Miedo

3.2K 304 65
                                    


Camina con tranquilidad, sus pasos son lentos, no tiene la prisa para llegar a su destino. Disfruta del camino, desde las hileras de arboles frondosos a los laterales, como las flores silvestres que cresen aquí y allá en todo el panorama.

No le preocupa el barro que se pegado a sus zapatos o las nubes que se acercan por el horizonte y que amenazan con reventar en una próxima lluvia.

Sabe que puede aparecer, que puede ahorrarse buena parte del camino para llegar más rápido a su destino, sin embargo, si algo a aprendido es que no vale le pena correr, es mejor tomarse el tiempo de observar y disfrutar de aquellas cosas que para muchos resultan insignificantes.

Las primeras gotas de lluvia caen haciéndola sonreír. Disfruta del aroma a petricor y la frescura del agua. Incluso se detiene un momento, estirando los brazos y mirando al cielo para que la lluvia le empape más rápido el rostro. Después sigue sin prisa, caminando y bailando bajo la lluvia, empapándose en esa frescura que le recuerda su niñez.

Para cuando llega a aquella mansión esta hecha una sopa, no es que le preocupe demasiado. Como tampoco le molesta no haber sido invitada o estar atravesando las rejas de una propiedad privada. No teme a los peligros que aguarden tras esas puertas, se dice a si misma que a vivido cosas peores. A esas alturas de la vida pocas cosas le preocupan realmente.

La imponente construcción se alza como una fortaleza, muros altos de piedra la rodean. Todo el lugar resulta ciertamente lúgubre y descuidado, las enredaderas se abrazan a los muros aportando un aire mas sombrío.

Parece una ciudad dormida, -Piensa, suspirando- sin perder el impulso o cambiar sus intenciones. Gira el rostro admirando la fuente de mármol manchada y sucia, rota, envejecida e incompleta.

Sube los escalones de la entrada, hasta la enorme puerta de madera. Levanta la mano para coger la Aldana de hierro y hacerla sonar.

Espera de pie, comenzando a temblar por el frio. La ropa empapada se le pega al cuerpo como una segunda piel, aun así, no le molesta lo suficiente como para conjurar algún hechizo de secado. Sus ojos siguen danzando aquí y allá, mientras espera.

Observa los detalles grabados en la madera de la gran puerta, así como los muros de piedra, los techos altos y los jardines que posiblemente en el pasado fueron hermosos y donde ahora solo crece la mala yerba.

Repentinamente la puerta se abre con un fuerte rechinido.

Un hombre alto de rostro inexpresivo la observa con la ceja arqueada, una pregunta muda.

-Soy Luna Lovegood, tu prometida.

-Se quien eres. -Contesta con simpleza aun con la interrogativa de su presencia.

-¿Qué por qué estoy aquí? -Formula de repente la rubia, sin apartar sus enormes ojos azules del alto hombre castaño.

Si algo caracteriza a Luna es la facilidad con la que puede leer a las personas.

-Creí conveniente presentarme y conocerte.

La escena que se desarrollaba en ese momento es curiosa. Un joven aristócrata que jamás mostraba sus emociones parecía completamente desconcertado. Pocas horas antes recibió su sobre con el nombre de su futura esposa.

Jamás ni en sus mas locos sueños imagino que poco después esa misma mujer de la que apenas conocía su nombre, tocaría a su puerta en medio de una tormenta. Ni siquiera había decidió que hacer al respecto, sabía que debía concertar una reunió con su familia para acordar los detalles de su matrimonio, pero no tenía la energía en ese momento para pensar en ello.

InevitableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora