Capítulo 26 - Cambio de contexto.

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Mellea.

Si hace unos meses me hubieran dicho que estaría consumida por los celos hacia un hombre, habría soltado una carcajada despectiva.

Si me hubieran advertido que hallaría una extraña conexión con mi peor enemigo gracias a mi hermana, habría fruncido el ceño en incredulidad y molestia.

Y si alguien se hubiera atrevido a insinuar que desarrollaría un intenso gusto por un Cicchi, seguramente le habría lanzado una mirada fulminante, dispuesta a desmentir semejante insensatez con un gesto despectivo.

Jamás he sido de las que sucumben a los celos; mis relaciones eran efímeras, nunca me he atado a un solo hombre, pues la libertad era mi mayor anhelo y la monogamia no tenía lugar en mi mundo. Los arrebatos del amor, los detalles románticos y esas cursilerías jamás lograron cautivarme; me complacía en mi independencia y en mi sexualidad abierta.

«Que equivocada estaba.»

Lo que antes despreciaba, ahora lo anhelo con desesperación, y lo que creí inalcanzable, ahora lo experimento en carne propia.

Puto Biagio, con su actitud desafiante y sus juegos peligrosos, manejando las situaciones a su antojo.

Me suelto el cabello y lo recojo en una coleta por enésima vez en el día, sintiendo que mi cordura pende de un hilo frágil. Bebo vino como si fuera agua, intentando sofocar las llamas de los celos y las ansias de buscarlo, de liberarme de este torbellino deseoso que me consume por dentro.

Mi frustración sexual ha resurgido con una intensidad abrumadora. Mis noches están plagadas de insomnio, despierto empapada en sudor y en otras partes recónditas de mi cuerpo, mi mente juega con recuerdos lascivos cada vez que me ducho o nado, evocando los momentos de intenso sexo sin freno que compartía con Biagio, anhelando revivir un instante de la lujuria desenfrenada que nos envolvía.

Mi corazón y mi coño palpitan al unísono al recordar esos momentos, y me reprendo a mí misma por sucumbir a este deseo insensato, por anhelar con tanta intensidad algo que sé que me hará daño.

El orgullo es algo que jamás permitiré que sea pisoteado. No acostumbro a rebajarme a suplicar por nada; no lo necesité en el pasado y no lo necesitaré ahora, a pesar de las dudas que puedan asaltarme en este momento.

Mi mal humor se ha vuelto palpable para todos en el castillo. Mis respuestas son escuetas, apenas pronuncio más que lo necesario, evito entablar conversaciones y me sumerjo en mi trabajo más de lo habitual.

—Señorita Mellea —me llama Oliver al entrar en mi recién estrenada oficina en el castillo.

—Dime —le indico con un gesto que pase, y entra por completo.

—La señora Bieri ha llegado.

—Hazla pasar, por favor —le respondo con frialdad, mientras vuelvo a beber de mi copa.

Oliver asiente con la cabeza y sale, abriendo paso a la señora Yara Bieri, hermana de la directora de un prestigioso internado para niñas en Suiza.

—Señorita Mancini, es un placer conocerla —me saluda, estrechándome la mano con cortesía.

—El placer es mío, señora Bieri —me levanto para servirme con elegancia en una copa de cristal, y le ofrezco: —¿Le gustaría algo de beber?

Ella niega con delicadeza. La señora Bieri, una mujer de edad avanzada, lleva el cabello recogido en una trenza impecable, con canas visibles, viste de pies a cabeza con elegancia Chanel, emanando un aura de pulcritud y refinamiento en cada gesto.

—He venido personalmente porque al escucharte en la llamada, notamos tu gran interés en nuestro internado —comenta cruzando las piernas con elegancia.

Linaje LetalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora