Capítulo 10 - Fin del juego.

914 67 91
                                    

Mellea.

A la mañana siguiente, me despierto agitada, el sudor empapando mis sábanas.

El sueño erótico que tuve anoche me persigue, transformándose en una imagen que no puedo sacudir de mi mente. Estoy en uno de los sillones del club de striptease, y cuando Biagio me toca...Me estremezco solo al pensarlo. Me golpeo mentalmente.

«Deja de pensar en él y en formas de follártelo, maldita sea.»

Es ya muy tarde y Albert no ha dado señales de vida. Mi hermana solo me lanza un breve mensaje avisando que está bien, pero nada más. Insisto en saber a qué hora llegarán, pero no hay respuesta. Lo mismo ocurre con Bonnie; la pregunto y me deja en visto.

Resoplo, frustrada. Parece que todos han decidido ignorarme e intento no tomarlo demasiado en serio.

Pido el desayuno y, cuando me lo traen a la habitación, devoro cada bocado, buscando distraerme. Después enciendo la televisión, prestando atención a todo menos a los dibujos animados que deslumbran la pantalla.

El tiempo se estira como chicle, así que me tomo mi tiempo antes de la hora acordada con Biagio. Decido darme una ducha sin prisa, disfrutando del agua caliente que me acaricia la piel. En lugar de un vestido, elijo algo que me haga sentir cómoda; no sé a dónde iremos ni con quién.

Me pongo unos baggy pants rosa, que se sienten como un abrazo. La blusa de manga larga blanca que elijo se ciñe a mi abdomen, dejando entrever el contorno de mis senos. Me coloco mi reloj en la muñeca y me perfumo, dejando que el aroma me envuelva a fresa.

Me calzo mis tenis blancos y me cepillo el cabello, dejándolo suelto. También opto por ponerme la esclava con mi dije en el tobillo; es como si necesitara ese pequeño recordatorio de que soy yo, que tengo el control. Me la escondo bien bajo los pants.

No puedo salir sin mi Glock, así que la oculto entre el muslo, lista para enfrentar cualquier cosa.

Salgo a la pequeña sala justo a la hora indicada, y ahí está Biagio, esperándome, sentado en el sillón, bebiendo café.

Se levanta cuando me ve, y no puedo evitar que una pequeña sonrisa se asome a mis labios.

Él está vestido con pants gris oscuro y una camisa negra de manga corta, tan simple y, sin embargo, tan mortalmente atractivo. Sus tenis negros y la cadena que reposa sobre su pecho le dan ese aire de peligro que me atrae. Nunca lo había visto tan informal, pero parece que todo le queda bien; desgraciado.

Mete las manos en los bolsillos y me mira con esa seriedad que lo caracteriza.

—¿Sabes algo de nuestros hermanos? —le pregunto curiosa de saber.

—Sí —responde con su tono grave y directo—. Están bien.

—¿Pero a qué hora van a llegar? ¿No iban a regresar hoy? —pregunto, sintiéndome insatisfecha con su respuesta anterior.

Biagio se encoje de hombros, su expresión impasible. —Todavía están en el hotel, por lo que tengo entendido.

—¿Debería preocuparme? —mi voz se tensa un poco.

—No.

—¿Y sabes de Albert?

—¿Por qué tienes que hacer tantas preguntas? —comenta, claramente irritado.

—Porque puedo y quiero. Además, me preocupan, Biagio —suelto, sin pensar en que le estoy llamando por su nombre.

Él lo nota, levantando las cejas con una mezcla de sorpresa.

Linaje LetalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora