Capítulo 1

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La primera vez que noté un mareo fue el lunes por la mañana en la cafetería de la escuela. Durante un instante tuve una sensación en el estómago como si estuviera en una montaña rusa bajando a toda velocidad desde el punto más alto. Duró solo dos segundos, pero fue suficiente para que me volcara un plato de puré de patatas con salsa sobre el uniforme. Los cubiertos rebotaron tintineando contra el suelo, aunque conseguí sujetar el plato a tiempo.

—De todas maneras, este mejunje sabe como si lo hubieran recogido del suelo —me dijo mi amigo Jeongin mientras yo limpiaba como podía la porquería. (Naturalmente, todo el mundo me miraba)—. Si quieres, puedes embadurnarte la camisa con mi ración.

—No, gracias.

Aunque casualmente la camisa del uniforme del Saint Lennox tenía el mismo color que el puré de patatas, la mancha llamaba desagradablemente la atención, de modo que me abroché la chaqueta azul marino para taparla.

—¡Vaya, el pequeño Lixie ya está jugando otra vez con la comida! —exclamó Kim Haneul—. Sobre todo, ni se te ocurra sentarte a mi lado, baboso apestoso.

—No te preocupes, Haneul, es lo último que haría.

Por desgracia, mis pequeños accidentes con la comida en la escuela se repetían con bastante frecuencia. Hacía solo una semana, una gelatina de frutas verde me había saltado del molde de aluminio y había aterrizado dos metros más allá, en los espaguetis a la carbonara de un alumno de quinto. La semana anterior se me había volcado el zumo de cerezas y había salpicado a todos mis compañeros de mesa, que parecía que hubieran cogido el sarampión. Por no hablar de las veces en que había metido la estúpida corbata del uniforme en la salsa, el zumo o la leche.

Aunque anteriormente nunca había sentido vértigos.

Pensé que probablemente eran imaginaciones mías. Lo que ocurría era que desde hacía un tiempo en casa solo se hablaba de mareos, aunque no de los míos, sino de los de mi siempre encantador y perfecto primo Minho, que se estaba tomando a cucharadas su puré de patatas sentado junto a Haneul.

Toda la familia esperaba a que Minho empezara a sentir vértigos. Había días en que lady Misuk, mi abuela, le preguntaba cada diez minutos si notaba algo raro, y mi tía Sunhee, la madre de Minho, aprovechaba los intervalos para repetir exactamente la misma pregunta.

Y cada vez que Minho negaba con la cabeza, lady Misuk apretaba los labios y la tía Sunhee suspiraba. Aunque también podía ser a la inversa

Los demás —mamá, mi hermana Youngmi , mi hermano Soobin, mi tía abuela Eunji y yo— poníamos los ojos en blanco. Naturalmente, era excitante tener a alguien en la familia con el gen de los viajes en el tiempo, pero con los años todo ese asunto había ido perdiendo interés, y estábamos hasta la coronilla del teatro que se montaba en torno a Minho.

El propio Minho acostumbraba a ocultar sus sentimientos tras una misteriosa sonrisa de Mona Lisa. Yo, en su lugar, tampoco hubiera sabido si debía alegrarme o enojarme por la ausencia de vértigos. Bueno, para ser sinceros, supongo que me habría alegrado. Yo era más bien del género asustadizo. Me gustaba la calma.

—Tarde o temprano llegará —decía lady Misuk todos los días—. Y tenemos que estar preparados para cuando eso ocurra.

De hecho, después de la comida, en la clase de historia de mister Whitman, efectivamente ocurrió. Yo me había levantado con hambre de la mesa. Para colmo, había encontrado un pelo negro en el postre —compota de grosella con pudin de vainilla— y no había podido decidir si era mío o de alguno de los pinches de cocina. Fuera como fuese, aquello me había hecho perder definitivamente el apetito.

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