Despertó con los cálidos rayos del sol acariciando su rostro sudado, sintiéndose incómoda y algo adolorida por la posición en la que estaba. Se movió ligeramente, tratando de acomodarse perezosamente con la intención de volver a dormir, pero los recuerdos del terrible dolor que había experimentado irrumpieron en su mente. Sobresaltada, abrió los ojos por completo y se incorporó un poco, sintiendo el frío del suelo bajo su cuerpo. No había sido un sueño, ¿verdad? Sin embargo, ya no sentía ningún rastro del dolor que la había atormentado antes. Su cuerpo estaba perfectamente bien. ¿Acaso todo había sido solo un sueño?
No, no lo fue.
Bajo su cabeza descansaba un amasijo de tela manchado de sangre seca, funcionando como una almohada improvisada. Llena de temor, retrocedió abruptamente hasta que topó con la pared opuesta de la habitación. El suelo también exhibía manchas de sangre seca, mientras su rostro se tensaba y se volvía rígido, impregnado por el penetrante olor metálico que llenaba la habitación.
Toc, toc.
La perilla de la puerta comenzó a girar lentamente, llenando la habitación con un crujido sordo que resonaba en el silencio. Sin detenerse a pensar dos veces, Amber se lanzó hacia la puerta agitada, extendiendo su mano para agarrar la perilla y evitar que se abriera. El pulso latía con fuerza en su garganta mientras luchaba por mantener la puerta cerrada, sintiendo el frío metal bajo sus dedos mientras se resistía al movimiento insistente del otro lado. Con los músculos tensos y el corazón acelerado, estaba decidida a impedir que lo que fuera que estuviera al otro lado entrara en la habitación.
—Lo siento, ¿Aún tienes resaca? No bajaste a almorzar—la voz de Jared resonaba detrás de la puerta.
—No... Sí... está bien, lo siento, ¿qué...qué sucede? —-preguntó nerviosa.
—Mamá y Cali se fueron temprano, al parecer no se percataron de tu pecado. Voy a salir, ¿Quieres venir? —preguntó amablemente.
—No, no puedo, tengo que... cambiarme.
—Está bien, entonces me voy. Baja a comer, no hay moros en la costa.
—Si, gracias.
Con eso dicho, Jared se alejó de la puerta, y Amber pudo escuchar claramente sus pasos resonando a lo largo de la casa hasta llegar a la puerta principal. Finalmente se había ido. Un suspiro escapó ruidosamente de sus labios mientras se aferraba el pecho con ambas manos; su corazón aún latía con fuerza. Observó su habitación detenidamente, concentrándose en el caos que había dejado apenas unas horas antes.
Era evidente que no había sido un mal sueño ni una alucinación. Se puso de pie del suelo y se dirigió al baño. Al entrar, lo primero que vio fue el asustado reflejo de su rostro. Totalmente desconcertada, observó sus manos, que comenzaban a temblar ligeramente recordando el dolor. No tenía idea de cuánto tiempo había estado parada viendo sus manos; había perdido toda noción del tiempo desde que entró. La puerta sonó otra vez, pero no atendió a su llamado; no podía.
—Amber, ¿Estás ahí? ¿Qué sucede? —preguntó una voz grave al otro lado de la puerta.
Se acercó hasta de donde provenía el sonido, era Desmond.
—Nada, estoy limpiando, no te oí—mintió.
— ¿Segura? No te he visto desde que volvimos, ¿Resaca?
—No, bajaré en un segundo.
—Bien.
—Des...—su voz se quebró un poco al salir.
—¿Qué? —respondió expectante.
—Nada... no es nada.
— ¿Segura? Dime si necesitas algo, estaré con Gavin abajo—respondió alejándose de la puerta.
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Instinto Animal |Reescrita|
FantasyAmber Evans parece ser sólo una chica común, disfruta de la compañía de sus amigos, su trabajo de medio tiempo y el amor de su familia. Sin embargo, tras un oscuro encuentro en el bosque, despierta un legado oculto que la sumerge en un mundo de mist...