Parte sin título 3

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Hastings le dio la espalda y se agachó junto a su hijo, que estaba construyendo un castillo asimétrico con unos bloques en el suelo. El duque hacía meses que no iba a Clyvedon y quedó encantado con lo mucho que Simon había crecido. Era un niño sano y fuerte, de cabello castaño y ojos azules.

— ¿Qué estás construyendo, hijo? Simon sonrió y señaló.

Hastings miró a la niñera Hopkins.

— ¿No habla?

Ella agitó la cabeza.

—Todavía no, señor.

El duque frunció el ceño.

—Tiene dos años. ¿No debería hablar ya?

—Algunos niños les cuestas más que a otros, señor. Pero está claro que es un chico brillante.

—Claro que lo es. Es un Basset.

La niñera asintió. Siempre lo hacía cuando el duque hablaba de la supuesta superioridad de los Basset.

—A lo mejor —sugirió—, no tiene nada que decir.

El duque no pareció demasiado convencido, pero le dio a Simon un soldado de juguete, le acarició la cabeza y se fue a montar la nueva yegua que le había comprado a lord Worth.

Sin embargo, dos años después no tuvo tanta paciencia.

— ¿Por qué no habla? —gritó.

—No lo sé —respondió la niñera, retorciendo las manos.

— ¿Qué le ha hecho?

— ¡Yo no le he hecho nada!

—Si hubiera hecho bien su trabajo, mi hijo —dijo, señalando a Simon con un enfurecido dedo—, hablaría.

El niño, que estaba practicando con las letras en su pequeño escritorio, no se perdía detalle de la conversación.

—Por el amor de Dios, tiene cuatro años —gruñó el duque—. Se supone que ya debería hablar.

—Sabe escribir —se apresuró a decir la niñera Hopkins—. He criado a cinco niños, y ninguno aprendió a escribir tan rápido como el señorito Simon.

—Si no puede hablar, va a necesitar escribir mucho —dijo, y añadió, dirigiéndose al niño, con los ojos encendidos—. ¡Di algo, maldita sea!

Simon se echó hacia atrás, con los labios temblorosos.

— ¡Señor! — Exclamó la niñera—. Lo está asustando. Hastings dio media vuelta para mirarla a la cara.

—A lo mejor es lo que necesita. A lo mejor necesita una buena dosis de disciplina.

Una buena zurra quizá sirva para hacerle hablar.

Cogió el cepillo de plata que la niñera usaba para peinar a Simon y se dirigió hacia su hijo.

—Yo te haré hablar, pequeño estúpido...

— ¡No!

La niñera Hopkins contuvo la respiración. El duque dejó caer el cepillo. Fue la primera vez que escucharon la voz de Simon.

— ¿Qué has dicho? —susurró el duque, con los ojos llenos de lágrimas.


El Duque y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora