En una noche estrellada, en una ciudad como muchas otras, en la cama de una habitación a oscuras de un departamento tan común como muchos otros, un espectro dentro del cuerpo de un hombre despertó de su dormir con una inhalación rota. Apenas lo hizo, se aferró del colchón con tal tenacidad que rompió el material y la piel de sus propios dedos, un dolor que habría notado de no ser por el atemorizante entendimiento de lo que estaba sucediéndole.
Perdía el control. El cuerpo mortal que ocupaba ya no soportaba más su hambre, su desesperada necesidad. Aunque trataba de mantenerse sólido, tangente, su naturaleza lo llamaba a dispersarse como polvo en el aire.
Dispersarse y ser libre, romper todas las barreras y lazos. Ceder.
Y su humanidad prestada lo incitaba, lo consideraba la única salida a la que él mismo se empujó. Había aguantado mucho y ya era hora de ponerle un fin. Se lo merecía, después de tantos años conteniéndose.
Con estos pensamientos velados de su acostumbrado raciocinio, el inquebrantable raciocinio de un espectro —en aquel momento, muy quebrantado— el espectro se dejó ir.
Excepto que aún había una parte de él que se rehusaba a caer.
Su cuerpo se quedó en algún lugar entre el espectro y el hombre, un ser incompleto envuelto en sombras y alienada negrura. Sus actuares lo habían llevado al límite, al choque entre ambas especies, entre el deber y el querer.
Y lo que quería... Lo que quería se había vuelto innombrable.
El pseudo-humano flotó, chocó contra las paredes y el suelo, estrelló la lámpara de la mesita de noche y resquebrajó la puerta de madera del dormitorio. El descontrol era en todos los sentidos, espectrales y humanos, y no menguaba en su agonía.
Como un torbellino sin aparente fin, salió disparado por la ventana directo al pavimento quince pisos abajo, humano y no humano, sombra y no sombra.
Debilitado. Lo suficiente como para que su frágil corazón se detuviese con una caída como aquella.
Con base al panorama, el espectro concluyó que iba a morir. Para él eso era mejor que convertirse en un traidor o un monstruo, mejor que avergonzar a su raza, por más que fingiese lo contrario. Ocupado en sus cavilaciones de menos de un segundo, no se dio cuenta de que otro espectro salía de una sombra de la noche, una bola de humo tan negra como el más limpio de los crudos.
Este segundo espectro voló hasta el primero, mezclándose con él y haciéndolo apoyarse en sus lengüetas de oscuridad. Arreó al primero con considerable dificultad, volando entre los edificios hasta llevarlo al lago de aquella ciudad como otras.
No disminuyó su velocidad al llegar. Dejó que sus cuerpos semi-materializados chocaran contra el agua y se hundieran en esta. Lo que el segundo espectro hizo sirvió al primero cual oxígeno. Sus sombras humedecidas se contrajeron en busca del centro de energía, tornándose hueso, carne y sangre.
El segundo salió del agua y se puso de pie sobre esta, pero el primero aún no podía después de lo que sólo instantes atrás había atravesado. El segundo lo sacó hasta apoyarlo en su regazo de cara al cielo.
—Hey —murmuró—. Dime que me escuchas.
El primero, desfallecido, perdido en un mar de sentidos mezclados, sólo lograba ver las luces moviéndose que lo rodeaban. El segundo, sin poder leer al primero, lo zarandeó un poco más y recogió agua para mojarle el rostro.
—Háblame, estoy aquí —le apartó el pelo de la frente, despejando los ojos entrecerrados del color de la sangre—. Háblame, primero.
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La Proveedora
Romance«Proveedor: persona cuyo oficio consiste en vender placeres carnales a los espectros, raza extraterrestre proveniente de la edad oscura del universo.» Los espectros llegaron cincuenta años atrás en son de paz. Ofrecieron sus conocimientos a la Tierr...