1. Los Patines

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La señora me había pedido rebaja cuando vio los patines. Dijo que le quedaban un tanto flojos a su hija, que se notaba que habían sido usados bastante.

Sin embargo, nomás una mirada a la adolescente patinando en la pista me confirmó que le iban a la perfección. La seguridad que poco disimuló mientras se deslizaba y hacía giros y piruetas fue muy evidente para mí. Al final, le hice una contraoferta y la señora se fue enojada, entendiendo que sabía muy bien lo que yo estaba vendiendo y que no podía engañarme.

Se fue enojada, pero con los patines para su hija.

La voz de mamá me sacó de mis pensamientos.

—¿Qué coño estás haciendo? Por Dios, échate pa' allá.

Parpadeé. El pollo ya estaba pegándose al fondo de la paila junto con las papas y las zanahorias picadas. Me aparté con un suspiro y le di el cucharón a mamá.

—Nada puede hacer bien, todo se le quema, no joda'.

Tomé un trapo mojado y empecé a pasarlo por el mesón de cerámicas partidas en silencio, esperando que la retahíla de refunfuños culminase. Afuera, el sol se ponía, entraba por la ventana junto con el viento frío de otoño. Lorena no tardaría en regresar del trabajo, si es que hoy no salía con sus amigas de parranda. Secretamente, a veces prefería la segunda por las horas de tranquilidad que nos proporcionaba a mí y a mamá, pero el desastre que seguía a este pacífico periodo ya casi ni valía la pena. Quizás empezar a desear que llegara sobria y con simple mal humor no era mala idea.

El mesón quedó limpio, aunque igual de viejo y rayado. Ya había sacudido y doblado la ropa que lavé a mano el día anterior y también estudiado para el examen de física que tendría en la noche, pero seguía deseando tener algo que hacer que no terminara en una cagada monumental.

—Pon los tenedores y el jugo en la mesa.

Hice lo que mamá me dijo. Mientras encendía el ventilador destartalado de la sala, la puerta del frente se abrió, soltando su crujido familiar. Lorena entró a la casa con sus típicos pasos sonoros. Se detuvo en la sala para deshacerse del abrigo lila y el gorro blanco con gestos impetuosos. 

Mal humorada, tal y como me esperaba.

Se apartó el cabello con una mano de uñas lacadas y me miró. Una de sus pestañas postizas estaba un poco caída de un lado. Iba a señalárselo cuando habló.

—¿Qué hicieron? ¿El pollo?

—Hola, Lore. Sí, mami montó el pollo.

No dijo nada más. Pasó hasta la cocina y saludó a mamá. Luego regresó y se sentó a la mesa en silencio mientras yo me regresé a la cocina a servir el arroz en los platos.

No me gustaba su silencio, no auguraba nada bueno.

No fue hasta que estuvimos las tres sentadas comiendo que Lorena colocó los cubiertos de forma sonora en la mesa y se cruzó de brazos, una mueca malgeniosa deformando su boca.

—Me llamó el arrendador. Me dijo que teníamos hasta el lunes que viene para pagar lo que debíamos o vendría con la policía a desalojarnos.

Hoy era martes.

—No puede hacer eso. —La voz de mamá era temblorosa.

—Por favor, claro que puede, ma'. Lleva diciéndonos que paguemos la mamarrachada de casa esta por casi un año. Más bien nos ha tenido paciencia.

—Nuestra casa no es una mamarrachada —dije en voz baja.

Lorena peló los dientes en una sonrisa grotesca.

—Tampoco es nuestra.

Mi cara se puso caliente.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —Mamá soltó los cubiertos también—. Ya le pagamos al técnico lo que conseguimos de los patines para que repare la lavadora el fin de semana.

—¿Y yo qué coño sé qué vamos a hacer? Mi sueldo me da nada más para comprar la comida. Tengo que entregar la tesis en un mes. ¿Crees que mantener mis notas y trabajar es fácil?

—No te estoy criticando nada —respondió mamá en voz baja.

—Pues así parece. ¿O se te olvida que si no fuese por mí nos estaríamos muriendo de hambre todas?

—Mamá y yo también trabajamos, Lore.

—Ah, sí, ¡porque vender arepas en una cava en la esquina nos ayuda mucho!

—Son las mismas arepas que te llevas de desayuno a la uni...

—Arepas que hace ma', porque ni eso sabes hacer. Y si me lo vas a sacar en cara, te puedes ir a comer un cerro de-

—¡Lorena! ¿Qué pasa pues? Basta. Ya sabemos que tu hermana no sabe hacer casi nada, pero ella sale a vender las arepas todos los días a la hora.

—E igual aquí estamos, pelando bolas —Lorena me señaló con su índice—. ¡Quizás si fueses menos inútil, no estaríamos en esta situación donde yo tengo que resolver todo!

El corazón me dio un salto y el estómago vueltas. No importaba cuántas veces sucediese, cada vez que Lorena perdía los estribos, los nervios me cubrían de pies a cabeza.

—Cálmate, por favor... —dije.

—No me digas que me calme, pedazo de mierda —Se volteó hacia mi mamá y golpeó la mesa con uno de sus puños—. ¡Y tú, defendiéndola como si lo mereciera!

Mamá no decía nada, sólo callaba y negaba con la cabeza mientras que Lorena continuaba con sus diatribas, más y más enfurecidas con cada palabra que iba saliendo de su boca.

—Está sacando el bachillerato y la plata se va en esa mierda. ¿No te parece acaso un interesante patrón? Todo el dinero termina acabándose por su culpa.

Como siempre, cada oración se impregnaba en mi mente como un moho más que permanente. Removí la comida en mi plato en silencio, odiando las lágrimas que se acumulaban en mis ojos y caían como enormes gotas de agua salada en mis manos.

—Basta...—susurré—. Por favor, basta.

—De paso que no sabes hacer nada, eres una coja llorona y bruta. ¡Desperdicio de aire que eres!

—¡Ya para! —dije más fuerte.

Su respuesta fue una cachetada directo a mi cara.

—¡Lorena! —gritó mamá, pero ya era tarde. Yo caí de la silla y Lorena se levantó con el plato de comida en la mano.

—¡Las dos son unas inútiles! —El plato cayó frente a mí, la comida desparramándose por el piso.

El plato era de plástico, al menos. A los perritos callejeros de dos cuadras les caería bien algo de comida. El pensamiento fue tan fuera de lugar que gemí, aturdida. Lorena tenía razón, era una tonta.

Como si hubiese escuchado mi pensamiento, me agarró por el cabello y me hizo levantar la cara.

—¿Para qué Dios te dio esa cara bonita, ah? Si no la mereces —me dio otro empujón, tan fuerte que cuando caí contra el suelo me golpeé la cabeza.

Me abracé y rogué que se fuera, que me dejara en paz. Cuando la escuché alejarse y encerrarse en el cuarto que ambas compartíamos, me abracé con más fuerza.

Mi madre se levantó y recogió la comida que Lorena me lanzó. Lloraba en silencio.

—No debiste replicarle, Helena. Ya sabes cómo se pone. Parece que no aprendes.

Me abracé más fuerte y puse las manos sobre mis oídos.

Un pensamiento surgió desde la oscuridad de mi cabeza con tanta determinación que negué, asustada.

La esperanza de que, de ser desalojadas de lo que por tres años había conocido como 'hogar', pudiera conseguir algún tipo de alivio a este infierno.

La ProveedoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora