Capitulo 3

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    —Y bien, ¿qué novedades hay? ¿Has hablado con la policía? Quiero estar al tanto de todo mientras no estoy —dijo Plutarch cuando Peeta se sentó a desayunar
    —Las investigaciones siempre son un poco lentas, pero le enviaré un informe detallado todas las noches —le tranquilizó Peeta.
    —En ese caso me marcho ya —hizo una pausa —me han asegurado que dejo a mi hija en buenas manos. Espero que así sea.
    —Puede estar seguro de que defenderé a su hija con mi propia vida.
    —No lo dudo. –y con ese comentario, Plutarch salió, cerrando la puerta a su espalda. Peeta terminó de desayunar y se dirigió al exterior de la casa, donde dos escoltas esperaban en el coche.         

   Estaba dando las últimas instrucciones cuando apareció Plutarch acompañado de su hija, se despidieron y ella entró en la casa mientras el industrial se dirigía al coche.
    —Le llamaré cuando llegue a Baltimore, Mellark —indicó Plutarch a modo de despedida.
    Peeta vio cómo se alejaba el coche y se dirigió a la casa donde Finnick se ocupaba de controlar los monitores.
    —¿Y la señorita Everdeen?
    —En la cocina.

    Observó por el monitor a Katniss sentada en mesa, devorando varias tostadas mientras mantenía una animada conversación con Sae. Se veía tan joven e inocente en esos momentos, olvidando la pose de mujer seductora que adoptaba frente a él, que Peeta volvió a sufrir la familiar punzada de deseo. ¿Es que nunca iba a poder mirar a esa mujer sin desearla? ¿Dónde quedaba su perfecto autodominio y disciplina, de los que en otros tiempos se enorgullecía, y que le llevaron a ser uno de los mejores en su profesión?
    —Avísame si detectas algún movimiento extraño. Aún no me ha comunicado sus planes para hoy.— indicó con voz irritada.

    Sumamente molesto con Katniss por ser tan hermosa y sensual, salió presuroso de la casa con la esperanza de correr por los alrededores, consiguiese calmar su excitado cuerpo. Al cabo de treinta minutos oyó la voz agitada de Finnick por el auricular.
  —¿Qué ocurre? —preguntó.
  —La señorita Everdeen se dispone a abandonar la casa acompañada por Sae. Solicito instrucciones.
    —Retenla hasta que yo llegue.— ordenó a Finnick, y salió disparado en dirección a la casa.

    Cuando llegó a la entrada encontró a una enojada Katniss al volante de un todoterreno y peleando con el escolta, al que amenazaba con echar si no abría la puerta inmediatamente.
    Peeta se introdujo por la puerta lateral y se tomó unos segundos para serenarse antes de encararse con la furiosa joven. No sólo estaba exhausto por la frenética carrera, sino que también se encontraba sumamente indignado con ella e inseguro de poder reprimir el deseo de sentarla sobre sus rodillas y darle una buena nalgada. ¡Pretender salir sin guardaespaldas poniendo en peligro su vida y la de Sae! ¿Cómo era tan inconsciente?

    Se acercó al coche lentamente y abrió la puerta del conductor.
    —Salga del coche, señorita Everdeen —pidió con voz serena.
    —No pienso hacer tal cosa. Y le advierto que si no abre inmediatamente la puerta, avisaré a la policía y lo acusaré de secuestro —gritó con el rostro encendido de cólera.
    Peeta inspiró profundamente, buscando la paciencia necesaria para tratar con ella. No era la primera vez que se veía en una situación parecida y siempre supo salir victorioso de ella, aunque en esta ocasión le resultaba mucho más difícil conservar la calma debido al temor que sentía por su seguridad.
Sí, admitió con disgusto, el súbito pánico que experimento al conocer las intenciones de Katniss fue tal, que temió volverse loco de no conseguir llegar a tiempo para detener su marcha y asegurarle su protección.
    —Señorita Everdeen, puede hacer usted lo que le venga en gana siempre y cuando no salga sin un escolta. Ahora, si hacen el favor de sentarse detrás, nosotros nos encargaremos de conducirlas al lugar que deseen.
    —No necesito niñera para ir al pueblo con Sae, ya soy mayorcita.
    —Me temo que con su actitud demuestra todo lo contrario, señorita. Si fuera una mujer adulta y sensata, sería consciente de que está dificultando nuestra labor y poniendo en peligro su seguridad y la de Sae. Se nos ha contratado para velar por su seguridad y eso es lo que vamos a hacer, le guste o no. Puede usted llamar a su padre explicándole sus razones para desobedecer mis órdenes —le recordó con sarcasmo.
    —Es usted un déspota maleducado. Y no piense ni por un momento que sus amenazas me intimidan lo más mínimo. Hablaré con mi padre, no lo dude.— Con un gesto de desprecio en el rostro, se bajó del coche y se introdujo en el asiento posterior, cerrando la puerta con un fuerte golpe.
    Peeta se dirigió al otro extremo y abrió caballerosamente la puerta a Sae. Después, se sentó en el asiento al lado del conductor y esperó a que Finnick arrancara.
    —¿Dónde desean que nos dirijamos?
    Como Katniss no hablaba, fue Sae la que le indicó la dirección.

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