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El mar de gente que era la sala de pronto me dejó de molestar. Todo ruido se alejó de mis oídos y ningún empujón o movimiento me sacó de ese estado. Sus manos se habían aferrado a mi cuello, mientras que las mías casi por instinto estaban sujetando su espalda baja. Sus labios eran tan torpes y suaves que me costaba animarme a besarle a mi modo. Parecía un beso infantil, pero en el fondo no me molestaba.

Me costó volver a la realidad, y no lo hice hasta que él me soltó. Abrí los ojos automáticamente, viendo el pánico en su rostro. Soltó mi cuello, pero no le solté la cadera. Se removió un poco, y balbuceó cosas para sí, pero un instante después dejó caer su frente sobre mi hombro y sus brazos rodearon mi torso en un... abrazo.

No supe cómo sentirme al respecto. Poco a poco noté a la gente que nos rodeaba, pero cada quien seguía en su mundo. Con varias copas encima a nadie le importaba realmente qué hacía el otro, y eso me aliviaba un poco. Lo último que me faltaba era soportar a alguien esa noche. Relajé un poco mi cuerpo junto al suyo, sin saber por qué me gustaba quedarme así, por qué ese calor de su cuerpo junto al mío me reconfortaba tanto.

Inocencia era el adjetivo para describir cada una de sus acciones. Tenía dos copas encima, eso lo tuve en mente, pero aún era capaz de caminar y seguir instrucciones básicas. Salimos afuera hasta llegar a la calle, sentándonos en la acera sin decir muchas más palabras que comentarios vagos sobre el clima.

-Hace un... poco de frío. –abrazó sus piernas contra su pecho y me arrimé un poco más a su lado, pasando una mano por su espalda. Se recargó un poco en mí silenciosamente.

-¿Te sientes bien? ¿Quieres que te acompañe a...?

-No... gracias. Estoy... bien aquí. –dijo la última palabra con su nariz hundida en la curva de mi cuello. Tuve que removerme un poco para hacerle salir de ahí antes de terminar teniendo algún inconveniente.

-Estás ebrio, Jack. No hagas tonterías. –le revolví el cabello con la mano que tenía en su espalda y me dediqué a encender un cigarro.

-No hago... tonterías. Gabriel. –la forma en que torpemente decía mi nombre siempre me había resultado una mezcla entre molesto y adorable.

-No dirás lo mismo en la mañana. –aposté con el cigarrillo en mis labios, encendiéndolo.

-No lo sabes. –refutó desviando su mirada, recargándose en sus piernas. Soplé el humo hacia arriba, viendo que era una noche bastante estrellada a pesar de las luces de la ciudad. Cuando volví la mirada a Jack, tenía la vista perdida en el asfalto.

-¿Por qué bebes? –Me miró con cierta sorpresa, pero se encogió de hombros-. ¿Te da vergüenza?

-¿Qué cosa?

-Si no lo sabes tú, chico. –Por lo defensivo que sonó, sentí que había dado en el clavo-. ¿A tu novia no le gusta que bebas?

-No tengo novia. –gruñó mientras sus mejillas se teñían del más intenso rojo posible.

-¿Por qué no? Tienes muchas chicas dispuestas, eso deberías saberlo.

-No... no quiero. –A cada palabra más parecía que iba a quemarse con tanto sonrojo-. Ninguna de ellas me interesa.

-Qué exigente.

-No soy exigente. No me gustan. –balbuceó un poco, pero también parecía arrepentido de decir eso.

-Entonces bebes por vergüenza. –confirmé, y no se atrevió a refutarme.

-¿Por qué bebes tú...?

-Lo hacía para poder dormir, pero me volví más resistente de lo que naturalmente era y me quedó como una costumbre. Supongo que me gusta relajarme un poco.

-¿Nunca te...? –no supo completar la frase, pero su mirada de curiosidad me gustaba.

-¿Emborracharme? Casi nunca.

-O sea que... ¿siempre controlas lo que haces? –alcé una ceja, soltando el humo hacia un lado.

-¿Por qué lo dices?

-Nada...

-Anda, ya empezaste. –se movió un poco en su lugar, un movimiento infantilmente nervioso-. Tú no te controlas, ¿no? –negó suavemente, nuevamente sonrojado-. Por eso me besaste las dos veces.

-Es que... –luego de hablar pareció notar que lo había admitido, y prefirió cerrar la boca.

-¿Y ahora?

-¿Ahora...? –cuando giró su rostro hacia mí por la pregunta, atrapé sus labios entre los míos. Se quejó un poco, pero me siguió el movimiento menos suave que los anteriores.

-¿Tampoco te controlas? –me incliné un poco más encima suyo, hablando contra sus labios.

-Ga... Gabriel. –posó sus manos en mi pecho, con cierta intención de empujarme, pero terminó apretando mi chaqueta entre sus dedos. Su rostro nervioso y con sus ojos cerrados era adorable, y preferí disfrutar de sus labios con mis ojos cerrados.

-La primera vez es error, la segunda es elección. ¿La tercera? –acusándolo con una vieja frase, solté sus labios y me volví a erguir en mi lugar, dándole una calada a mi cigarro.

RDonde viven las historias. Descúbrelo ahora