Capítulo 30: Final

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Los días siguientes...

Pasos firmes sobre el pasto amarillento y las ramas caídas, que crujieron ante el peso de las mujeres que las aplastaban sin reparos. El sol no les daba tregua, pero ellas no detuvieron su andar ni aunque sus agotados cuerpos se lo exigieran a gritos.

Leslie se limpió el sudor de la frente con el dorso de la mano y continúo tras la espalda de Carina. El cabello dorado se agitaba cada vez que ella movía la cabeza para mirar a su alrededor, en todas direcciones, mientras suspiraba con tristeza. Sabía las razones tras sus lamentos y las entendía: el color del bosque estaba cambiando, las hojas y el pasto se aclaraban por partes, hasta dar con un feo color amarillo que solo era el aviso que la época de bonanza estaba llegando a su fin.

—Mejor que lo disfrutemos antes de que se termine del todo —dijo Carina cuando llegaron a la quebrada. Por suerte, aún corría agua, aunque el caudal se había reducido bastante.

—¿Va a secarse? —preguntó Leslie mientras se desnudaba. Carina estaba haciendo lo mismo unos metros más adelante.

—Me temo. Cuando no lo hace, apenas corre un riachuelo en el que no vale la pena meterse, sería un desperdicio recorrer ese largo camino para bañarte en una quebrada que apenas te llega a los muslos. Tendré que aguardar hasta el próximo verano.

Ella se metió después de decir esas palabras y Leslie la siguió. Tuvieron que caminar hacia la cascada, donde discurría un delgado chorro, para que el agua las cubriera por completo.

Las lluvias se estaban haciendo cada vez más inconstantes y débiles. Las gotas que caían sobre el techo disminuían su grosor por cada día que pasaba, los truenos se volvieron menos intimidantes y los relámpagos desaparecieron por completo. Esa podría haber sido una buena noticia en otro tiempo, pero no ahora cuando Leslie entendía que, cuando la última lluvia de verano cayera sobre el bosque, algo —no sabía qué— sucedería.

No había día en que Adara no le dijera que estaría pronto de regreso a casa, no había noche en que Leslie no se fuera a dormir con ese pensamiento retumbando en su mente. Estaba decidida a quedarse con Venus, no soportaba la sola idea de tener que alejarse de ella, pero el futuro era incierto y prefería no enfrentarlo.

Lamentablemente, cuanto más deseaba que el tiempo pasara lento, este se iba con mayor rapidez. No le parecía que hubiera un gran lapso entre el momento que abría los ojos y en el que los cerraba para irse a dormir. Ese presentimiento la hizo sentir angustiada.

—¿Te pasa algo? —La voz de Carina la arrancó de sus pensamientos. Leslie se preguntó qué estaba haciendo allí, hasta que o recordó todo y se hundió en el agua para mojar sus hombros calientes.

—No, nada. ¿Por qué lo preguntas? —repuso Leslie, con un tono que, esperaba, se escuchara honesto. Carina levantó las cejas y Leslie supo que no le creía ninguna palabra. Afortunadamente, no insistió. Quizá porque no le interesara o porque ya lo supiera todo. Leslie se inclinaba a creer que era el segundo motivo, después de todo, a veces tenía el presentimiento de que Carina podía leer su mente.

El bosque se pintaba de amarillo y marrón con cada día que pasaba, bandadas de aves emigraban hacía quién sabe dónde, los árboles dejaron de dar frutos y las hojas se desprendían de las ramas. El verano, la época de lluvias y de calor insoportable estaba a punto de acabar. Dentro de poco, el bosque adoptaría el aspecto que le había dado nombre: el bosque seco.

Ése momento estaba acercándose, demasiado rápido para su gusto.

Su angustia era notoria, lo sabía porque, de vez en cuando, notaba las miradas que ellas le lanzaban. Sin embargo, cada vez que Leslie levantaba la vista para enfrentarlas —a todas de diferentes maneras—, ellas ya tenían los ojos puestos en otro lado. Decidió no darle importancia.

El bosque de las brujasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora