerrada. Dejé a Jack apoyado junto al portero y atinó a alzar un brazo. Le di un poco de apoyo hasta que, tanteando, tocó un botón entre todos. Fueron cinco toques, dos cortos y tres largos. Luego se volvió a relajar.
Me quedé algo confundido por el toque, ya que sonó como si atendieran y cortaran al instante, y fue en esa confusión que Jack se fue encima mío. Atiné a sujetarlo para que no cayera, pero en ese segundo sentí sus labios, fríos, húmedos y suaves. Su aliento helado y ebrio se mezcló con el mío.
Le di un brusco empujón, pero no llegó a caer al suelo. Sabía que había sido por su embriaguez, pero me dejó un gusto amargo que me iba a costar sacar. Sus ojos azules bajo la luz brillaban por su ebriedad y confusión, pero cuando giré la vista hacia el edificio, una chica rubia se apresuraba a abrir la puerta. Cubrí mi cabeza con la capucha de mi chaqueta, di media vuelta y me fui.

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RomanceGabriel Reyes es un muchacho universitario con una vida monótona y constante. Hasta que un muchachito con rizos de oro se tropieza en su camino, decidido a ser alguien en su vida. [Overwatch AU] ||+18||