6. El Sobre

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Brenda se atragantó con el agua que bebía.

—¿Que hiciste qué? 

—Fui al Edificio de Intercambio anoche —repetí, y su cara horrorizada no fue normal—. ¿Por qué me miras así? ¡Me dijiste que lo intentara y eso hice!

Ella estampó la pobre botella de agua en la grada. Parecía que quería decirme algo, pero su sorpresa era tal que las palabras parecían no querer salirle.

—¡Sí! —logró decir por fin—, ¡pero la idea era que me avisaras para yo emperifollarte para la ocasión!

—Bueno, ya es tarde para eso. Si no lo hacía ayer, me acobardaba y no lo hacía nunca.

Estábamos sentadas en las gradas del estadio de fútbol de la escuela, observando la niebla arropar el campo iluminado por los enormes reflectores. Era la hora del receso y el único lugar donde podíamos hablar sin el riesgo de ser escuchadas era aquí.

—No puedo creer que te hayas lanzado esa tarea sola —repitió Brenda en voz baja. La impresión no abandonaba su rostro, con las cejas bien en lo alto de su frente y los ojos brotados y brillantes.

—Yo tampoco —balbuceé. 

—No des por perdida la batalla —dijo ella un momento después—, que a lo mejor estoy exagerando y les dé igual tu vello corporal y esos puntitos negros de la nariz. Por si acaso, mañana te vamos a dar una espelucada en el salón y sin excusas, eh.

Casi me eché a reír en su cara. Como si algo como los puntos negros en mi nariz fuese una preocupación al lado del enorme elefante en la habitación que era mi pierna chueca. 

—No vale el esfuerzo —murmuré—. No me dijeron nada después de los chequeos, sólo que podía irme y ya.

—Mmmm, ¿chequeos? —Brenda tomó otro sorbo de agua, esta vez sin ahogarse, y arqueó una ceja—. Ya eso pinta un buen panorama. Dime, ¿qué tal te fue ahí dentro?

Raro, incómodo, abrumador y espeluznante.

—Más o menos...

—¿Más o menos?

Suspiré. Luego le conté todo. La secretaria casi inmóvil que me atendió y me dirigió con el Administrador, un hombre de edad media —un espectro con apariencia de hombre de edad media, para ser más precisos— que sólo me preguntó mi nombre, por qué quería trabajar con ellos y si creía que tenía lo necesario para hacerlo —todavía me arrepentía de haber respondido que no a la última. Le conté cómo el Administrador me redirigió a una habitación donde una doctora de incalculable belleza y dulce voz me interrogó por casi una hora, tantas preguntas hechas que me fue imposible rememorarlas todas al contárselo a Brenda. No obstante, dudaba olvidaría algunas de estas, y lo cierto es que cuando terminó el interrogatorio, no había un detalle de mi vida que la doctora no supiese, entre esos por qué mi pierna estaba como estaba.

Una de las cosas que más me habían sacado de lugar era la sobrenaturalidad del comportamiento de los espectros: como si el estar en su zona de confort los liberase de actuar como un humano promedio. No sonreían, no hablaban a menos que fuese necesario, y todo lo que hacían, lo hacían con una escalofriante precisión, como si tuviesen un total dominio del espacio que ocupaban, un control de su propio ser que los exentaba de los impulsos y las hesitaciones.

—¿Y después? ¿Qué pasó después?

Los cachetes se me pusieron calientes.

—La doctora me indicó que era necesario examinarme.

—¿En serio? —la sonrisa de Brenda ocupaba toda su cara.

—Sí.

—Pues eso es bueno —me dio una palmadita en la espalda—. Significa que le gustaste. A mí me tomó dos veces pasar de las preguntas antes de que me aceptaran y conozco a alguien que le prohibieron optar por el trabajo porque las cinco veces que lo intentó, no aprobó.

La ProveedoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora