Terminamos de cenar entre bromas y vagas anécdotas. Me gustaba escucharlo hablar, pero también me gustaban esos momentos donde nos quedábamos frente a frente sin decir nada, con la vista perdida, y juntos en un silencioso abrazo. Tenerlo entre mis brazos se sentía bien, y notar lo tranquila que estaba su respiración me relajaba por completo.
-Se hará tarde. –murmuré sentado aún en las butacas, con él de pie entre mis piernas acariciando mi cabello.
-¿Debes irte...?
-No lo sé. –Alcé mi rostro buscando su mirada-. ¿Debo...?
-No quiero que debas. –susurró con un pequeño gesto infantil en sus labios.
-Pídelo. –insistí atrayendo un poco más su cuerpo al mío, sentándome más en el borde, acortando la distancia.
-Quédate conmigo. –susurró alzando sus brazos. Me puse de pie, alcanzando sus labios con los míos mientras me rodeaba por el cuello y yo le sujetaba por el torso.
-Tus deseos son órdenes. –Le sentí reír contra mis labios e incluso jadeó cuando le acorralé contra la isla de la cocina-. Llevas todo el día de pie.
-Deja de burlarte. –sonreí suavemente, apoyando mi frente en la suya.
-No me burlo, me preocupo. –me gustaba el brillo alegre que podía provocar en el azul de sus ojos.
-¿No te molesta acostarnos un rato...?
-Será un placer. –susurré girándole entre mis brazos, dándole un pequeño empujón hacia la habitación.
-Pero hay que...
-Ve, ordenaré un poco e iré. Anda, anda. –le impedí regresar y entre risas y quejas aceptó irse. Me quedé sin saber muy bien dónde iban las cosas, pero lavé los vasos, la fuente y la tabla, y dejé todo secándose. También tiré las servilletas y limpié las migas de pizza. Cuando sentí que estaba bien el orden, caminé hasta la habitación.
-Aún nos queda helado. –comentó Jack saliendo del baño, secando sus manos con una toalla. Me giré sobre mis talones y regresé a la cocina, sacando el helado del congelador-. Las cucharas están en el primer cajón. –comentó apoyado en el marco de la puerta de la habitación, risueño. Tomé dos y regresé hasta él. Atrapó mis labios en un beso cuando entré, y me distrajo hasta que la mano se me congeló demasiado. Le di un ligero empujón y rio, tomando el pote. Lo dejó en su mesa de luz y puse encima las cucharas mientras le abrazaba por la espalda.
-¿Aun duele? –curioseé acariciando su vientre bajo. Él echó su cabeza hacia atrás hasta apoyarla en mi hombro y alcanzar mi mentón con sus labios.
-Un... poco... Lo siento. –sonreí girándole entre mis brazos hasta apoyar mi frente en la suya.
-Te dije que no seas tonto, solamente no quiero lastimarte. –Sonrió un poco y me separé con cuidado-. ¿Quieres que te ayude...? –negó suavemente y acepté darle un poco de espacio, yendo al baño. Para cuando volví estaba recostado bocabajo tiesamente, y lloriqueaba un poco-. ¿Estás bien...?
-No. –gruñó, pero no pude evitar sonreír-. No te burles.
-No lo hago, precioso. No lo hago. –me arrodillé encima suyo, llevando mis labios a su nuca para dejar un camino de suaves besos a lo largo de su columna. Le sentí estremecer un poco, pero poco a poco se fue relajando. Para cuando me senté junto a él se pudo poner de lado.
-Quiero helado. –protestó acomodándose con una almohada junto a mí. Le alcancé el tarro abierto con una cuchara, pero fue más sencillo darle la cuchara ya con helado.
Dejé una mano acariciando su cabello, él se las rebuscó por sí mismo para conseguir helado luego de la tercera cucharada, insistiendo en que quería así. Seguimos comiendo el helado entre vagos comentarios, hasta que era un silencio frío y relajante. Me relajé hasta el punto en que me quedé dormido.
Desperté en algún momento de la madrugada, con la espalda endurecida y la cuchara en la mano. Jack se había dormido con su cabeza encima de mi pierna, y me costó moverme sin despertarle. Se removió un poco y entreabrió los ojos.
-¿Gabriel...? –su voz adormilada susurrando mi nombre era adorable.
-Vamos a dormir, precioso. –me alcé hasta poder ponerme de pie, dejando las cucharas y el pote en la mesa de luz, abriendo las sabanas que me pregunté en qué momento del día Jack las había acomodado.
-Quédate conmigo. –murmuró adormilado mientras yo lo atraía para que se bajara de las sabanas. Le tapé con cuidado y apagué la luz. Entre la oscuridad me metí a su lado y se acurrucó fácilmente junto a mí.
-Me quedo contigo, principito. –le sentí suspirar en la piel de mi cuello y volverse a dormir en cuestión de segundos. Y a pesar de mi ligero temor de sentir insomnio, poco a poco me quedé dormido.
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R
RomanceGabriel Reyes es un muchacho universitario con una vida monótona y constante. Hasta que un muchachito con rizos de oro se tropieza en su camino, decidido a ser alguien en su vida. [Overwatch AU] ||+18||