-¡Newt, Newt, Newt -la pequeña Elith sale gritando del bosque, horrorizada y agitando los brazos. Divisa al chico enseguida, que nada más oír sus chillidos ha corrido hacia la niña, para arrodillarse a su lado.
-¡Elith! ¿Qué pasa? ¿Estás bien? -preg...
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d í a t r e s c i e n t o s tres
Las palabras de Alby han creado un monstruo. O quizás siempre estuvo ahí, latente, a la espera de tener una razón para despertar. Puede que no hayan sido solamente sus palabras, sino que es únicamente el resultado de la suma de pequeñas acciones a lo largo de su estancia ahí. Y ahora está despierto, haciendo ruido en su mente sin cesar, demandando unas respuestas que Alice no puede proporcionarle.
No quiere tirar del hilo y encontrarse con una verdad desagradable. Una verdad que no se puede remendar por mucho que lo intente. Una verdad que los ancle en el presente, sin permitirles regresar al pasado, antes de que todo se torciese.
Regresar al pasado. Echa de menos la rutina de los primeros meses, cuando todavía no le había calado hasta los huesos la realidad de que estaban encerrados y conservaba la esperanza de que hurgando en su cabecita lograría arañar un recuerdo de su anterior vida.
Otro pasado inaccesible. Un pasado que no le concernía hasta ahora.
—¿En qué piensas? —A Newt no le hace falta preguntar, pero lo hace por cortesía. Tiene un ligero deje de preocupación en el rostro.
Ambos están recostados bajo el árbol en el que Alice ha anidado para pasar las dos últimas noches. Ahora que Elith se ha acostumbrado a dormir bajo un techo, no quiere arrastrarla hasta el bosque otra vez.
Anoche, tras haber obtenido el visto bueno de los docs para poder incorporarse como corredora, se acurrucó en su saco de dormir, con el cielo estrellado postrado ante sus ojos y el chasquido metálico de las entrañas del laberinto marcando un patrón inusualmente tranquilizador, pausado, como una nana, tan hipnótico, capaz de agujerear un pasadizo por el colarse hasta sus pensamientos.
Quiere volver al laberinto. Están apunto de resolverlo. Lo sabe. Y cuánto antes abandonen el Área, antes podrá alimentar a ese monstruo con las respuestas que tanto ansía. Los dedos de Alice comienzan a acostumbrarse a acariciar la superficie blanquecina de la cicatriz que le parte la ceja en dos, ansiosa, preguntándose por qué está ahí. De la misma forma, demanda saber de dónde proviene la vaga melodía que en alguna ocasión le ha tarareado a Elith para dormir, el débil recuerdo de lo que antaño sería una canción.
