Capítulo 4

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Después de tantas apuñaladas,
uno aprende a vivir con el cuchillo.

-Anónimo-

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El ruido de la pava rompiendo hervor hizo que abriera los ojos. El cuerpo me dolía completamente, cada músculo desprendía un dolor diferente.

Cerré los ojos varias veces tratando de acostumbrarme a la luz de la sala.

El tic tac del reloj hizo que cayera en la realidad. Me encontraba acostada sobre el incómodo sofá, y sorpresivamente está con una manta tapada. Me incorporé sentándome en el mismo.

—¿Papá? —fue lo primero que salió de mis labios al darme cuenta que la pava seguía hirviendo.

Recuerdo que lo ví entrar por aquella puerta ¿Pero dónde estaba?

—¿Papá? ¿Estás en la habitación? —volví a preguntar confundida.

Al no obtener ninguna respuesta me levanté del sofá. Lo primero que hice fue ir hasta la cocina y apagar la hornalla, cuando me di la vuelta en la mesa se encontraba perfectamente ordenado el equipo de mate. Me sorprendió no ver a mi papá en la mesa sentado. Además la radio no sonaba como todas las mañanas, me me giré buscándola pero no la encontré en su lugar y eso provocó una gran incógnita.

Antes de que logre dirigirme hacia las habitaciones sorpresivamente él salía de su habitación con la cabeza agachas y sus ojos fijos en el objeto que traía en sus manos.

—¿Pero que le pasa a esto? —lo escuché murmurar— ¡Está porquería no sirve! —lo escuché quejarse.

Una sonora risa se me escapó de los labios haciendo que retumbe por la cocina.

—¡Pero qué hermosa risa! —gritó en la cocina con felicidad— Así dan ganas levantarse para escuchar ese hermoso sonido.

—¡Ahy papá! —rodé los ojos, mientras sonreía a la vez— ¿Que le pasa a la radio ahora?

La deja sobre la mesa dándose por vencido y después de eso soltó un suspiro.

—No lo sé... Creo que está vez si se rompió del todo. La quise prender pero no respondió.

—Era de esperarse, es muy vieja —comenté sacando la pava de la cocina y poniéndola sobre la mesa—. ¿La abuela la había comprado?

—No, esta la había traído tu abuelo —mientras miraba la radio entre sus manos, una sonrisa se le formó en sus labios—. Recuerdo que la había comprado cuando cobró su primer sueldo.

Le proporcionó unos golpes a sus costados tratando de hacerla funcionar, haciendo que me largue a reír, eso era tan cómico. Dudo mucho que esos golpes ayuden, más bien lo empeoraba, pero papá era papá y no lo podías hacer combinar de opinión.

—Ya déjalo papá, no va a funcionar.

—Que lastima... —susurró— La próxima semana se la llevaré a Don Rafo.

Don Rafo era un señor mayor que por más de sus años seguía arreglando cualquier cosa que le trajeran, todavía tenía su pequeño local.

—Si insistes.

Luego de suspirar y darse por vencido, la dejó sobre el mueble y tomo asiento. Y de arrebato le deposite un beso sobre su cabeza.

—Eres terco.

—Tal vez un poco.

Después de servirme el café te todas la mañanas, me senté junto a mi padre.

Simplemente Aída.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora