Comencé a darme cuenta que mi día a día podía ser resumido por los pocos momentos en los cuales me interesaba algo. Y me terminé cansando de luchar contra mi voluntad cuando esos pocos momentos, además, se podían resumir por ver a cierta persona durante el día. Últimamente siempre estaba acompañado de alguien, fuera Ana, Wilhelm, o la chica rubia de su departamento. Por algún motivo me sorprendía el hecho de nunca verlo besar a nadie o cambiar de amistades, pero por el resto del año no cruzamos palabra alguna.
Me había apartado del grupo de trabajo por mis constantes excusas a la hora de juntarse, y Ana terminó informándome que al estudio no le servía. No fui reemplazado, al menos, pero se mantuvieron siendo tres y cada día más unidos. Más de una vez reconocí la torpeza con la cual Jack ignoraba el claro coqueteo de alguna chica, incluso de la misma Ana.
Para el último día de clases, Ana me dio una invitación para una fiesta especial, una del supuesto grupo al que, a pesar de nunca estar, yo seguía perteneciendo. Dijo que irían otros grupos de otras universidades y que sería la "mejor reunión del año".
Dije que no iría, puse excusas sobre mi trabajo aunque estuviera de vacaciones. Inventé raros compromisos y me negué directamente a ir a semejante tontería. Por eso, la tarde del sábado, salí de la ducha y me puse mi mejor pantalón, una camisa negra y botas negras. Mientras me ponía mi buzo negro como abrigo y encima mi chaqueta de cuero, maldije en voz baja. No quería ir ni necesitaba hacerlo. Pero aun así me estaba acomodando la barba y saliendo con tiempo.
Esperaba una reunión de varios sabelotodo, con algún que otro juego de mesa. Por lo que, cuando llegué a la dirección de la tarjeta, estuve a un paso de devolverme. Era una casa enorme, desde afuera se escuchaba la música electrónica y podían verse las luces de colores. También podía verse que estaba repleto de gente. Me di vuelta, seguro de que me había equivocado, cuando vi a Jack caminando en mi dirección. Venía mirando al suelo, con las manos en los bolsillos de su jean azul, abrigado con una campera blanca y zapatillas deportivas a juego.
-A ricitos de oro le gustan las fiestas. –noté su sorpresa y sobresalto cuando hablé, apenas a unos pasos. Sus ojos azules demostraron cierto temor, y su voz le sonó temblorosa.
-¿Gabriel? No sabía que... vendrías. –se rascó la nuca con cierto nerviosismo y me crucé de brazos.
-Tampoco sabía que vendrías. –mentí. Era obvio que iba a venir. Lo que no esperaba era cruzarme con él desde tan temprano.
-¿Ya entraste? ¿Es aquí?
-Tal parece, acabo de llegar. Venga. –teniendo a alguien siguiéndome hizo que fuera un poco menos desagradable el acercarme a tanta gente. Toqué la puerta, y para mi alivio abrió Ana.
-¡Gabe, Jack! Ya empezaba a preocuparme, pasen. –nos abrió la puerta tanto como pudo y nos adentramos entre la gente-. Pasen por ahí a tomar algo. –repentinamente Ana se desapareció de mi vista y solamente me quedó la guía hacia la cocina.
-Perdón, disculpe, permiso, gracias, lo siento, permiso. –escuchar a Jack a mis espaldas siendo tan amable entre tanto descontrol era realmente divertido. Tomé uno de los vasos rojos que había en la cocina y luego de oler un poco su contenido le di un largo sorbo-. ¿Sabes siquiera qué es...?
-¿Importa? Anda, no seas una niña. –tomó el vaso que le extendí y se lo tomó sin pensarlo dos veces, pero haciendo su mejor mueca de disgusto. Pero para mi sorpresa, atinó a tomar otro vaso en cuanto yo lo hice-. ¿Seguro? Luego no hay quien te mantenga de pie.
-¿Importa? –me reí, pero él no dudó y lo bebió de nuevo de un trago. Había mejorado, después de todo. Cuando terminé mi vaso, él miraba hacia el salón. La cocina era el lugar más vacío de gente, y no tenía muchos ánimos de ir a meterme a ese mar humano.
-¿Irás a bailar con alguien? –me burlé apoyándome en el arco de la puerta, a su lado. Murmuró algo, pero entre la gente no lo escuché, y cuando quise preguntar se adentró entre la gente-. Oye, ven aquí. –gruñí tratando de seguirlo entre la gente. Me sorprendía la cantidad de gente que había entrado en ese lugar, y más de una vez tuve que abrirme paso entre empujones. Casi perdí sus rizos dorados, pero le distinguí fácilmente cuando se atoró ante un grupo-. Deja de correr, joder.
-¿Para qué me sigues? –gruñó cuando me puse a sus espaldas. No era que quisiera exactamente quedarme ahí, rozando su oído con mis labios para hablar, con su espalda en mi pecho y su perfume de niño rico inundando mí nariz. Pero era difícil moverse y hacerse escuchar.
-Porque no te escuché.
-No, no ahora. –se las arregló para darse la vuelta. Diría que era dos dedos más bajo que yo, pero no más que eso. Sus ojos azules quedaron casi a mi altura por un instante, antes de que se acercara a mi oído sólo un poco, lo suficiente para no tener que gritar-. Llevas todo el año a mis espaldas, pero dejaste de dirigirme la palabra. Eres como una jodida sombra que no me puedo sacar de encima y...
-Puedo irme. –más que una sugerencia, atiné a cumplir. No me sentía a gusto con tanta acusación ni quería seguir escuchándolo. Pero cuando me giré para intentar abrirme paso, me lo impidió y me regresó a la posición de antes.
-No. –Me miró a los ojos un segundo y volvió a desviar la mirada-. No quiero que te vayas.
-¿Y qué quieres? ¿Seguir discutiendo? ¿Quejarte toda la noche? ¿Dar...? –no lo esperaba. Tenía la mente llena de mis propias quejas como para siquiera imaginarlo. Cuando sus labios se posaron sobre los míos no supe exactamente qué hacer.

ESTÁS LEYENDO
R
RomanceGabriel Reyes es un muchacho universitario con una vida monótona y constante. Hasta que un muchachito con rizos de oro se tropieza en su camino, decidido a ser alguien en su vida. [Overwatch AU] ||+18||