Dieciocho

514 57 13
                                    

•Canon•

-¿¡Entonces!? -exclamó la azabache, sobresaltando al morocho.

-¡No es tu asunto! Deja de meter tus narices en donde no te llaman. -dijo este, ya molesto por el carácter osado y las persistentes cuestiones de la mayor.

La contraria gruñó en respuesta y lo siguiente que hizo sorprendió al menor puesto que, en lugar de seguir insistiendo como bien se esperaría, se levantó de su asiento y se dirigió de vuelta a la cocina. En ese momento cayó en cuenta de que tenía que comenzar a trabajar pronto si no quería ser despedido en su primer día. Bull había sido específico: darle un aseo profundo al establecimiento, en cualquier sala posible. A Edgar no le encantaba la idea, más se tendría que conformar con ello si deseaba obtener un poco de dinero.

Intentaba ser un empleado diligente en sus jornadas, pero la vida no se lo permitía; esa era su excusa, y la mantendría a toda costa.

A las malas tomó un estropajo viejo que se encontraba en el cuarto de los utensilios de limpieza y se aproximó a lavarlo con jabón y variados químicos para desinfectar las superficies, esa era la primera indicación que se le había dado.

•••

Apartó la última gota de sudor que corría por su rostro y soltó un largo suspiro que logró apaciguar un poco su cansancio. Limpió las secciones, organizó el almacén, desinfectó las superficies, le dio aseo a los baños e incluso se había tomado la libertad de acomodar el dinero de la caja registradora, con la tentación de tomar un poco de dinero de ésta, más se abstuvo por respeto al mayor de la pandilla, cansado no era la palabra, estaba destrozado.

Su débil cuerpo no lograba soportar tantas acciones, por lo que se había sobreexplotado hasta llegar a su límite y, aún si exageraba, sentía que se desmayaría ahí mismo. Jadeaba y traspiraba como un animal, estaba asqueado del olor que emanaba. Desagradable, pensó mientras levantaba levemente su bufanda, que lo estaba sumergiendo en calor, para refrescarse un poco.

En ese momento se sintió un completo imbécil, ya que había pasado meses quejándose de sus obligaciones en la tienda de souvenirs que, comparadas a las del bar de Bull, no requerían ni un cuarto de esfuerzo como en el lugar antedicho. Todo lo que tenía que hacer solía hacerlo su bufanda:tomar unos cuantos peluches, bolsos, gorros, figurillas, etc. Siempre lo hacía con su prenda encantada y, aún así, lograba fastidiarle demasiado.

Eres un marica, Edgar, es tu primer día y ya quieres regresar a la maldita tienda de regalos, se reprendió a sí mismo.

Agitó su cabeza con fuerza tratando de alejar todo pensamiento que le incitara a desistir en su nuevo trabajo; era un hombre, tenía que actuar como tal y adaptarse a su nueva realidad, al fin y al cabo, no podía volver a su anterior empleo con la cola entre las patas rogando por un poco de atención de la albina, sería la tumba de su dignidad.

-Me preguntó cómo le estará yendo a Colette sin mi... -se cuestionó en voz alta comenzando a mover el cepillo sin razón, puesto que ya había barrido.

Pronto recordó que aún conservaba su libro de recortes, ese que no se atrevía a darle en persona y que, sorprendentemente, tampoco había sido solicitado por la peliblanca personalmente en ese mes en el que ya no se veían, aunque se mantenía firme en que era porque a la peliblanca le daba igual. El morocho había rechazado todas y cada una de las llamadas de la chica de ojos carmesí, por lo que no tenía idea de si ésta tenía intención de pedirle que le devolviera su libro por teléfono y, aunque odiara admitirlo, la idea de que Colette planeara algo en sus espaldas como venganza por ignorarla comenzaba a volverlo loco.

Away from you | Colette&Edgar [Brawl Stars].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora