Capítulo 32 - Contradictorio.

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Biagio.

Siento los pequeños brazos de Mellea rodearme y, por primera vez en mi vida, no sé qué demonios estoy experimentando. Es una sensación extraña, una mezcla de adrenalina y vulnerabilidad que recorre todo mi cuerpo y me deja quieto.

Le correspondo el abrazo.

—Gracias, Gio —me susurra, después de quedarse unos momentos así, y luego se separa, mirándome con esos ojos color caramelo. Le quito un mechón de la cara y dejo mi pulgar acariciando su mejilla.

Ella me sonríe y posa su mano en la mía. Esa conexión me desarma.

Si estuviéramos en situaciones diferentes y no fuera parte de la familia que tanto detesto, la escogería como... «¿Qué pendejadas estoy diciendo? Me estoy saliendo mucho de mi papel. No quiero empezar a pensar estupideces en la cabeza.»

Mellea me da un bocado de comida en la boca, y noto que está de mejor ánimo que hace unos minutos. «Creo que esa mujer tiene un problema de bipolaridad.»

El hecho de que me haya contado cosas de su pasado me deja claro lo embobada que ya está conmigo, aunque no lo diga o quiera hacerse la tonta. Sé que le gusto, pero es tan orgullosa que prefiere guardárselo. Aunque viéndolo desde otra perspectiva, está mejor así, que no diga nada, porque una cosa es intuirlo y otra es escucharlo de su propia boca.

Por otro lado, tengo su lado vulnerable para terminar de joderla. Sin embargo, me replanteo la situación en la que estamos, porque siendo sincera, Mellea es un fuego andante, la maldita diosa italiana que no solo me hace perder los estribos en la cama, sino que además me saca una sonrisa que jamás en mi puta vida había tenido. Es raro, yo soy raro. Aún no entiendo en qué líos me meto con ella cuando la solución es desaparecerla del planeta, pero estoy tan enfrascado en esta lujuria y deseo sexual que descarto la idea por completo.

Vuelve a colocar el plato en medio de los dos, y comemos entre una plática normal, por así decirlo.

Nos vamos a nuestra habitación y me meto a duchar primero. Luego ella me sigue, metiéndose conmigo, donde se me trepa para coger de diferentes formas. Después de hacer que tuviera varios orgasmos, me adelanto a cambiarme.

Una vez listo, me recuesto en la cama, mientras observo cómo ella sale sin ninguna preocupación en quitarse la toalla y desnudarse frente a mí cuando se cambia. Y cómo no, si tiene un cuerpo exquisito. Me sé su rutina de memoria y me cruzo de brazos cuando el olor a fresa me inunda de golpe las fosas nasales. Tiene una especie de manía con ponerse cremas, shampoo y perfumes frutales. Aunque para uno como hombre es absurdo, para ella como mujer, supongo es razonable. No puedo negar que es satisfactorio para mi olfato.

La veo ponerse no sé qué en la cara y, por medio del espejo, ve hacia mi lugar.

—¿Qué? —pregunta divertida.

—Nada —contesto con sequedad.

Deja de lado sus cosas cuando termina y se para erguida, caminando cerca de mí.

—Pues me miras como si quisieras follarme —lo dice con tanta naturalidad e ironía que hasta ella se ríe de sí misma—. Olvídalo, no fueron palabras coherentes.

Palmeo mis piernas para que venga. Ella capta enseguida el mensaje y se acerca para subirse en mí.

—¿Ya te dije que necesitas una llenadera?

—¿Y yo que te ves mejor mamándomela? —pregunto con ego.

—Cállate —se ríe y me avienta el hombro.

Recorro mis dedos hasta sus nalgas y las aprieto. Ella se acerca a mí para besarme, y en ese momento, todo lo demás desaparece.

—¡Quiero cariñitos! —exige de repente, a centímetros de mi boca.

Linaje LetalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora