Capítulo 11

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El hombre de la levita amarilla enfundó su espada.

—Seguidme.

Miré con curiosidad hacia fuera por la primera ventana ante la que pasamos. Así que estábamos en el siglo XVIII. La cabeza empezó a picarme de excitación, pero solo vi un bonito patio interior con una fuente en el centro que ya había visto antes exactamente igual que ahora. De nuevo subimos por una escalera, y Hyunjin me cedió el paso.

—¿Ayer estuviste aquí? —le pregunté intrigado en un susurro para que el hombre de amarillo, que estaba dos metros por delante, no pudiera oírnos.

—Para ellos fue ayer —repuso Hyunjin—. Para mí hace casi dos años de eso.

—¿Y para qué viniste?

—Me presenté al conde y tuve que informarle de que el primer cronógrafo había sido robado.

—Seguro que no le alegró la noticia.

El hombre de amarillo hacía como si no nos escuchara, pero se podía ver literalmente cómo sus orejas se esforzaban en captar nuestras palabras bajo las salchichas de pelo blancas.

—Se lo tomó con más calma de lo que pensaba — explicó Hyunjin—. Y tras la primera impresión, tuvo una gran alegría al enterarse de que el segundo cronógrafo efectivamente podía funcionar y de que, por tanto, aún teníamos una oportunidad de llevar el asunto a buen término.

—¿Y dónde está el cronógrafo ahora? —susurré—. Quiero decir en esta época.

—Seguramente en algún lugar de este edificio. El conde no debe separarse mucho tiempo de él, porque también tiene que elapsar para evitar saltos temporales incontrolados.

—Entonces, ¿por qué no podemos sencillamente llevarnos el cronógrafo que está aquí al futuro?

—Por múltiples razones —repuso Hyunjin (el tono que empleaba al hablarme había cambiado: ya no se mostraba tan arrogante como antes, sino más bien se había vuelto paternalista)—. Las más importantes son evidentes. Una de las doce reglas de oro de los Vigilantes en el manejo del cronógrafo es que el continuum nunca debe interrumpirse. Si nos lleváramos el cronógrafo con nosotros al futuro, el conde y los viajeros del tiempo que nacerán después de él se verían obligados a arreglárselas sin su ayuda.

—Sí, pero nadie podría robarlo. 

Hyunjin sacudió la cabeza.

—Ya se ve que hasta ahora no te has ocupado mucho de profundizar en la naturaleza del tiempo. Existen cadenas de acontecimientos que sería muy peligroso interrumpir. En el peor de los casos, posiblemente no hubieras nacido.

—Comprendo —mentí.

Mientras tanto habíamos llegado al primer piso, donde pasamos junto a otros dos hombres armados con espadas con los que el de amarillo intercambió unas palabras en susurros. ¿Cuál era la contraseña? Solo me salía «Qua nesquick mosquitos». Tenía que conseguirme con urgencia otro cerebro.

Los dos hombres nos miraron, a Hyunjin y a mí, con manifiesta curiosidad, y, en cuanto los hubimos dejado atrás, empezaron a cuchichear entre ellos. Me hubiera encantado saber lo que decían.

El hombre de amarillo llamó a una puerta. Dentro había otro hombre sentado detrás de un escritorio, también con peluca —rubia— y ropa de colores chillones. Por encima de la superficie de la mesa sobresalían una levita color turquesa y una chaqueta floreada deslumbrantes, bajo las cuales se veían asomar unos pantalones de media pierna rojos y unas medias a rayas. Pero a esas alturas ya no me sorprendía nada.

—Señor secretario —anunció el de amarillo—, aquí está de nuevo el visitante de ayer, y de nuevo conoce la contraseña...

El secretario miró a Hyunjin con cara de incredulidad.

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