Capítulo 11 - El amanecer

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Hoy adelanto actualización porque cierto señorito que hoy cumple años me lo ha pedido como regalo (entre otros ;)) Te quiero loving, this is for you. Espero que cumplas muchos, muchos más, y que los disfrutemos en cualquier otro rincón del mundo que no sea este x-DDDDD





Los primeros rayos de luz me despertaron. Abrí los ojos, descubriendo que me había quedado dormido sentado en el suelo, con la espalda pegada a la pared y la vista fija en la ventana, y me incorporé. Me dolía el cuerpo de la tensión de las últimas horas.

Me tomé unos minutos para intentar ordenar las ideas, tratando de recuperar del huracán de furia en el que me había convertido la noche anterior las escenas más destacadas. En ellas pude ver al gato en la ventana y a mí mismo montando y desmontando una y otra vez la pistola de Gabriel Verdugo, sacándole brillo. También me vi tratando de forzar la cerradura de la puerta, lanzando maldiciones e, incluso, hundiendo el puño en la pared.

De hecho, aún me dolían los nudillos de ello. Por suerte, mi malestar no había sobrepasado ninguna línea, por lo que me daba por satisfecho.

Me acerqué a la puerta y comprobé que seguía cerrada.

—¿Luna? —llamé—. Luna, ábreme, por favor.

Ella tardó unos segundos en responder. Parecía estar en el otro extremo de la casa.

—¿Tommy?

—Sí, soy yo.

—¿Eres tú de verdad?

—Sí.

—¿Y qué pasa con el colgado de anoche? Me dijiste cosas muy raras.

Me puse colorado.

—Ah, ¿sí?

Escuché una puerta abrirse y los pasos de la joven atravesar el pasadizo, acercándose a mí. Se detuvo al otro lado del umbral.

—Tú estás muy mal, eh. ¿Qué te pasó? ¿Te tomaste algo?

—Lo siento.

—Eso no es una explicación —dijo, y metió la llave en la cerradura.

Al abrir la puerta descubrí que apenas había dormido aquella noche. Estaba cansada y despeinada, con profundas ojeras marcando un rostro que, incluso así, estaba muy bello.

Luna me miró, asegurándose de que no hubiese el brillo enfermo en mi mirada.

—No me gusta el Tommy de anoche, no lo vuelvas a traer.

—No lo hago a propósito.

—¿Entonces?

—Es largo de explicar.

—Vale, ¿me lo cuentas mientras desayunamos? Parece que las cosas se han calmado ahí fuera. Mientras brille el sol, todo estará bien.

—¿Y cuando no?

Luna se encogió de hombros.

—Mejor no pensar en ello.

Bajamos a la cocina, donde aprovechamos los suministros que había comprado el día anterior para comer un desayuno bastante exiguo. Ninguno de los dos tenía demasiado hambre, pero el café soluble nos sentó muy bien. Al igual que yo, Luna no había tenido una noche tranquila, aunque sus motivaciones habían sido totalmente distintas. Más allá del espectáculo neurótico que había ofrecido el Tommy de la tormenta, con gritos y amenazas incluidos para que me dejase salir de la habitación, Luna había pasado la mayor parte de la noche sentada en el porche, contemplando el ir y venir de sombras por la calle.

El sonido de la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora