13. La Llamada

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Ayer por la noche había dicho adiós a ser una proveedora.

Hoy, mis dedos poco a poco iban reactivando el viejo hábito de manejar una pantalla táctil. Había comprado un teléfono. Brenda era el único contacto agregado hasta ahora. Le daba uso en ese momento, oculta bajo la capucha de mi suéter, sentada en un rincón de un pequeño café en el centro comercial donde Brenda tenía su salón de belleza.

El latido de mi corazón iba tan apresurado como el titilar del cursor en la barra de búsqueda en la pantalla. Después de una hora y media buscando ofertas de trabajos y empleos en las redes (la principal razón de comprarme el aparato en primer lugar), me había rendido a lo que en realidad quería hacer y que me respiraba en la nuca.

Se habían reproducido unas tres canciones en la radio del ajetreado café y yo seguía sin poder ser capaz de desbloquear mis dedos agarrotados alrededor del aparato y teclear las letras que me daban vueltas y vueltas en mi mente. Estaba segura de que, si lo hacía, terminaría otro par de horas enfrascada leyendo sobre lo que había decidido no formaría más parte de mi vida.

Y aun así, sacudí la cabeza y me puse en movimiento.

Espectro

Seleccioné la lupa de buscar.

Un latido después, mi dedo se movió en un impulso aterrado y cerró la aplicación de exploración.

Me levanté de la silla, tomé mi mochila vieja y salí de ahí lo más pronto posible.

Como si eso de alguna manera fuese a limitar mi culposa curiosidad.

***

Habían pasado cien años desde que llegaron a la Tierra. Cincuenta años que fueron suficientes para aclimatar a la humanidad a la presencia de otros seres diferentes y desconocidos a nosotros. Por supuesto, era de esperarse que el miedo afectara el recibimiento de los espectros, pero nadie sabía –y era parte del sensacionalismo que más facturaba para las empresas creadoras de contenido– el cómo los espectros habían logrado que las organizaciones mundiales accedieran a dejarlos existir entre nosotros. Era el mayor punto de especulación entre la gente, el saber qué habían dado o prometido los espectros a los gobiernos y poderes militares a cambio de dejarlos quedarse.

La humanidad los percibía de otra forma ahora. Ya no les temían tanto, ni vivían en un perpetuo intento por inculparlos de delitos que no les correspondían. Los espectros habían demostrado durante su larga estadía que eran buenos ciudadanos, discretos, muy poco violentos, e incluso los llegaban a considerar encantadores. Eran material jugoso para crear memes, para dar ejemplos de belleza física y para recordarnos a nosotros mismos lo muy inferiores que éramos en comparación a ellos, cuya naturaleza inexplicable y enigmática les permitía hacer a la perfección cualquier cosa que se propusieran luego de unos pocos intentos.

Sin embargo, no todo era paz y felicidad. El prejuicio y recelo aún existía entre las personas, si bien de manera reservada. Incluso con todo lo bien que a primera vista parecíamos convivir, siempre estaría esa barrera de supervivencia, ese instinto animal que nos alertaba como un susurro que éramos diferentes.

¿Por qué, entonces, me empecinaba tanto en luchar contra el susurro de mi cabeza?

***

—¡Ya llegué! —dije, abriendo la puerta de la entrada de la casa con el pie.

Nadie me respondió. Mamá estaba en la cocina, amasando una harina, y Lorena ocupaba la mesa del comedor con un montón de papeles que sin duda eran de su tesis.

La ProveedoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora