Capitulo 16

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Katniss no podía dejar de mirar a Peeta. Y lo peor era que lo hacía con amor.

Imaginaba que la expresión de su rostro debía ser idéntica a la observada tantas veces en su madre mientras miraba a su padre. La blanda sonrisa de felicidad en los labios, los ojos brillantes y las mejillas ligeramente sonrosadas a causa.

    Amaba a Peeta. Tal vez desde hacía tiempo. Esa sensación de flotar en una blanda nube de felicidad, esa alegría interior, esa deliciosa paz que la llenaba y le hacía olvidarse de todo y de todos excepto de él. Pero también un inmenso deseo de verle feliz y satisfecho, de oírle reír gozoso y gritar de placer, de evitarle todo dolor o preocupación, de tenerle siempre a su lado para amarle y cuidarle. Decididamente eso era amor. Amaba a Peeta.

    Él levantó la vista del pequeño transmisor que tenía sobre la mesa y la miró con una sonrisa. Y ella tuvo que hacer un gran esfuerzo para no arrojarse corriendo en sus brazos y deleitarse con su maravilloso calor. Ese era otro de los síntomas, pensó: el no poder dejar de tocarle. Ella deseaba abrazarlo y acariciarlo en todo momento. Le encantaba su calor, su aroma tan masculino, la suavidad de su piel y la firmeza de sus músculos, el suave vello sobre su pecho. Sentía un inexplicable gozo cuando lo tenía entre sus brazos y se oía reír como una tonta exultante felicidad.

    Lo amaba, sí. Pero ¿era correspondida? Él la deseaba ardientemente, era cierto. Se lo demostraba siempre que podía. Le hacía el amor a todas horas, de forma incansable, pero el nunca había dicho que la amara.

Al principio lo ignoró, pues ella no tenía la certeza de estar enamorada, pero ahora necesitaba saberlo. Deseaba que él también la amara, que le asegurara que siempre la querría y estaría a su lado para llenarla de la inmensa dicha que estaba conociendo en esos días. Se negaba a renunciar a ello. No concebía la vida sin tenerle a su lado y...
    
    —Kat ¿Estás bien?
    Katniss levantó la vista del libro que tenía abierto, del que no había leído una sola línea.
    —Sí. Es que sucedió algo feo al protagonista del libro —contestó con una trémula sonrisa, al tiempo que simulaba volver a la lectura, pero en realidad, no podía dejar de pensar en todo lo que estaba sucediendo.

Llevaban siete días en aquel lugar y en tan corto tiempo había sido más feliz que en los once años trascurridos desde la muerte de su madre.  Había sido en aquel lugar apartado de la sociedad donde descubrió al verdadero Peeta: un hombre tierno, generoso, sensible, noble, divertido, atento, culto, fuerte, apasionado... y se había enamorado perdidamente.
    Después de aquella increíble primera noche de amor, ella se sintió deslumbrada por el nuevo hombre, aunque temerosa de que al día siguiente volviera el correcto y taciturno guardaespaldas. Pero no fue así. Al despertar a la mañana siguiente y no encontrarlo a su lado, sintió panico, y se levantó a buscarlo.

Él se encontraba en la cocina preparando el desayuno, duchado y vestido, y parecía tan serio y profesional como el día anterior. Pero Katniss advirtió en el fuerte sonrojo que cubrió su rostro y la mirada que le dirigió al verla, le mostró que él estaba nervioso e inquieto por su reacción.

Katniss sintió cómo su corazón se inundaba de cariño, arrojándose a sus brazos y comenzando a besarlo. Él reaccionó de inmediato, perdiendo toda la timidez y despertando en ella un desaforado deseo, que les llevó de vuelta a la cama y a otras deliciosas horas de pasión. A partir de ese momento, cada vez que se tocaban, sucumbían al violento deseo que parecía dominarles.

    Katniss se había descubierto como una hembra insaciable de sexo. Si no hubiese sido por la férrea voluntad de él, habrían pasado la mayor parte de esa semana sin salir de la habitación . Pero Peeta insistió en cumplir con sus obligaciones. Todas las mañanas bajaban al pueblo para comprar provisiones y encontrar un lugar con cobertura para hablar por teléfono, y por las tardes realizaban cortas excursiones por los alrededores, en las que ella pudo disfrutar del espléndido paisaje y realizar magníficas fotografías, o bajaban al lago a bañarse y navegar, terminando en todas las ocasiones haciendo el amor en el agua.

Mi GuardaespaldasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora