-¡Newt, Newt, Newt -la pequeña Elith sale gritando del bosque, horrorizada y agitando los brazos. Divisa al chico enseguida, que nada más oír sus chillidos ha corrido hacia la niña, para arrodillarse a su lado.
-¡Elith! ¿Qué pasa? ¿Estás bien? -preg...
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d í a u n o
Alice se despierta cuando un chasquido metálico le alerta que la plataforma en la que está sentada ha comenzado a ascender. Estira los brazos con cierta timidez para poder palpar y calcular el tamaño del habitáculo en el que está encerrada, pero sus dedos dan con la superficie agujereada propia de una jaula.
No recuerda cómo ha llegado hasta ahí. Intenta hacer memoria en vano. Apenas tiene unos recuerdos tangibles, y nada más acceder a ellos para poder tirar del hilo y obtener alguna respuesta, se desvanecen.
Frustrada, intenta retener uno de esos recuerdos, sostenerlo con todas sus fuerzas, pero antes de poder procesarlo siquiera ya se ha convertido en una mancha que pronto se esfuma.
Alice entierra los dedos en su cabello con exasperación. Le arde la cabeza. También le duele. Lleva con dolor de cabeza desde que ha despertado. Su cuerpo se mece al ritmo del traqueteo de la jaula. Escudriña su alrededor con la esperanza de que los ojos se le hayan adaptado a la oscuridad, pero no hay nada más que un sobrecoger vacío.
Resignada, apoya la mejilla sobre sus rodillas, abrazándolas con los brazos, y se limita a cerrar los ojos, a la espera de que la jaula llegue a su destino, convencida de que a algún lugar deberá de ir.
La jaula se detiene en seco. Alice no sabe si se ha quedado dormida ni cuánto tiempo ha estado ascendiendo, pero ahora está quieta. Se incorpora al tiempo que oye unos ruidos amortiguados que provienen de arriba, probablemente del exterior de la caja.
Aguarda unos segundos. Un golpe seco, como si alguien hubiese tirado un saco de harina encima de ella. Retrocede por inercia, con la vista fija en el techo. Tiene la corazonada de que sea lo que sea lo que está pasando, está a punto de averiguarlo.
Tras un chasquido metálico se resquebraja un haz de luz en la mitad del techo. Una dura línea blanca que le obliga a apartar la mirada, dolorida, hasta que finalmente las placas superiores se separan del todo y una cálida luz abarca todo el habitáculo.
Alice arrastra la mirada por su alrededor. Efectivamente está en una jaula que ha estado ascendiendo por un limitado hueco desde las profundidades de la tierra, porque lo que tiene arriba es sin duda el cielo.
